Hace poco más de tres años veíamos como los entonces ministros del Gobierno no veían ningún peligro en la desaceleración de la construcción. Según ellos, la industria tomaría el relevo y, finalmente, se traduciría en un crecimiento más equilibrado y menos inflacionista y un beneficio para la economía española. Caldera&Solbes dixit.
Sin embargo, el tiempo se ha encargado de demostrar que únicamente han acertado en la desaceleración de la inflación ya que, como veremos, la auténtica carnicería, además de la construcción, la ha sufrido la industria española.
Tal y como comenta el economista y arquitecto Ricardo Vergés, el problema que sufren muchos analistas, y no digamos políticos, es que no son capaces de entender que la economía constituye un todo interrelacionado, y que el derrumbe de un sector de tanto peso como la construcción tiene, necesariamente, que arrastrar al resto de la economía y, especialmente, al sector industrial, que en buena medida era dependiente de la construcción.
En este sentido, la Economía es un intento de formalizar las relaciones materiales que acontecen en ese complejo ecosistema que es la sociedad humana y en el que, como en todo ecosistema, todas las partes son interdependientes.
Los datos
El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha publicado esta semana el IPI (Índice de Producción Industrial). Tal y como muestra el gráfico, la tímida recuperación del índice iniciada a primeros de año se truncó el pasado julio (-1.6% interanual), después de una subida que ha sido insignificante en relación a la enorme magnitud de la caída iniciada en enero de 2008.
El descenso en la actividad industrial es muy superior a cualquier otro que se haya visto en nuestro país en los 35 años que abarca la estadística, estando de hecho a día de hoy a niveles per cápita similares a los de finales de los 70. Toda la palabrería que hemos sufrido referente a cómo aumentaban las exportaciones no ha tenido apenas influencia comparado con la debacle en la demanda interna.
Este desplome ha tenido, obviamente, su repercusión en el empleo. Como podemos ver en el gráfico, el empleo en la construcción es el que ha sufrido el principal desplome (-40%) desde el inicio de la crisis, pero la industria también ha tenido una caída impresionante (-16%).
Resulta, igualmente, llamativo que aunque el IPI ha caído un 21,6%, el empleo industrial lo ha hecho menos, lo cual contradice claramente las estadísticas que hablan de aumento de la productividad. En el sector servicios la contradicción es aún mayor (datos para analizar detalladamente en otro momento).
Por el contrario, el empleo ha crecido en agricultura y casi se ha mantenido en servicios, con una caída de sólo el 2%. Dichos datos muestran que España está asistiendo a una acusada terciarización de su economía, con una industria cada vez más pequeña.
Esto no es lo que el economista francés Jean Fourastié postuló en su hipótesis de los tres sectores. Es decir, que las ganancias en productividad de la agricultura y la industria harían crecer el sector terciario, sino que más bien España asiste a una terciarización forzada debida a una desindustrialización ya que, realmente, el sector terciario tampoco ha crecido sino que simplemente ha caído menos. En estas condiciones, la consecuencia es un elevado desempleo y un deterioro de las condiciones laborales de los asalariados y de buena parte de los empresarios (los más pequeños).
¿Por qué ha ocurrido este proceso?
Deberíamos preguntarnos si lo que ha ocurrido durante la burbuja inmobiliaria, con la hipertrofia del sector constructor y su industria asociada ha sido un enmascaramiento de esa desindustrialización que ahora, tras la caída de la construcción, se hace evidente. Y deberíamos preguntarnos también cuáles son las causas de esa desindustrialización.
El mundo se encuentra ahora mismo sometido a un intenso y rápido proceso de transición industrial, causado por el proceso de globalización emprendido hace décadas y que a día de hoy continúa imparable.
A nadie medianamente informado se le escapa que la práctica ausencia de barreras comerciales y el abaratamiento del transporte han provocado y siguen provocando el desplazamiento de las industrias allá donde los responsables de éstas consideren que tienen una ventaja competitiva. Y no sólo eso, sino que la creación de nuevas empresas sucede con preferencia en esos países con ventajas.
¿Qué podemos hacer?
Si asumimos como supuesto de partida que el proceso globalizador no tiene vuelta atrás (que es lo que piensan la mayoría de los especialistas, aunque hay quien opina lo contrario), España tendrá que plantearse cuál va a ser su lugar en el mundo globalizado: si el de un país en decadencia del cual huyan los jóvenes mejor formados en busca de una vida digna que aquí no pueden tener o, por el contrario, asumir el reto de tratar de sumarnos al grupo de países que no se han resignado a ese triste destino, con las enormes dificultades que ello conlleva.