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Legión: Un Terminator con alas frente al Armagedón

El póster de Legión es extremadamente significativo. Paul Bettany interpreta a un ángel que huye del cielo para proteger a la humanidad y a un nuevo Jesucristo, ante la inminente llegada del Armageddon. Y para ello tiene un maletero lleno de armas.

El póster de Legión es extremadamente significativo. Paul Bettany interpreta a un ángel que huye del cielo para proteger a la humanidad y a un nuevo Jesucristo, ante la inminente llegada del Armageddon. Y para ello tiene un maletero lleno de armas.

Legión funciona como un convencional y previsible remedo de películas que son mejores que ella misma, como fueron Terminator o Asalto al Distrito 13. De la primera toma la estampa de un protector de la humanidad tan amenazante como invencible. Y de la segunda el recinto cerrado en el que los protagonistas deben resistir al acoso exterior. No obstante, su aroma a western crepuscular, su filosofía repleta de pesimismo pulp y el talento visual con el que Scott Stewart decora la función, hacen que se trate de un producto mediocre, pero la mar de simpático.

El rostro pétreo y misterioso de Paul Bettany es el adecuado para dar cuerpo a esta suerte de ángel caído, exterminador y humanista, que pide a gritos una secuela de las de directo a DVD. Y el reparto, preñado de caras conocidas de estrellas venidas a menos (a destacar un Dennis Quaid que también se toma la función con el adecuado cachondeo) confirma que Legión no es en ningún caso una superproducción, sino una serie B con unos medios suficientes y muy bien aprovechados.

El director, el debutante Scott Stewart, gradúa bien los golpes de efecto y la acción, aprovecha el escenario desértico y, con la ayuda de una buena fotografía, hace que el film parezca mucho más de lo que es. Y es una pena que no hubiera pisado el acelerador con la violencia, pues es en los momentos en los que se pasa de la raya cuando el film gana enteros. Stewart tiene pulso y gradúa la simpática acción con cierta gracia, inventándose un par de escenas originales que maquillan el hecho de que Legión es un subproducto debido a mil películas anteriores, que se viene abajo cada vez que sus actores hablan o escuchan.

Quienes no se hayan curtido en los videoclubs de los ochenta no podrán sacar partido de escenas como aquella que envuelve a una dulce ancianita (donde brillan con luz propia unos apañados efectos visuales, y que recuerda a esa joya incomprendida de Sam Raimi, Arrástrame al infierno), y otras como la terrorífica y prodigiosa imagen del heladero, que Scott Stewart sabe preparar muy bien aunque luego no le saque demasiado partido. El resto, absternerse, al igual que todos aquellos que no guarden en el recuerdo films como Terminator, Temblores o la filmografía completa de John Carpenter. El problema es que, a diferencia de estas últimas, lo que ocurre entre medias, sustos de baratillo y conversaciones vacías, apenas importa. Legión sólo es digerible si tiene de la complicidad del espectador, y aunque esté rodada con cierta clase es previsible a más no poder.

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