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REFUGIOS DE VALOR

Oro, plata y francos suizos

Los que antes eran refugios seguros para la inversión se han convertido en arriesgadas aventuras. Se salvan los metales preciosos y el franco suizo.

El año 2011 ha venido cargado de malas noticias. No se atisba, al menos en el corto plazo, la recuperación de la crisis, los problemas de endeudamiento persisten y ninguno de los países que se encontraban hace un año en la cuerda floja la ha abandonado. Para colmo en el norte de África ha estallado una cadena de revueltas populares que se han enquistado en lo que ya es una guerra civil en toda regla en Libia, un gran productor de petróleo y gas natural. A modo de guinda el severo terremoto de Japón ha puesto en jaque a la tercera economía mundial.

¿Qué le queda seguro al inversor después de tantas calamidades? El gran refugio siempre fueron los bonos soberanos, títulos de deuda pública que, aunque no ofrecían grandes rentabilidades, venían respaldados por los contribuyentes y, por lo tanto, constituían una inversión segura. Eso, claro, en otros tiempos. Los que, durante el año pasado, prestaron a los Gobiernos europeos pasaron una interminable agonía viendo como, uno tras otro, iba poniéndose en duda su capacidad de devolver lo prestado.

Hace sólo tres años pensar que Grecia, España o Irlanda podrían presentar la bancarrota era ciencia ficción, hoy es un escenario factible que los inversores descuentan encareciendo los préstamos. En definitiva, fiar a ciertos Gobiernos se ha convertido en una inversión arriesgada. Quedan bonos más seguros como los de Estados Unidos o los alemanes, pero ya no lo son tanto como acostumbraban.

Los primeros están muy lastrados por los sucesivos déficits en los que Washington incurre ejercicio tras ejercicio. Más tarde o más temprano el desajuste en las cuentas públicas norteamericanas terminará pasando factura en los mercados de deuda. Sobre los segundos, sobre el segurísimo Bund, aletea el fantasma de la quiebra de algunos países de la eurozona, quiebras que, hasta el momento, ha evitado la fortaleza y credibilidad de Alemania.

Eliminada la deuda pública como refugio de valor, quedarían las divisas fuertes y los metales preciosos. De entre las divisas sólo se salvaría el franco suizo que es, de todas grandes, la que mejor está capeando la crisis. Algo tendrá que ver en ello la seriedad e independencia del Banco Nacional Suizo. El franco ha aguantado bien el tipo y lleva casi un año revalorizándose con respecto al dólar y al euro.

El panorama de las monedas es, con todo, desalentador. Los sucesivos planes de estímulo, la deuda pública y, especialmente, los planes de quantitative easing adoptados por la banca central las han dejado para el arrastre. Queda, pues, la socorrida onza de oro que, lejos de perder valor, lo gana marcando desde hace dos meses máximos cada semana. Ha doblado su precio en los dos últimos años, de los 800 dólares a los que cotizaba a principios de 2009 a los 1.432 a los que cerró el viernes pasado.

Lo de la plata ha sido aún más espectacular. La onza del metal blanco se ha multiplicado por cuatro en el mismo periodo de tiempo: de los 9 dólares/onza de hace dos años a los 36 dólares actuales. Sólo en el último año ha ganado un 104% y en los últimos seis meses un 74%. Pocos lugares del mercado han dado tanto a cambio de tan poco, porque la onza de plata sigue siendo asequible a casi cualquier bolsillo.

De modo que, puestos a resguardarse, los dos metales preciosos por antonomasia están demostrando unas cualidades excepcionales. El mercado, que es ciego pero no tonto, así lo entiende y ofrece, además, grandes rentabilidades a quienes se aventuran a invertir en ellos.

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