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EL CAFÉ PENDIENTE DE ZAPATERO, por Mercedes R. Martín

Ni el paro, ni las sucesivas tramas asociadas con el PP, ni tan siquiera el día de caza entre Bermejo y Garzón. La atención mediática fuera del hemiciclo se centró en una misteriosa y larga reunión entre Zapatero y Bono. En la cámara, el Gobierno sí se esforzó en hablar de espías para defenderse.

Ni el paro, ni las sucesivas tramas asociadas con el PP, ni tan siquiera el día de caza entre Bermejo y Garzón. La atención mediática fuera del hemiciclo se centró en una misteriosa y larga reunión entre Zapatero y Bono. En la cámara, el Gobierno sí se esforzó en hablar de espías para defenderse.

L D (Mercedes R. Martín) Tras unas prolongadas vacaciones, los diputados volvían este miércoles a la sesión de control. Se celebraba doce horas después del largo debate sobre economía del día anterior con la tardía intervención de José Luis Rodríguez Zapatero para hablar de una crisis que, en casi dos meses de silencio parlamentario, se ha agravado más aún, con un paro que supera ya los 3.300.000.

Las principales preguntas del PP eran, cómo no, sobre la situación económica. Mariano Rajoy intentó que el presidente reconociera la realidad que no quiso admitir unas horas antes: que nuestro país sufre una crisis propia y que la escalada del paro no puede explicarse sólo por las consecuencias de una situación "global".

No sirvió de nada. Pese a que el líder del PP puso sobre la mesa el dato de que nueve de cada diez nuevos parados de la Eurozona son españoles, Zapatero se volvió a escabullir, culpando de la situación a la crisis financiera, al crecimiento de la población activa y al sector del ladrillo. Como este martes, afirmó que se creará empleo en nuestro país cuando haya "circunstancias económicas distintas" en el contexto internacional.

Rajoy, que se declaró "muy preocupado" por la actitud del presidente, le exigió "cambios" en el modelo productivo y también de su equipo económico. Zapatero, en su respuesta, no desaprovechó la situación del PP para atacar a la oposición y, de paso, desviar la atención sobre su propia gestión: "No hable de los cambios que necesitamos sino de los cambios que necesitan ustedes", dijo el presidente. Desde los escaños del PP se escucharon protestas y algún resignado " pero qué cara tienes".

Y es que esta sesión de control sirvió para demostrar que, además de la economía, la situación en Génova va a utilizarse como argumento, y mucho, por el Gobierno para hacer frente a las críticas y arremeter contra la oposición. María Teresa Fernández de la Vega dejó claro con su intervención que el Ejecutivo no va a dejar escapar la oportunidad de utilizar como arma política los escándalos que están intentando atribuírsele al PP.

Cuando Soraya criticaba la inacción del Gobierno y recriminaba a la vicepresidenta el encuentro entre Garzón y Bermejo –con una reprimenda de la vicepresidenta del Congreso de por medio por los comentarios de los populares–, De la Vega habló de una "marejada de espías y efectos especiales" en el PP.

De la Vega no quiso referirse a la reunión entre Bermejo y Garzón. Sí lo hicieron fuera del hemiciclo Solbes, Álvaro Cuesta y Llamazares, pero para salir en defensa del magistrado. Pero de lo que más se hablaba en los pasillos no era de caza, sino de José Luis Rodríguez Zapatero y José Bono: el presidente se levantó de su escaño tras responder a sus preguntas y a la vez lo hizo el presidente de la Cámara. Ambos permanecieron reunidos, durante más de una hora, en una de las dependencias del Congreso.

La larga espera de los medios no sirvió para despejar dudas. Un sonriente Zapatero se limitó a explicar que tenía "un café pendiente" con el presidente del Congreso. Al parecer, ambos habían quedado en verse tras la sesión de control. Bono optó, mientras, por escabullirse de los periodistas. A la pregunta de qué habían estado haciendo, masculló un "hablando, hablando" sin aportar más datos.

Mientras  Zapatero tomaba café con su compañero de filas y ex miembro de su gabiente, los ministros de su Gobierno intentaban zafarse, como podían, de las críticas del resto de fuerzas parlamentarias. Los principales problemas los tuvieron Celestino Corbacho, Miguel Sebastián y Pedro Solbes. El ministro de Trabajo seguía resistiéndose a admitir que el paro alcanzará los cuatro millones, sin argumentos, y el de Industria trataba de salir al paso de su bronca a los banqueros.

"Yo hablo en nombre del ministerio de Industria del Gobierno de España", dijo en tono chulesco Sebastián cuando el PP le echó en cara el errático discurso del Ejecutivo. El último en dar la cara fue Solbes, acorralado por Cristóbal Montoro en una interpelacion sobre la falta de liquidez en las empresas. "Yo ya no se cómo abordarle" , se lamentaba el dirigente popular con cara de resignación después de que el vicepresidente dijera que no se pone "nervioso" ante la situación. Zapatero, a juzgar por la sonrisa que se esforzó en exhibir en todo momento ante los periodistas, tampoco.

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