El corredor nocturno apuesta todas sus cartas a un suspense antiempresarial”, quiere ser un thriller sobre el ahogo al individuo de las grandes corporaciones (como la notable Michael Clayton) pero tratada como un descenso personal a los infiernos de la culpa y la amoralidad de su protagonista (¿se acuerdan ustedes de El maquinista?). Pero el film ni siquiera llega a enseñar los dientes, y el madrileño Gerardo Herrero (que este domingo subió a recoger un Oscar por El secreto de sus ojos) no muestra aquí la sutileza, el sarcasmo y el verdadero espíritu crítico necesarios para ello.
El resultado es una película sobre vaguedades. El suspense (anti)empresarial es de brocha gorda, el psicologismo de la trama es de falsete, y todo se complementa con algunas pinceladas de drama familiar que tampoco rematan la faena. Gerardo Herrero quiere pero no puede y no encuentra la manera de arrancar un film demasiado aséptico y poco expresivo, que se queda en una débil sucesión de acontecimientos que nunca llegan a tener peso en el desenlace ni en el status quo.
En el lado positivo, señalar la voluntariosa aportación de Leonardo Sbaraglia, pero sobre todo la extraordinaria presencia de un Miguel Ángel Solá que, como el Al Pacino de Pactar con el Diablo, paladea cada sílaba y gesto de su personaje, y que se divierte muchísimo más que el espectador con un ambiguo canalla que parece estar en todas partes. Ambos sostienen todo el interés de un thriller de un alcance muy limitado que hubiera dado para más.