Angela Merkel ha dejado claro este jueves, durante su visita a Madrid con motivo de la Cumbre Bilateral Hispano-Germana, que su objetivo no es sólo solucionar la situación actual, en la que la estabilidad del euro peligra como consecuencia del comportamiento de algunos de los países del área (Grecia, Irlanda, Portugal, España...). La finalidad de la canciller alemana es salir de esta crisis con un conjunto de normas completamente renovado que impidan la repetición de las turbulencias de los últimos meses.
Su diagnóstico es claro: tiene que haber una armonización entre los países de la eurozona en muchos más aspectos que el déficit o la deuda pública. De esta manera, se evitará que haya una Europa a dos velocidades que impida el normal desarrollo del euro. ¿Cómo? Mediante la creación de un super-estado europeo.
Para Merkel, la economía alemana es ya inseparable de la moneda única y no puede estar al albur de los caprichos o la irresponsabilidad de los gobernantes de los países del sur de Europa. Por eso, tiene que controlar a estos últimos y piensa aprovechar la actual coyuntura, con muchos de sus socios pasándolo muy mal para imponerles una medicina que quizás no quieran probar.
La declaración de Madrid
Precisamente, ha sido este jueves en Madrid, al lado del que ha sido su principal dolor de cabeza en los últimos meses, José Luis Rodríguez Zapatero, donde Merkel ha presentado por primera vez en público algunos detalles de su particular plan, denominado "Pacto de Competitividad", y que consiste en crear los Estados Unidos de Europa. El proyecto cuenta ya con el apoyo de Francia, la otra gran portencia europea, y será debatido en la Cumbre de jefes de estado y de gobierno de la UE que se celebra este viernes en Bruselas.
Ya se había hablado antes de "armonización", "cooperación" o "reforzamiento de la Unión", incluso de "Gobierno económico", pero oficialmente no se había mostrado con la claridad que reflejó el jueves la líder democristiana.
En la rueda de prensa posterior a la cumbre hispano-germana, Merkel defendió la necesidad de implantar dicho "Pacto de Competitividad para que Europa asegure su modelo social al tiempo que encara con garantías los retos de la economía del siglo XXI. En su opinión, éste plan debería incluir un "mecanismo de resolución de las crisis" y avanzar hacia una mayor coordinación de las políticas económicas. En concreto, "armonización del Impuesto de Sociedades o la edad de jubilación" en toda la eurozona, según dijo Merkel.
Todo esto, en la práctica, equivaldría a imponer una especie de Ministerio de Economía único para toda la eurozona, dirigido desde Francia y Alemania, y que dejaría a los estados una mínima capacidad discrecional.
Aliados y rehenes
Merkel no está sola en su empeño. Tal y como adelantó hace unas semanas Libertad Digital, su mayor aliado es Nicolas Sarkozy, que apoya estos cambios, en los que se vislumbra un nuevo eje París-Berlín, con más poder, unidad y coordinación que hasta ahora, al que se unirían (con no demasiada voz ni voto) el resto de los estados de la eurozona.
Pero además, Alemania ha conseguido la aquiescencia de José Luis Rodríguez Zapatero. En la rueda de prensa de este jueves, en Madrid, el presidente español ha reiterado que "son necesarios los cambios" y ha apostado por un nuevo pacto de "competitividad y prosperidad", en el que se hable el "idioma común europeo", a través de la coordinación y la armonización entre los países. El líder socialista ha sido especialmente combativo en este aspecto y ha asegurado que "el euro es fuerte y hay que fortalecerlo aún más", creando una "Unión de derechos y deberes" en la que cada uno asuma su responsabilidad.
Pero no sólo el entusiasmo de Zapatero avala a Merkel. En medio de la peor crisis económica que se recuerda, con el crecimiento de Europa todavía en entredicho y con numerosos problemas en las finanzas de numerosos países, Alemania espera que le sea fácil imponer sus condiciones a unos gobiernos que son casi sus rehenes. El presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, está de su parte y el resto de los socios, necesitados del empuje de la locomotora germana, se antojan poco dispuestos a resistirse.
El contenido del "Pacto"
Merkel ha apuntado hacia tres objetivos a la hora de hablar del contenido de la nueva asociación, para la que espera no necesitar un nuevo tratado comunitario:
1. Armonización fiscal: es el más polémico de todos, puesto que obligaría a los estados miembros de la eurozona a amoldar su legislación fiscal respecto a las empresas a los gustos alemanes. Merkel no exigiría un tipo único para todos, pero sí un "rango" en el que todos deberían mantenerse.
De esta manera, se eliminaría la competencia fiscal entre estados. Irlanda, con su 12,5% en el Impuesto de Sociedades, está en la mente de todos cuando se habla de estos temas. Aunque desde la isla se defiende que ha sido precisamente este nivel impositivo una de las claves del espectacular crecimiento de su economía en el último cuarto de siglo.
2. Igualación de pensiones y salarios: Merkel quiere que las normas sobre la jubilación de los europeos sean homogéneas en todos los países. En su opinión, de esta manera se evitarían injusticias como que los alemanes tengan que rescatar a Grecia, cuando los helenos se jubilan hasta cinco años antes que ellos. Su idea es que la edad de retiro se fije en los 70 años, con un cálculo para la pensión de toda la vida laboral. Esto implicaría una reducción de las pensiones futuras aún más fuerte que la incluida en la reforma del sistema que prepara el Gobierno español.
El Plan alemán también incluye disposiciones para mantener los salarios más o menos equiparados entre los 17 socios. La principal medida en esta materia consistiría en eliminar las cláusulas de subida salarial indexadas a la inflación existentes en algunos países, tales como España.
3. Sanciones a los incumplidores: nada de todo lo dicho hasta ahora tendría sentido sin un sistema de control y sanción a los países que no cumplan con las normas comunes. Por eso, Merkel quiere imponer una especie de pre-aprobación comunitaria sobre los presupuestos de cada país. Es decir, que las instituciones europeas (es decir, Berlín y París) tendrían la posibilidad de meter mano en los presupuestos de aquellos gobiernos que fuesen a desmandarse.
Además, pretende implantar en los países miembros clásulas para limitar al máximo el déficit y la deuda pública, a semejanza de la limitación por ley introducida en la Constitución germana. También querría implantar un sistema estadístico homogéneo para todos los gobiernos, para que las alarmas salten en el momento en que cualquiera de ellos sobrepase una de sus líneas rojas. Además, las multas a los países díscolos sí se aplicarían, no como ha sucedido hasta ahora con el Pacto de Estabilidad del euro.
Las preguntas sin respuesta
El problema de todo este plan de la canciller alemana es que parece mucho más fácil de lograr cuando se enuncian sus aspectos generales que cuando se baja al detalle. Incluso en unas circunstancias como las actuales, resulta difícil imaginar que los estados europeos vayan a renunciar a partes tan sustanciales de su soberanía a cambio de la protección de la poderosa economía alemana.
1. ¿Por qué ahora sí se cumplirán los objetivos?: la primera cuestión que tendrá que resolver Merkel es qué cambiará a partir de ahora para obligar a los gobiernos a cumplir lo pactado.
El Pacto de Estabilidad, actualmente vigente, obliga a todos los estados a mantener un déficit público por debajo del 3% y una deuda menor del 60% del PIB. No es sólo que no haya ninguno que lo haya cumplido en estos últimos años (podría aducirse la excusa de la crisis), es que fueron precisamente Alemania y Francia los primeros que pasaron de ceñirse a estos objetivos cuando sus economías lo necesitaron, a comienzos de la pasada década. Luego, ha venido el desmadre en Grecia, Portugal o España, pero es difícil que alguien se sorprenda de que los alumnos se salten las normas que ven incumplir a sus profesores.
2. El rechazo en sus países: aunque Merkel y Sarkozy querrán vender a su opinión pública que esto es un paso más en la construcción europea dirigido por Francia y Alemania, no tendrán sencillo convencerles de que cedan soberanía a unos países que, una vez cerrado el pacto, podrían rebelarse en su contra. Dentro de unos años, puede que sean germanos y galos los que estén en dificultades económicas y, entonces, ¿estarán dispuestos a admitir lecciones de italianos, españoles o irlandeses?
3. ¿Armonización = impuestos más altos?: es la cuestión más peliaguda para Merkel, porque hay que recordar que su Gobierno es una coalición que su partido, el democristiano CDU, comparte con el liberal FDP. Y a estos no les hace nada de gracia (como a muchos de sus ciudadanos) que la armonización sea hacia arriba.
Es decir, que cuando se habla de igualar los impuestos de sociedades se piensa en que países como Irlanda los suban, y no en que los demás los bajen. Es algo muy poco liberal y que a Guido Westerwelle y a los suyos no les será fácil vender a sus bases.
4. ¿Qué pasará el día que no esté Merkel?: la última pregunta que debería hacerse Angela Merkel es sobre las consecuencias indeseadas de este pacto en el medio y largo plazo.
Ahora mismo, muchos europeos estarían encantados de que la canciller alemana liderase una unión monetaria más estricta, en la que gobernantes como Zapatero no pudieran poner en peligro la estabilidad de la eurozona. Pero ni la una ni el otro estarán para siempre en su puesto.
¿Qué pasará el día que un primer ministro germano menos cuidadoso que Merkel se siente en su despacho? Las normas planteadas ahora (armonización entre todos los países de la eurozona) pueden servir igual para elevar impuestos, relajar las condiciones o flexibilizar el derroche público. Cuando los políticos se meten a legislar, incluso aunque sean inteligentes y les mueva la mejor intención, se olvidan de que esas leyes las aplicarán otros que llegarán después.