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Los planes de ayuda al desarrollo condenan a África a la miseria

Esta semana se ha celebrado la Cumbre sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Políticos de todo el mundo se unen en busca de un acuerdo, una foto o un titular. La experiencia dice que no es la ayuda al desarrollo lo que necesita África, sino mejores instituciones y una economía más globalizada.

"Poder decir que entendimos en los albores de este siglo XXI que nada puede hacernos avanzar más como seres humanos que conseguir que no haya un solo ser humano que muera de miseria y de pobreza extrema". José Luis Rodríguez Zapatero, Nueva York, septiembre de 2010, Cumbre sobre Cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

Este tipo de retórica intervencionista es siempre muy difícil de replicar. Toda persona de bien desearía vencer "la pobreza extrema". ¿Quién puede oponerse a "ayudar" a que las regiones pobres alcancen el "desarrollo" para que "no haya un solo ser humano que muera de miseria"? Pero el debate no es ése, sino cómo conseguirlo.

Para la mayoría de quienes están reunidos estos días en Nueva York, el mejor (único) medio que tiene Occidente para apoyar al Tercer Mundo es la "ayuda externa". Con este engañoso nombre se hace referencia a los pagos a los países pobres por parte de organismos públicos oficiales de los países ricos, ya sean gobiernos o agencias como el Banco Mundial o el FMI. Y Zapatero no podía quedarse atrás en este "esfuerzo solidario". Incluso, ha pedido una nueva tasa para financiar esta ayuda.

La reunión busca evaluar el progreso de los países más pobres respecto al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, definidos por las Naciones Unidas en su mega-plan contra la pobreza mundial. Éstos abarcan desde la reducción a la mitad de la extrema pobreza, hasta la detención de la propagación del VIH/SIDA y la consecución de la enseñanza primaria universal para el año 2015, sin descuidar asuntos tan de moda como la sostenibilidad medioambiental o la igualdad entre géneros.

"Relación nula"

Sin embargo, una parte no despreciable de los economistas que han estudiado la situación de los países más pobres, en particular la del continente africano, y que han analizado los resultados de ese chorro de dinero llegado de las regiones más ricas, sostiene que "la relación entre ayuda y desarrollo en los países del Tercer Mundo es nula e, incluso, negativa".

La ayuda externa al desarrollo surgió tras la Segunda Guerra Mundial, y desde entonces es uno de los instrumentos más reivindicados por los políticos, debido a su buena prensa. Pero los países africanos no eran más pobres que los asiáticos hace apenas medio siglo (ver gráficos 1 y 2). Y además, el continente negro ha recibido muchas más ayudas (tanto en términos absolutos como per cápita) que cualquier otra zona del globo.

Sin embargo, no ha conseguido crecer económicamente al ritmo de otras zonas antes subdesarrolladas. Por eso, el problema de la pobreza extrema es ahora especialmente una cuestión africana, mientras que medio siglo atrás la preocupación se centraba en Asia.

Fuente: Development Research Institute

¿Por qué Brasil, China, India, Corea del Sur, Indonesia o Singapur lo están consiguiendo y Ruanda, Chad o Costa de Marfil no? Pues porque aquellos países gozaron de unas leyes que fomentaron el respeto a la propiedad privada y al comercio, que les ayudaron a integrarse en el mercado mundial: es decir, porque se globalizaron, incluso aunque muchos de estos países tengan gobiernos totalitarios, que limitan en otros aspectos las posibilidades de crecimiento de su sociedad.

Dicho de otra manera, es la calidad institucional la clave que explicaría el desempeño económico de los países. Como muestra el siguiente gráfico: existe una notable correlación entre buena calidad de las instituciones (libertad económica, respeto a la propiedad privada, seguridad jurídica, baja corrupción, etc.) y alto ingreso per cápita.

En cambio, como señalábamos, la correlación entre ayuda al desarrollo y crecimiento económico dista mucho de ser tan clara, como demuestra con toda claridad este gráfico, donde se ve cómo la ayuda a África en porcentaje del PIB (línea roja) no ha parado de crecer desde 1970, mientras que el crecimiento per cápita del continente (línea azul) cayó a partir de mediados de los 70, teniendo una década de crecimiento cero o negativo.

Hay razones de peso para pensar que la ayuda al desarrollo no puede ser el motor, ni tampoco lo que encienda la mecha, del proceso de desarrollo económico de las naciones. Como decía el economista del desarrollo Peter Bauer hace ya 40 años, la ayuda exterior "es poco probable que sea un instrumento importante, por no decir indispensable, para el progreso material de los países pobres".

Los fracasos

Por un lado, tenemos numerosos casos prácticos y concretos en los que la ayuda ha fracasado estrepitosamente. En no pocas ocasiones, además, son los propios dictadores y líderes totalitarios de los países pobres –que a veces son la causa principal de que esos países no comiencen a crecer- los que se benefician de los recursos financieros que vienen de Occidente, lo que no hace más que agravar las cosas.

El experto en desarrollo Paul Collier añade que "Cerca del 40% del gasto militar africano se está financiando involuntariamente con la ayuda del Primer Mundo". Otros economistas dedicados a este área, como los africanos George Ayittei y Dambisa Moyo, culpan a los países occidentales de prolongar la pobreza en África a través de la ayuda enviada a los corruptos líderes africanos, con la consecuencia de sostener dictaduras represivas y malas políticas económicas, y a través de programas que han desplazado las instituciones indígenas locales, clave del desarrollo futuro de África.

Fuente: Development Research Institute

En la actualidad, y desde hace al menos una década, el continente africano ha crecido notablemente, poniendo un pie en la larga escalera hacia el fin de la pobreza. El conjunto del continente ha incrementado su PIB a una media anual del 5,3%, frente al 4,2% del resto del PIB mundial. Pero los conocidos como "leones africanos" lo están haciendo aún mejor: un grupo de estados entre los que están Botswana, Sudáfrica o Argelia. De hecho, son numerosos los analistas que están hablando de África como la siguiente potencia emergente, tal y como lo han sido los BRIC (Brasil, Rusia, India, China) en el pasado reciente.

Con estos datos, la pregunta es si se puede hacer algo por los países más pobres. Y la respuesta es sí: abrir nuestros mercados e invertir en sus nacientes industrias. Hace un par de años, en Copenhague, Bjorn Lomborg reunió a un grupo de eminentes economistas (no precisamente ultraliberales) con una pregunta: ¿cómo mejorar el mundo en cuatro años con 75.000 millones de dólares, una cantidad mucho menor que la que destinan anualmente los gobiernos desarrollados? Y la segunda de sus recetas, con un coste cero y un beneficio estimado anual de cientos de miles de millones, fue cerrar la Ronda de Doha y liberalizar el comercio mundial.

Caridad sí, comercio no

Porque al mismo tiempo que Rodríguez Zapatero y Sarkozy piden "una tasa bancaria para transacciones internacionales destinada a financiar la ayuda al desarrollo", sus ministros de Agricultura negocian en Bruselas sobre cómo mantener los aranceles a los productos de los países más pobres. Es decir, caridad con los africanos con dinero de los ciudadanos sí; permitirles vender el fruto de su trabajo, no.

Esto no quiere decir que apoyar a las ONG sea tirar el dinero. Las aportaciones privadas a organizaciones serias con un buen historial pueden ayudar a paliar situaciones puntuales de necesidad (como por ejemplo, ayudar a una orden religiosa a abrir escuelas en lugares inhóspitos o a construir un pozo que alivie a una comunidad). Pero la ayuda pública masiva canalizada a través de los gobiernos ha demostrado su ineficacia a lo largo de los años.

Por eso, expertos como Xavier Sala i Martin defienden que si los europeos queremos ayudar a África, lo mejor que podemos hacer es ir allí e invertir: arriesgar nuestro dinero, comprar acciones de sus empresas, apoyar a sus emprendedores o instalar una fábrica. En resumen, unir su suerte a la nuestra. Como afirma William Easterly, uno de los economistas más reputados en este tema: "La experiencia y la historia nos dicen a gritos que la única herramienta útil realmente para salir de la pobreza es la iniciativa privada y no hay ninguna evidencia de que la ayuda al desarrollo favorezca ese crecimiento". ¿Habrán tomado nota Zapatero y Sarkozy?

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