El chaparrón de críticas que ha cosechado el presupuesto presentado por Obama para su aprobación en las cámaras adquiere ya tintes apocalípticos. Muchos empiezan a bucear en la historia de los imperios para traer al presente los casos de antiguas potencias mundiales, que dejaron de serlo por culpa de la ruina a la que les condujeron sus gobernantes.
El comentarista político Eric Margolis traía el viernes pasado en su columna del Toronto Sun una enseñanza de la Historia, “más imperios han caído a causa de finanzas imprudentes que de una invasión”. Para, acto seguido, dirigirse al Gobierno y pedirle que, si quiere recuperar la economía, “debería recortar el gasto militar, acabar rápidamente con las guerras de Irak y Afganistán y terminar con los gigantescos bancos-Frankenstein de Estados Unidos”.
Lo que Margolis recuerda a sus lectores -el fin de la hegemonía americana por culpa del déficit estatal- empieza a ser un tema recurrente en la prensa norteamericana. El semanario Newsweek llevaba hace dos meses un trabajo de Niall Ferguson en el que este historiador llamaba la atención al Gobierno estadounidense por su excesivo gasto comparándolo con los reyes españoles de la casa de Austria, la Francia de Luis XV o el Imperio Otomano.
Es el déficit y no las invasiones
En todos los casos, tanto el español, como el francés y el turco, lo que acabó con el imperio no fue una invasión exterior. España, por ejemplo, no sería invadida hasta 1808, y porque Carlos IV dejó entrar a los invasores. Francia no fue totalmente invadida hasta la segunda guerra mundial y el solar del Imperio Otomano, la península de Anatolia, jamás ha sido invadido desde que los turcos se la arrebataron a los bizantinos en la Edad Media.
Del Imperio británico podría decirse algo parecido. Gran Bretaña no conoce una invasión desde la de los normandos en el siglo XI, sin embargo su imperio se vino abajo en apenas 30 años. La razón, según Ferguson, hay que buscarla en las deudas que el Estado contrajo durante la primera guerra mundial, cuyos intereses envenenaron el periodo de entreguerras e imposibilitaron que los ingleses igualasen la carrera armamentística de los nazis.
La lección, pues, que los norteamericanos deben extraer de pasados imperios ya periclitados es que la decadencia no suele ser militar, tal y como suele creerse, sino económica. Los costes de mantener las posesiones y la influencia ascienden hasta un punto en que es imposible para el hegemón mantenerlos. Es entonces cuando se endeuda, y ése es el principio del fin.
Le pasó a Roma, a los Otomanos, a España, a Francia, a Inglaterra. Y hasta a la Unión Soviética, que colapsó, entre otras razones, porque no podía competir en gasto con su antagonista. Como la historia suele repetirse muy a menudo ahora sólo cabe preguntarse si será Estados Unidos el próximo Imperio en caer víctima de sus imprudencias financieras, que, a estas alturas, ya son muchas.
La deuda pública ha tumbado más imperios que las invasiones militares
Roma, España, Francia e Inglaterra nunca fueron invadidas durante su época hegemónica, pero perdieron su imperio. Fue así porque sus líderes se endeudaron hasta llevar el Estado a la ruina.
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