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ESTRENO: 15 DE ENERO

La cinta blanca: Aquellos pequeños nazis…

La cinta blanca deja para la próxima la contundente visualización de la violencia típica de su director, el alemán Michael Haneke, pero da en realidad un paso adelante en su aplicado análisis de la maldad inherente al ser humano. Una película difícil de ver pero asequible en su fría verdad.

La cinta blanca deja para la próxima la contundente visualización de la violencia típica de su director, el alemán Michael Haneke, pero da en realidad un paso adelante en su aplicado análisis de la maldad inherente al ser humano. Una película difícil de ver pero asequible en su fría verdad.

La cinta blanca, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, escarba en traumas colectivos hasta hallar la raíz misma del mal, desarrollando una pausada y malévola crónica del mayor desastre ocurrido jamás, presentado aquí en su estado larvario. Hay en La cinta blanca una crueldad casi insoportable, presentada sin asomo de ironía y que acompaña al espectador horas después de su salida del cine, y que, conociendo de qué pie cojea cada uno, hace hasta cierto punto comprensibles los mimos con los que la crítica especializada ha enterrado la película.

El caso es que, a lo largo de las más de dos horas de metraje en blanco y negro, vamos conociendo a los habitantes de una tranquila aldea protestante del norte de Alemania, penetrando en sus hogares y presenciando sus problemas con creciente preocupación. Lo que, en principio, parece un modo de vida aparentemente idílico, no lo es en absoluto: para Haneke la desidia y rigidez de estas comunidades fueron el caldo de cultivo que, tras la finalización de la Primera Guerra Mundial, acabarían propiciando el engendro nazi. Los niños que llevan la cinta blanca en el brazo –símbolo de bondad y pureza- son los mismos que van a perpetrar el crimen, apenas dos décadas después.

Lo que da una medida del talento de Haneke no es tanto el qué sino el como. A pesar de que todo cobra forma de fábula extraña, lo que el espectador acaba recibiendo es un baño de realidad. En esta ocasión ,el director de Funny Games no recurre ni a una sola escena violenta, y no necesita mentar ni una sola vez la tragedia a la que en realidad se está refiriendo, pero el mensaje es diáfano y claro.

Haneke va presentando un panorama humano desolador, sin permitirse disertaciones ni irse por las ramas un solo momento. La cinta blanca es una cinta universal en su retrato de lo mezquino. Un film tan sutil como afilado y directo, un puñetazo en la boca presentado sin aspaviento alguno, y un cortante bisturí que explica lo inexplicable y desciende al abismo humano sin demagogias. Literalmente enterrada en premios –y lo que le queda todavía-, la película empieza como un cuento bastante perturbador con aroma terrorífico, muy a lo El pueblo de los Malditos, pero acaba siendo un severo correctivo moral apoyadO en hechos verídicos, que destila mala baba y bilis a raudales.

Haneke teje con minuciosidad teutona una red de personajes y situaciones con un dominio narrativo que apabulla –ni un solo tiempo muerto, ni un solo diálogo o imagen fuera de lugar-  y que desarma los trapos sucios de cualquier otra ficción reciente. Es tan densa y agotadora como fascinante y medida. Y en este punto no caben malentendidos, guste o no.

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