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Australia: Amanerada simulación de cine clásico que no pasa de entretenida

Australia trata de conjugar demasiadas cosas en demasiado tiempo. Aún así, la abultada cinta de Baz Luhrmann ofrece buenas intenciones a raudales, aunque en todo momento al Frankenstein se le vean las costuras.

Australia trata de conjugar demasiadas cosas en demasiado tiempo. Aún así, la abultada cinta de Baz Luhrmann ofrece buenas intenciones a raudales, aunque en todo momento al Frankenstein se le vean las costuras.

LD (Juanma González) Híbrido entre western, film de época, drama romántico, cine bélico e incluso comedia, Australia disimula el caos resultante de meter en la batidora tantas referencias con su deseo, o mejor dicho, el entusiasmo de su director en sorprender al público. Al final Luhrmann no reinventa nada, más bien al contrario: su sensiblidad choca con el material que maneja. Sin ser el anticipado desastre que algunos han vendido, ni mucho menos alcanza sus objetivos.

Confeccionada como aglomeración de todos los talentos, temas y paisajes del cine australiano, Australia atrae por la necesidad de su director de cantar en falsete, y al final naufraga precisamente por eso mismo. El film comienza con el clásico romance entre dos diferentes condenados a entenderse. Nicole Kidman aparece aquí sobreactuada, aunque mejora algo a medida que la cinta avanza. Pero Hugh Jackman demuestra que es una bomba capaz de alzarse por encima de cualquier producto, no sólo su impecable porte de animal, de macho de calendario –que Luhrmann subraya con rotulador fosforito, en su estilo, para alboroto femenino-, sino porque resulta convincente y divertido sobre cualquier afectado amaneramiento urdido por el director.

Más tarde, Australia se desliza con comodidad por los territorios del western y el romance. Y sólo tras el agotamiento de la trama relativa a la finca que Sarah Ashley y Drover consiguen sacar adelante (y donde la película debió quedarse), todavía quedan tres cuartos de hora donde la Segunda Guerra Mundial hace acto de aparición para intentar arruinar la vida de sus protagonistas. Por el camino y por si no fuera suficiente, Luhrmann no se ha olvidado de sugerir algún comentario social y de advertirnos del racismo de la sociedad australiana de la época: Australia, como su título indica, también trata de retratar el alma de todo un país tras la pasión de su pareja principal. 

Un servidor, que encontró insoportable la revisión de Luhrmann a ritmo de videoclip de Romeo y Julieta, y que nunca acabó de entrar en Moulin Rouge, se ha encontrado los mismos defectos que en aquellas, magnificados y elevados a la máxima potencia, si bien a la vez sujetos por el férreo empeño en, ante todo, entretener con una montaña rusa ideal para el periodo vacacional.

Tras una confusa presentación de personajes en las que sale a relucir el sentido del humor de su director, y un innecesario montaje que no hace sino confundir a la platea, Australia nos reserva sus mejores momentos en su primera mitad (aquella en la que su autor revisa todos los tópicos del western y los baña en su estilo premeditadamente artificial). Mientras se mantiene fiel a esa premisa mantiene al público razonablemente interesado: es entonces cuando Luhrmann ofrece los mejores momentos de Australia, como esa set piece de las reses avanzando hacia el acantilado (y en la que desaparece uno de los personajes principales, en el mejor instante del film) o la posterior borrachera que supone el primer acercamiento romántico de sus protagonistas.

Pero el director de Moulin Rouge no podría presumir de gran espectáculo sin episodio bélico, sin tragedia, y sin tratar de ofrecer dos películas en una. Es aquí cuando el castillo de naipes se derrumba por la inseguridad de su director, y cuando todos los clichés pasan definitivamente su factura al necesitar de algo más que una estética de cómic. El film fracasa en sus últimos cuarenta y cinco minutos, cuando todo esa fingida imitación del cine clásico de gran hechura pasa factura y el dramatismo de Luhrmann se revela insuficiente. El caos del matrimonio forzado entre old style y el new style ya molesta, la crisis de los amantes resulta artificiosa y poco preparada, y encontramos lagunas en una trama que no cierra. Baz Luhrmann, director cuyo fuerte no es la autenticidad, se deleita salpicando de géneros el lienzo y otorgando de una innegable sensibilidad fantástica todo lo que toca. Pero el voluminoso artefacto necesita de más para volar y dar vida a sus personajes.

Por eso, en ocasiones Luhrman nos sorprende solucionando nudos que el público no sabía que había planteado (la paternidad del muchacho mestizo, por ejemplo), y las escenas de acción finales carecen del dramatismo y la épica buscada, son una mera excusa para un reencuentro que se preveía hace muchos minutos.

Pero lo cierto es que las más de dos horas y media de Australia pasan razonablemente rápido, y a pesar de todo el público recibe una suficiente dosis de diversión, romance, épica y drama para todos. Pero ni tiene ni la grandiosidad buscada ni, sobre todo, el dramatismo necesario para asentarse como el gran film, con mayúsculas, que pretende ser.

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