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15 canapés por cabeza

Brindis por la república en la boda de Guillermo y Kate

A continuación, informamos de algunos de los detalles de las celebraciones que tuvieron lugar tras el enlace.

A continuación, informamos de algunos de los detalles de las celebraciones que tuvieron lugar tras el enlace.

La reina Isabel de Inglaterra abrió las puertas del palacio de Buckingham para que 650 de los 1.900 invitados a la boda de su nieto, el príncipe Guillermo, y Catalina, la nueva duquesa de Cambridge, celebraran el evento con champaña, canapés y un pedazo de tarta.

Acompañados de la música de la arpista oficial del príncipe Carlos, Claire Jones, los invitados comentaron las incidencias de la ceremonia a la que asistieron minutos antes en la abadía londinense de Westminster y disfrutaron de la comida preparada por 21 chefs.

El menú

Circularon 10.000 canapés por gentileza de la reina, lo que quiere decir que los presentes salieron a 15 bocados por cabeza, suponiendo que todo el mundo comiera lo que le correspondía.

La oferta fue difícil de resistir, con atractivos canapés de rosa de salmón ahumado escocés sobre blini de remolacha, rollo de queso de cabra con nueces caramelizadas o ensalada de cangrejo de Cornualles con huevos de codorniz sobre blini de limón.

El chef real Mark Flanagan también preparó terrinas de pato con chutney (una conserva agridulce de frutas o verduras), tartaleta de berros y espárragos, chipolatas a la miel, pastel de abadejo (pescado típico de Escocia), briznas de espárragos pochados y pequeños pudding Yorkshire con carne asada de ternera.

La "nouvelle cuisine" más vanguardista también tuvo su espacio con un canapé crujiente con forma de burbuja. La comida estuvo acompañada de botellas de champaña Pol Roger NV Brut Reserve, otras bebidas alcohólicas y refrescos.

Para placer de los más golosos, al final hubo postres dulces, también en forma de canapés: tartaleta de ruibarbo caramelizada, praliné de fruta de la pasión y trufa con chocolate negro y nata.

Además, hubo paté de naranja sanguina, bizcochitos de frambuesa y praliné de chocolate con leche y nueces. Todos los ingredientes, tanto de los primeros canapés como de los postres, eran de procedencia británica, por deseo de los novios.

Los novios cortaron la tarta

Después se sirvieron porciones de la tarta nupcial y un pastel especial de chocolate y galletas, de una receta de larga tradición en la familia real británica, que pidió de manera especial el príncipe Guillermo.

La tarta nupcial, de ocho pisos, fue encargada a la repostera Fiona Cairns, que diseñó un pastel de fruta de varios pisos, decorado con nata y azúcar glas con motivos florales británicos. Según informó la agencia local de noticias PA, los novios cortaron la tarta, como manda la tradición, y se pronunciaron discursos, aunque no se precisó a cargo de quién.

En las fechas previas al enlace, los medios locales indicaron que sería el momento del discurso del príncipe Carlos, padre del novio y heredero de la corona británica.

La Casa Real británica informó la víspera de que una vez que la recepción terminara la reina Isabel y su marido, el duque de Edimburgo, abandonarían palacio para pasar el fin de semana fuera de Londres, aprovechando que el lunes también es jornada festiva. Isabel II, de 85 años, y su marido, de 89, optaron por no estar presentes en la fiesta que el príncipe Carlos ha organizado para la noche, un evento de etiqueta en el que participarán familiares y amigos, que previsiblemente bailarán y festejarán hasta la mañana.

"Mi discurso hará que a mi hermano se le caiga el pelo"

La reina se perderá por tanto una de las tradiciones más esperadas de las bodas anglosajonas, el discurso del padrino del novio, que en este caso correrá a cargo de su hermano, el príncipe Enrique, quien recientemente prometió una intervención que "hará que a mi hermano se le caiga el pelo" (Guillermo sufre de alopecia).

Tampoco escuchará el otro discurso, el que pronunciará Michael Middleton, el padre de la novia, en unas intervenciones que tendrán carácter privado, pero cuyo contenido es previsible que se filtre a la prensa a través de alguna de las 350 personas invitadas.

Habrá una zona de "chill out" en el salón del trono y el príncipe Enrique, que contrató a los DJ que pincharán la música, ha encargado un "desayuno del superviviente" consistente en bocadillos de beicon para los invitados que consigan sobrevivir a la noche de fiesta.

Fiesta en la calle

Mientras esto ocurre en palacio, y ya durante todo el día, millones de británicos descorcharon botellas de champán para celebrar por todo lo alto la boda en parques y plazas de todo el Reino Unido. En Londres, medio millón de personas se congregaron en el céntrico Hyde Park para seguir al minuto la ceremonia, desde la llegada de los novios a la abadía de Westminster hasta su salida al balcón del palacio de Buckingham, convertidos ya en marido y mujer, para saludar a los presentes y darse no uno, sino dos besos.

Al igual que en la plaza de Trafalgar y en Green Park, donde también se instalaron pantallas gigantes para presenciar el evento, el punto culminante en Hyde Park fue cuando los prometidos pronunciaron el "sí, quiero", momento en que se dispararon sobre la multitud cañones de confeti.

Magdalenas horneadas en Downing Street

Ayuntamientos y asociaciones de vecinos sobre todo de Inglaterra (hay menos fervor real en el resto de autonomías: Escocia, Gales e Irlanda del Norte) organizaron animadas fiestas callejeras en ciudades como Manchester y Leeds (norte inglés) o varias en Cornualles.

El primer ministro británico, David Cameron, y su esposa, Samantha, que habían asistido a la boda en Westminster, ofrecieron una fiesta a sus vecinos, a quienes pudo verse sentados a una mesa engalanada y disfrutando de magdalenas horneadas por ella misma en Downing Street, donde está su residencia oficial.

"Cortadles la cabeza"

No muy lejos de allí, en la plaza Red Lion, centenares de republicanos se reunían para celebrar su propia fiesta bajo el lema "No es la boda real", un acto que, según uno de los organizadores -de la asociación Republic-, Graham Smith, pretendía ser "no una crítica a individuos, sino una celebración de la democracia".

"Deseamos que Guillermo y Kate sean felices, pero estamos en contra de tener que mantener a una familia con privilegios heredados que obviamente no ha sido elegida democráticamente y que, además, no debe rendir cuentas", afirmó.

Al ritmo de música de jazz y entre tazas de café y pasteles, podía verse a gente con camisetas que rezaban "cortadles la cabeza", en alusión a revoluciones contra la realeza, o "soy ciudadano, no súbdito", mientras los niños jugaban con falsos instrumentos de decapitación.

"Esta fiesta es el único lugar de Londres donde se puede permanecer cuerdo", declaró a Efe Phil Wood, de 50 años, quien se lamentó de la dificultad de captar más adeptos a la causa republicana en el Reino Unido -actualmente constituyen entre un 20 y un 25% de la población, según las encuestas- debido, según dijo, "al favoritismo monárquico de la mayoría de los medios de comunicación".

Kate acude a la fiesta con otro vestido

Tras una jornada llena de emociones, en la que Londres se volcó con la boda, los recién casados se tomaron unas horas de descanso en Clarence House, la residencia oficial del príncipe Carlos.

Después, Guillermo y Catalina, los duques de Cambridge, regresaron al palacio de Buckingham para participar en la fiesta nocturna que el príncipe Carlos de Inglaterra ofrecerá a unos 300 invitados.

Catalina dejó su vestido de novia y eligió otro diseño de Sarah Burton, que trabaja para la firma del fallecido modisto Alexander McQueen: un vestido de noche blanco satén con una falda circular adornada con brillantes bordados en torno a la cintura.

El príncipe, como el resto de los invitados masculinos, acudió vestido de esmoquin para una velada que incluirá música y baile para los familiares y amigos más cercanos y que no se descarta que se prolongue hasta bien entrada la madrugada del sábado.

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