El semanario británico The Economist publica un extenso artículo sobre la situación en Irak (No promised land at the end of all this) a propósito de las elecciones del pasado 7 de marzo. La realidad tiene luces y sombras, pero es posible que las instituciones democráticas no sobrevivan a las rivalidades sectarias y el precario panorama económico.
La violencia política se ha reducido respecto a los niveles máximos de 2006 y 2007, cuando cerca de 3.000 civiles morían cada mes. Ahora lo hacen 300, pero la corrupción y el sectarismo político siguen siendo endémicos.
Transparencia Internacional ha calificado a Irak el cuarto país más corrupto del mundo (un trabajo en la policía cuesta 5.000 dólares en sobornos), la burocracia es disfuncional y los partidos ven las instituciones como un botín a repartirse. The Economist lamenta que los rivales se ataquen en vez de dialogar y pactar, perpetuando un sistema no solo maquiavélico sino hobbesiano. El asesinato aún es la causa de muerte más habitual en la política iraquí.
La economía, por reconstruir
The Economist informa que la población no puede contar con el Gobierno para la provisión de la infraestructura básica. No hay vuelos entre Bagdad y Mosul, la principal ciudad del Norte. La carretera al sur de Amara y Basora está salpicada de pasos a nivel a medio construir. Sólo el 25% de los iraquíes recibe la electricidad que necesita, el mismo porcentaje que tiene acceso a una sanidad adecuada. El 22% de la población está desnutrida y el país figura en la posición 162 del ranking de ingresos per cápita.
Según el semanario inglés, el empleo generado por el sector público es lo único que evita una crisis humanitaria. El Estado emplea a tres de cada cinco trabajadores, y el 70% del gasto anual es para salarios y pensiones.
El sector privado se encuentra en una situación precaria. Pocas medianas empresas han emergido desde la invasión. El tejido empresarial se compone básicamente de pequeños negocios familiares o escleróticas compañías semi-públicas que producen el 13% del PIB cuando la media regional es del 33%.
El desempleo es masivo. Las tropas americanas estacionadas en las áreas rurales hablan de un paro del 80%. La media nacional es de un 45-47%, incluyendo a los sub-empleados. Pero la población en edad de trabajar, debido a la elevada tasa de natalidad, no deja de crecer (240.000 personas cada año).
Un dato más positivo es el de la inversión extranjera, especialmente en el sector del petróleo. El Gobierno ha firmado varios acuerdos con multinacionales en los últimos meses que podrían multiplicar la producción y los ingresos del Estado en los años venideros.
Empresas de servicios y construcción también han desembarcado en Irak, sobre todo de los países vecinos y Asia. Las empresas occidentales son reacias a invertir en Irak debido a los costes de seguridad y a la desconfianza que transmite el marco regulatorio. Irak está en la posición 153 del ranking de países con un clima más favorable a hacer negocios.
También entre los indicadores positivos The Economist menciona la ausencia de deuda después de que la mayor parte le fuera condonada, así como la expectativa de entrar en la Organización Mundial de Comercia en dos o tres años. El crecimiento económico fluctúa alrededor del 5% y la inflación se ha reducido en el último año (del 13,6% al 5,5%). El Gobierno también planea importar mano de obra barata del sudeste asiático emulando a otros países de su entorno.
The Economist reconoce que es difícil reconstruir un país mientras caen las balas, y el pasado centralizado, aislado y corrupto de Irak son una carga que llevará tiempo superar.
¿Sobrevivirá la democracia?
Hay un riesgo real, dice el artículo, de que las instituciones democráticas no sobrevivan. Son demasiado débiles y corruptas para resolver los numerosos problemas del país de manera pacífica. Los partidos defienden su agenda sin respetar las normas del juego, y la gente pierde fe al no ver resultados concretos.
La inestabilidad abre la puerta a las milicias, que pueden ser utilizadas por las facciones políticas para influir en la división de poder y obtener más para sí. Una vuelta a una violencia sectaria a gran escala no es probable teniendo en cuenta la fuerte seguridad existente. Pero hay alternativas que tampoco son muy halagüeñas.
El conflicto entre árabes y kurdos podría provocar una conflagración entre ejércitos bien armados. El contexto también es bastante propicio a un golpe de Estado: una élite corrupta, unas fuerzas armadas con un peso creciente y una población desencantada que busca estabilidad.
Más probable que un golpe militar, apunta el semanario, sería una toma autoritaria del poder por parte de políticos y generales actuando conjuntamente. El primer ministro Maliki parece capaz de algo así: ha centralizado el control de las fuerzas de seguridad, ha impuesto el toque de queda, ha disculpado la tortura policial, ha intentado amordazar a los medios y ha desplegado a las tropas para influir disputas políticas.
En el mejor de los casos, concluye The Economist, el país puede esperar una continuación del escenario presente. Los chiitas consolidarán aún más su poder y la política de riesgo será la norma. Irak puede ser un país en crisis permanente, pero sin llegar a colapsarse.
La violencia política se ha reducido respecto a los niveles máximos de 2006 y 2007, cuando cerca de 3.000 civiles morían cada mes. Ahora lo hacen 300, pero la corrupción y el sectarismo político siguen siendo endémicos.
Transparencia Internacional ha calificado a Irak el cuarto país más corrupto del mundo (un trabajo en la policía cuesta 5.000 dólares en sobornos), la burocracia es disfuncional y los partidos ven las instituciones como un botín a repartirse. The Economist lamenta que los rivales se ataquen en vez de dialogar y pactar, perpetuando un sistema no solo maquiavélico sino hobbesiano. El asesinato aún es la causa de muerte más habitual en la política iraquí.
La economía, por reconstruir
The Economist informa que la población no puede contar con el Gobierno para la provisión de la infraestructura básica. No hay vuelos entre Bagdad y Mosul, la principal ciudad del Norte. La carretera al sur de Amara y Basora está salpicada de pasos a nivel a medio construir. Sólo el 25% de los iraquíes recibe la electricidad que necesita, el mismo porcentaje que tiene acceso a una sanidad adecuada. El 22% de la población está desnutrida y el país figura en la posición 162 del ranking de ingresos per cápita.
Según el semanario inglés, el empleo generado por el sector público es lo único que evita una crisis humanitaria. El Estado emplea a tres de cada cinco trabajadores, y el 70% del gasto anual es para salarios y pensiones.
El sector privado se encuentra en una situación precaria. Pocas medianas empresas han emergido desde la invasión. El tejido empresarial se compone básicamente de pequeños negocios familiares o escleróticas compañías semi-públicas que producen el 13% del PIB cuando la media regional es del 33%.
El desempleo es masivo. Las tropas americanas estacionadas en las áreas rurales hablan de un paro del 80%. La media nacional es de un 45-47%, incluyendo a los sub-empleados. Pero la población en edad de trabajar, debido a la elevada tasa de natalidad, no deja de crecer (240.000 personas cada año).
Un dato más positivo es el de la inversión extranjera, especialmente en el sector del petróleo. El Gobierno ha firmado varios acuerdos con multinacionales en los últimos meses que podrían multiplicar la producción y los ingresos del Estado en los años venideros.
Empresas de servicios y construcción también han desembarcado en Irak, sobre todo de los países vecinos y Asia. Las empresas occidentales son reacias a invertir en Irak debido a los costes de seguridad y a la desconfianza que transmite el marco regulatorio. Irak está en la posición 153 del ranking de países con un clima más favorable a hacer negocios.
También entre los indicadores positivos The Economist menciona la ausencia de deuda después de que la mayor parte le fuera condonada, así como la expectativa de entrar en la Organización Mundial de Comercia en dos o tres años. El crecimiento económico fluctúa alrededor del 5% y la inflación se ha reducido en el último año (del 13,6% al 5,5%). El Gobierno también planea importar mano de obra barata del sudeste asiático emulando a otros países de su entorno.
The Economist reconoce que es difícil reconstruir un país mientras caen las balas, y el pasado centralizado, aislado y corrupto de Irak son una carga que llevará tiempo superar.
¿Sobrevivirá la democracia?
Hay un riesgo real, dice el artículo, de que las instituciones democráticas no sobrevivan. Son demasiado débiles y corruptas para resolver los numerosos problemas del país de manera pacífica. Los partidos defienden su agenda sin respetar las normas del juego, y la gente pierde fe al no ver resultados concretos.
La inestabilidad abre la puerta a las milicias, que pueden ser utilizadas por las facciones políticas para influir en la división de poder y obtener más para sí. Una vuelta a una violencia sectaria a gran escala no es probable teniendo en cuenta la fuerte seguridad existente. Pero hay alternativas que tampoco son muy halagüeñas.
El conflicto entre árabes y kurdos podría provocar una conflagración entre ejércitos bien armados. El contexto también es bastante propicio a un golpe de Estado: una élite corrupta, unas fuerzas armadas con un peso creciente y una población desencantada que busca estabilidad.
Más probable que un golpe militar, apunta el semanario, sería una toma autoritaria del poder por parte de políticos y generales actuando conjuntamente. El primer ministro Maliki parece capaz de algo así: ha centralizado el control de las fuerzas de seguridad, ha impuesto el toque de queda, ha disculpado la tortura policial, ha intentado amordazar a los medios y ha desplegado a las tropas para influir disputas políticas.
En el mejor de los casos, concluye The Economist, el país puede esperar una continuación del escenario presente. Los chiitas consolidarán aún más su poder y la política de riesgo será la norma. Irak puede ser un país en crisis permanente, pero sin llegar a colapsarse.