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Invictus: Clint Eastwood y la fascinación por Mandela

Invictus adapta el best-seller de John Carlin titulado "El factor humano", materializado bajo la mano de Clint Eastwood en un digno drama que navega entre lo íntimo y épico con la misma comodidad con la que su director va alternando tanto la faceta política como la deportiva en la historia.

Invictus adapta el best-seller de John Carlin titulado "El factor humano", materializado bajo la mano de Clint Eastwood en un digno drama que navega entre lo íntimo y épico con la misma comodidad con la que su director va alternando tanto la faceta política como la deportiva en la historia.

Clint Eastwood imprime su habitual serenidad y estilo a un film que adolece de garra, pero que a la vez se beneficia de todas las virtudes del autor de la memorable (y superior) Gran Torino. Aunque sin ser un film fallido, Invictus cae, sin embargo, en ciertas obviedades a la hora de tratar el siniestro tema del apartheid.

A pesar de que el film se beneficia de un devenir extraordinariamente ameno, el director no se molesta en ocultar cierta linealidad y simpleza en el trasfondo ideológico, que le resta empaque a la cinta. Eastwood no recurre nunca a la violencia, pero por momentos se ve tentado de hacer discursos políticos, y en este sentido  Invictus no tiene el peso específico necesario para justificarse. El film no es un retrato fiel de las dificultades de Mandela a la hora de construir un país, y resulta poco dramático en alguno de sus pasajes principales. Y sin tampoco caer en la caricatura o la afectación, no llega nunca a trascender. Pero todo ello no impide apreciar la vehemencia de su director, que habita, como siempre, en los pequeños detalles. La relación entre Nelson Mandela y el futbolista François Peinaar, y la confianza de Eastwood en unas interpretaciones ajustadas y emotivas de unos excelentes Morgan Freeman y Matt Damon, (atención a su acento en la versión original), resuelven la papeleta con creces.

Y es que la veteranía es un grado, y el esquematismo del material original es aprovechado por Eastwood para elaborar una narración enérgica y amena, que pese a esas aristas sin pulir –tanto a nivel de guión como estéticas- y ofrecer cierta impresión de abandono, resulta harto efectiva. Eastwood armoniza muy bien la dimensión íntima y la colectiva, el drama personal y lo puramente épico, y en ese equilibrio bascula el principal atractivo de Invictus. La sencillez, humildad, clasicismo y sinceridad que el protagonista de Gran Torino otorga a todos sus films y actuaciones desplaza la balanza hacia lo positivo, aunque la corazonada de que Invictus podría haber sido mucho mejor permanece en el espectador.

Eastwood hubiera necesitado trabajar algo más su guión y la puesta en escena, pero Invictus es un film agradable y ameno. La envidable experiencia y serenidad son ya un sello habitual de todo lo que toca el director, que remata -pese a todo- una película honesta y optimista.

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