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Año Uno: delirio Bíblico cavernario

Como menciona algún crítico norteamericano, Año Uno podría ser la visión del Antiguo Testamento de los cómicos del Saturday Night norteamericano (el bueno, para entendernos). El problema es que el film da la impresión de ser eso, una sucesión de sketches desiguales y demasiado fáciles.

Como menciona algún crítico norteamericano, Año Uno podría ser la visión del Antiguo Testamento de los cómicos del Saturday Night norteamericano (el bueno, para entendernos). El problema es que el film da la impresión de ser eso, una sucesión de sketches desiguales y demasiado fáciles.

Si no le pedimos coherencia argumental a Ángeles y demonios tampoco se la vamos a pedir a Año uno, bufonada por la que desfila la mitad del lobby de la comedia norteamericana actual, televisiva y cinematográfica. La odisea de la primitiva pareja protagonista abarca desde la era cavernaria hasta el amanecer del cristianismo. Y quizás son demasiadas parodias en una, incluso para Harold Ramis, director capaz de honestos trabajos en la comedia como Atrapado en el tiempo y Una terapia peligrosa, y que aquí no anda demasiado lúcido.

Año Uno adorna las gracias de sus protagonistas con un guión nulo que se limita a acumular situaciones muy pobres a una velocidad de vértigo, mera excusa para que Jack Black y Michael Cera se dediquen cada uno a lo suyo, a la actuación excesiva el primero y a la de ingenuo embobado el segundo. Bien es cierto que el evento depara no pocas sonrisas y alguna carcajada, que es de lo que se trataba, pero la monotonía que transmiten ambos con su actuación monocorde se empieza a transmitir al público, tras varias películas.

De todas formas, no se le puede acusar ni a Ramis ni a su pareja protagonista de  presentar una comedia desangelada o pretenciosa, aunque todo se quede en una sucesión de viñetas. Ninguno de los tres desaprovecha la oportunidad de hacer un chiste tenga o no gracia, sacrificando toda coherencia fílmica e incluso de la broma en sí misma, acercando sus referencias más a las comedias de los Zucker que a las del Apatow más actual, apostando por la pura acumulación y no por perfilar personajes, diálogos y, en definitiva, un buen producto.

Precisamente Judd Apatow, verdadero trampolín de la comedia actual norteamericana, produce el evento, pero parece demasiado encantado de conocerse como para imponer cierto orden. Año uno da la impresión de querer hacer del cartón piedra su carta de presentación, tanto en su factura como en la naturaleza del chiste, y el resultado tenemos que cogerlo con (curiosas) pinzas, aunque podamos recordarla con cierto aprecio dentro de ese traumático saco de películas malas divertidas.

En Chic

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