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Harry Potter y el misterio del príncipe: saga en piloto automático

El sexto film de Harry Potter llega dispuesto a ser uno de los más taquilleros del año. Las aventuras del mago se aproximan a su desenlace, pero se nota poco: el film, como los anteriores, nos deja a medias y sin pista alguna de qué es lo que hay bajo el conflicto con el malvado Voldemort.

El sexto film de Harry Potter llega dispuesto a ser uno de los más taquilleros del año. Las aventuras del mago se aproximan a su desenlace, pero se nota poco: el film, como los anteriores, nos deja a medias y sin pista alguna de qué es lo que hay bajo el conflicto con el malvado Voldemort.

Nuevamente, lo mejor de la función es la cuidadísima ambientación y el oscuro sustrato de la historia, de la que se nos vuelve a escamotear cualquier atisbo de desarrollo, y ya van seis películas. David Yates –director de la TV-series original en la que se basó la formidable La sombra del poder- se limita a entregar un espectáculo correcto y bien filmado, que no aburre a pesar de sus largas dos horas y media, pero que desaprovecha toda oportunidad de contar algo o cocinar una aventura adolescente como manda el canon.

Como siempre, sus responsables se las apañan más o menos para manejar un gran número de personajes sin que la trama se resienta, pero es que ésta no avanza nada de nada. Concluímos, pues, que Harry Potter y el misterio del príncipe es igual de visible o regular que casi todas las entregas anteriores -excepto la tercera parte dirigida por Alfonso Cuarón, que sí imprimió agilidad, aventura y terror a la historia- y que, por tanto, el estatismo sigue siendo la moneda de cambio en la franquicia.

El film propone como novedad de bulto a la intriga maligna el desarrollo de algunas relaciones entre los adolescentes, lo que en realidad se agradece y hasta se convierte en lo mejor de la función, dada la inoperancia de la conspiración de fondo. Sólo así podemos disfrutar un poco de la labor de la joven Emma Watson, y de un par de pinceladas adicionales a los secundarios habituales de la saga, pasmosamente desdibujados más allá de su idiosincrasia básica. La trama sentimental entre los protagonistas aparece tarde también, pero aparece, y al menos aporta matices cómicos al conjunto.

También se agradecen algunos elementos que tampoco pasan de anecdóticos, como el que se le ofrezcan algunos minutos más que en anteriores ocasiones a ese formidable intérprete llamado Alan Rickman, o la presencia de Jim Broadbent, nueva incorporación del reparto, y que está realmente magnífico.

Pero lo que cuenta de verdad son los elementos terroríficos y misteriosos, que si bien aportan instantes verdaderamente estupendos -y hasta inesperados en un film que puede ser visto por niños-, son sólo pasajes o instantes no cohesionados en una trama de conjunto, que nos dejan a medias en el dibujo de la amenaza maligna que quiere sustentar todo el entramado argumental de la larga saga. Y digo quiere porque de nuevo se confirma la pasmosa voluntad de su autora literaria, J.K. Rowling, de amagar lanzar la bola pero al final no hacer absolutamente nada. Las razones, personalmente, se me escapan.

Normalmente, suele ser peligroso defraudar las expectativas del público en este aspecto, aunque a sus responsables, en este caso, les ha salido gratis. Si éstos, J.K. Rowling incluida, deseaban tejer diversas intrigas y misterios más o menos independientes como en el caso de, por ejemplo, James Bond, no habría ningún problema. Pero el caso es que el enfrentamiento de Harry con Voldemort y el esperado regreso de éste son el hilo argumental de todo el cotarro, y en realidad aparecen presentados con cuentagotas, teñidos de una distancia que confirma un desinterés anunciado.

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