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El circo de los extraños: ¡Más niños góticos, es la guerra!

El circo de los extraños, cuya tardía llegada (en EEUU se estrenó en octubre pasado) sólo se explica por el oportunista deseo de aprovechar el rebufo vampírico de la saga Crepúsculo, destaca por algunos momentos disparatados que aprovechan lo grotesco de su escenario y la crueldad de mentirijillas del cuento.

El circo de los extraños, cuya tardía llegada (en EEUU se estrenó en octubre pasado) sólo se explica por el oportunista deseo de aprovechar el rebufo vampírico de la saga Crepúsculo, destaca por algunos momentos disparatados que aprovechan lo grotesco de su escenario y la crueldad de mentirijillas del cuento.

Darren, tras acudir a un show circense de seres que parecen salidos de la mente de Tod Browning, acaba formando parte de tan extraña comunidad. Guiado por un vampiro amistoso, se verá obligado a liderar una batalla secreta contra los letales enemigos de su nuevo colega, mientras lucha por conservar lo que le queda de humano.

Lo mejor de todo esto es una primera parte donde conocemos ese circo de los extraños inspirado en La parada de los monstruos, además de esos pasajes donde se juguetea con lo políticamente incorrecto, planteando la muerte de su protagonista y su despertar a una nueva vida vampírica. Todo esto, y algunos momentos debidos a cierta araña que se adueña de la función cada vez que aparece (fíjense su épica escapada en los pasillos del instituto, lo mejor de la película), son lo más destacable de una cinta de aventuras juveniles por lo demás fállida y atropellada.

Y es que todo cae en saco roto cuando toca desarrollar la trama. Entonces Paul Weitz y su coguionista Brian Helgeland se hacen un lío y ceden a la tentación de complicar las cosas en exceso con vistas a una posible saga que adapte otros tantos libros de los escritos por Darren Shan, según la moda de otras sagas literarias como Harry Potter o la propia Crepúsculo. El circo de los extraños acusa entonces un superávit de planteamiento y una excesiva indefinición de la trama (preñada, como en aquellas, de personajes sin utilidad concreta), que además acaba perjudicada por la entrada en escena de tópicos proféticos, némesis malvadas y guerras entre razas que son moneda de cambio en esas sagas de la última hornada.

De modo que el espíritu de sano y gótico cachondeo que resultaba tan refrescante al principio se pierde en las maneras de un Harry Potter deglutido sólo regular. Aún quedan criaturas ciertamente graciosas y muy buenos actores como John C. Reilly animando el cotarro, pero la mitología de la parada de los monstruos y la reivindicación del rarito que nos engancharon al principio se va en beneficio de otra desabrida guerra entre vampiros y vampiranos. Una pena.

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