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es Moda

La vulgaridad, a flote en las playas

¿Qué ocurre cuando se cae el disfraz? El cuerpo habla por sí solo.

 

Francisco de Quevedo decía que no se debe mostrar la verdad desnuda, sino con camisa. Célebre frase que nos invita a pensar que a menudo esa verdad se maquilla, esconde y viste para que la ropa cierre el pico y, quizá –sólo para quienes sepan apreciarlo- la moda hable. Es decir, esa búsqueda de la coherencia entre el pensamiento que se está divulgando o el estatus que se está promocionando y la ropa que lo acompaña. Ya decíamos en otros artículos aquello de que la moda es la última piel de la civilización, aludiendo a Pablo Picasso. Pero, ¿qué ocurre cuando esa última piel se quita, y solamente nos quedamos con la primera?

Esto es lo que vemos en las playas en época estival, sobre todo, cuando la aglomeración empieza a saturar la naturaleza con todo tipo de indumentaria, artilugios, y demás pamplinas. De pronto, se cae el disfraz bajo el que muchos -por desgracia o por fortuna- se esconden. El cuerpo habla por sí solo: desde gustos estéticos, hasta la salud y la edad de los individuos que vemos. Y a eso le sumamos el lenguaje corporal, las prácticas realizadas en la arena, e incluso conversaciones que a veces llegan si ciertos individuos no regulan idóneamente el tono de voz con el que se comunican.

Elección perfecta del bañador masculino

Desde que los Clinton combinaron a la perfección el color de sus bañadores para un romántico paseo por la playa –ejemplo de un acertado "posado-robado"-, hasta David Cameron con aquel bañador en color azul, siempre fueron instantáneas esperadas y comentadas.

Los políticos pueden cometer graves errores, y los asesores de imagen de Mariano Rajoy temen que se le saque una fotografía poco apropiada en este mes de agosto que le afecte de manera negativa, ahora que para él son vacaciones, y mientras que otros muchos no se las pueden permitir.

El bañador turbo rara vez ha quedado bien a ningún hombre –si no es para jugar al waterpolo -deporte que nos recuerda el gol robado esta semana que nos empataría ante Croacia-. Seguro que a más de uno también se le viene a la cabeza la imagen de Felipe González con esos calzones turbo durante uno de los veranos de su mandato. Sin duda alguna, corrían otros tiempos, y tenían mejor acogida. Pero sin irnos tan lejos, Andrés Iniesta abandonó los turbo para dar paso a bañadores que llegan hasta la rodilla.

Pero no hay que ser político para darle importancia a estos asuntos. Para la complexión de cada hombre, hay un traje de baño que favorece más que otro.

Empecemos por aquellos hombres altos, de piernas largas. Si se quiere evitar parecer un jugador de baloncesto, se recomiendan bañadores que sobrepasen las rodillas –esta tendencia la pusieron de moda los surfistas-, y, si es posible, que su estampado sean rayas horizontales, para ensanchar, en lugar de alargar.

Si por el contrario, hablamos de una altura a lo Sarcozy, o sea de reducida estatura, se buscaría el efecto óptico contrario al anterior. En lugar de acortar las piernas, hay que "alargarlas" con bañadores cortos, por encima de las rodillas.

Pero si no se trata de altura y estamos hablando de grosor, para aquellos que son de complexión delgada se debe buscar el efecto óptico que les haga ganar en volumen mediante estampados llamativos, como flores o cuadros. Para los que tienen una complexión corporal más ancha, se recomienda colores oscuros, y los bañadores no deben ser ni holgados ni estrechos. Y, si se quiere añadir algún diseño y si la tendencia visual del cuerpo es a lo ancho y no a lo alto, las rayas deben ser horizontales.

De sombrillas y de chancletas

Cuando estudiamos el nacimiento de las tendencias, no es fácil averiguar por qué el look de una Lady Gaga, por ejemplo, abunda en Inglaterra. Sin embargo, el fenómeno de que millones de pies calcen los mismos zapatos, es un tema algo más complejo.

Los ‘thongs’ o chancletas –también las llaman ‘hawaianas’ o ‘flip-flops’- estaban muertas de la risa hace algo más de una década. En los 90, paulatinamente empezaron a verse en las tiendas, y, en 2000, todo el mundo vestía ya con ellas. Pero no sólo para la playa, sino también para hacer turismo en ciudades, acompañando una ropa semi-formal con un calzado totalmente inapropiado. Claro está es que no todas las chanclas han tenido la misma aceptación social para el urban-chic. Por ejemplo, las chanclas o sandalias de pescador en colores fosforitos visten, tanto los pies de niños como de adultos, en todas las playas desde 2005, pero no hay llegado a la urbe de momento.

Y a la sombrilla tradicional de toda la vida –esa que se clava por el padre de la familia cual bandera, sutil metáfora de conquista de ese micro-territorio- le ha salido un competidor: las tiendas de campaña. No hemos descubierto lo suficiente sobre su finalidad. ¿Protegerse del sol en horas punta, lo cual tiene bastante razón de ser?, ¿un rincón para prácticas lascivas que no han de ser vistas? El interés sobre esta cuestión no reside tanto en la estética de semejante utensilio, sino en la curiosa proximidad de la gente al plegarse unos a otros, siendo esto último una moda que vuelve cada verano.

A primera hora de la mañana, se llega a la playa y se ocupa un sitio. Llegan los demás, y, ¿dónde su ubican? Es curioso, muy curioso, pero se asientan alrededor de uno, a pesar de que tienen más espacios alejados y libres. Por no hablar de la psicología grupal de acudir a aquellos trozos de playa donde más gente se ve: a menudo la mayoría es inteligente, y ocupa las zonas donde menos piedras hay en el mar, por ejemplo. No obstante, con también no menos frecuencia muchos tienden a creer que esto funciona como en los restaurantes: "si está lleno, es que se come mejor". En la playa no siempre es así. Hay un miedo generalizado a la soledad. A no poder escuchar de lo que habla el vecino.

Y, ¿qué es de las modas de la práctica del deporte? Deportes sedentarios. Las palas de toda la vida. Las personas juegan en la orilla del mar, y, en algunas ocasiones, no esperan ni a moverse detrás de la pelota; esperan que la pelota vaya a la pala o que el oleaje del mar se la traiga.

Por último, no hay nada más desagradable que el mantero de turno, que no sólo insiste en que se compre alguna de sus malas imitaciones, sino que, en ciertas ocasiones, se toma el atrevimiento de despertar a más de uno. ¡Y no hay, de momento, manera de regular esto! Vemos "Vuittones" plastificados, "Armanis" torcidos y mal confeccionados o "Pradas" con los hilos colgando. Si el top-manta perjudicaba –antes del auge de las descargas de Internet- a los cantantes en tanto en cuanto vendían menos discos, las imitaciones de las firmas de ropa de lujo no perjudican a las marcas que copian, sino a su competencia en cuanto al precio del producto: Zara, Blanco, Shana y demás empresas que venden los bolsos por una media de entre 20 y 40 euros –mismo precio que piden los manteros-. El que puede permitirse uno por 1000 euros, por decir una cantidad, no se le pasará por la cabeza hacerse con una imitación.

Detalles que desentonan con la naturaleza

La moda de los tatoos y piercings, por ejemplo, es otro ejemplo de vulgaridad que se ve en la playa. Tales perforaciones de la piel delatan a más de uno, incluso a individuos de edades avanzadas. El pasado les persigue, y queda intacto en el presente para revelar información.

A primeros de julio, la Fundación Rey Juan Carlos organizó un curso en Aranjuez bajo el título Las nuevas fórmulas de Comunicación: redes Sociales y códigos no verbales. Presenciamos la mesa redonda de "La Imagen del Poder" en donde algunos expertos de la estética daban consejos a universitarios jóvenes de cómo vestir a la hora de enfrentarse al mundo laboral y el de las duras entrevistas. No tardó demasiado en salir el debate, por parte de los asistentes, sobre qué hacer con los tatuajes y las perforaciones.

José María Galiacho, uno de los ponentes de la mesa redonda y autor del libro El Manual del Perfecto Caballero, aconsejó que es preferible esconder los tatuajes y quitarse los piercings para las entrevistas de trabajo. No obstante, otro de los ponentes, el fotógrafo Bernardo Paz, conocidísimo por vender instantáneas exclusivas de famosos a revistas de prensa amarilla, atestiguó que, aunque de momento deben evitarlo, en unas décadas serán ellos los que realizarán las entrevistas de trabajo, por lo que verán con normalidad este tipo de "decoración".

Ya las tribus de la Polinesia pigmentaban el cuerpo de las personas, intentando no dejar ninguna parte al descubierto. La perforación corporal era también un rito con el fin de marcar la pertenencia a una tribu, práctica que no se aleja mucho de la actualidad. Las mujeres de la tribu Masái deformaban sus bocas con una especie de discos aumentando el tamaño de la cavidad bucal y alargaban sus lóbulos. Por no hablar de los tatuajes propios de la cárcel. Todo este tipo de perforación y pigmentación ha tenido un objetivo de reconocimiento, bien sea de un delito que se ha hecho en el pasado, o de la pertenencia a un colectivo determinado.

Y todas estas prácticas afloran en los famosos años de la Margarita, con las protestas contra la Guerra de Vietnam, el auge de las ultrafeministas con la quema de sujetadores –hoy, curiosamente, nadie protesta atacando esta prenda de lencería femenina-, el romántico-idealista y utópico lema flower power o el summer of love y los hippys que protestaban en Ibiza, siendo en realidad niños de familia ‘bien’ que pretendían llamar la atención con los armarios repletos de peludos abrigos afganos, ponchos sudamericanos, faldas agitanadas y camisas de estopilla de origen hindú. Libera tu mente y después la ropa, pensaban. Entonces el tatuaje y el piercing volvió a tener espacio con el movimiento punk a modo de selva trasladada a las principales capitales europeas.

Estaba de moda llevar el pelo teñido y peinado hacia arriba, si es que no lo llevaban rapado parcial o totalmente. Esto nos hace pensar, a más de uno, en los indignados y en el look de ‘enamorarse es superguay’ del anuncio de Loewe. ¡Todo un movimiento contra la ética de la paz y del orden, y paradójicamente, a favor! Se decoraban las camisetas con imperdibles, hojas de afeitar, roturas, tachones... Pero insistimos, no hace falta intentar recordar la segunda mitad de la década de los 60 y todos los 70, y su perfecta herencia en los 80; basta con pensar en el 15M.

¿En qué universidad, con diferencia, de Madrid hay más estudiantes con piercings y tatuajes, y que, además, casual o causalmente, son simpatizantes de los movimientos anti-sistema? Sería interesantísimo hacer un estudio sociológico sobre esto.

Por cierto, hablar de tatuajes nos recuerda a los horribles tribales de la equipación española que estamos viendo estos días.

Posiblemente a largo plazo esté de moda no tener nada tatuado. Mientras tanto, siempre podemos tomar como ejemplo de vulgaridad en la playa la imagen de Leire Pajín el pasado verano con ese horrible bañador en color morado con una mariposa y cuyo sujetador del traje de baño no era su talla más acertada. Imagen difícil de borrar, seguramente, para más de uno.

En la playa ya no hay maquillaje que valga; no hay tacones que portar, ni corbatas que poner para ganar seriedad o atractivo. A Dragó ya le quedan menos espacios vírgenes que seducir. La vulgaridad campa a sus anchas en las playas españoles, y en las de casi todo el mundo, allí donde el turista de clase media ha ido a colonizar, gastándose sus ahorros, las tierras.

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