Menú
ESTRENO: 16 DE ABRIL

Nadie sabe nada de gatos persas: lo que oculta Ahmadineyad

Dos jóvenes músicos que acaban de salir de la cárcel deciden formar un grupo musical. Exploran el submundo del Teherán de ahora en busca de otros intérpretes. Planean escapar de su existencia clandestina y sueñan con actuar en Londres, pero, sin dinero y sin pasaportes, no será fácil...

Dos jóvenes músicos que acaban de salir de la cárcel deciden formar un grupo musical. Exploran el submundo del Teherán de ahora en busca de otros intérpretes. Planean escapar de su existencia clandestina y sueñan con actuar en Londres, pero, sin dinero y sin pasaportes, no será fácil...

El gran mérito del director Bahman Ghobadi es compaginar bien la necesaria denuncia a un régimen dictatorial, y la pura y dura simpatía hacia sus personajes principales. El sentido del humor que aparece esporádicamente a lo largo de Nadie sabe nada de gatos persas no resta un ápice de crítica y logra que nos identifiquemos con la odisea cotidiana de unos jovencísimos músicos alternativos, convertidos en delincuentes por obra y gracia del régimen de los Ayatolás.

Ghobadi logra que el opresivo entorno sea verosímil y exprime bien a su trío de actores principales (sobre todo a Hamed Behdad, el improvisado mánager de la pareja), y realiza un drama bastante descriptivo que no busca la compasión gratuita ni el sentimentalismo barato. Hay en Nadie sabe nada de gatos persas un tono comprensivo y ligero que asimila la película al cine independiente norteamericano, más que a la cinematografía iraní, lo que resulta muy coherente con la actividad de sus protagonistas, músicos de rock indie y alternativo que buscan salir de Irán para tocar en Londres.  

El tono dramático y realista del film no es impedimento para que Ghobadi exhiba cierto músculo en las escenas cómicas, algo que multiplica el impacto de los momentos más dramáticos, que nos suelen coger desprevenidos. El director muestra poco la brutal policía del régimen pero no da concesiones al presentar sus resultados, retratando a los basij como un monstruo sin cara que no cesa en su acoso.

Lástima que el impacto del film quede amortiguado por una narración reiterativa y una marcada indefinición de los personajes, vicios típicamente indies, que además no cristalizan en un desenlace adecuado. El recurso de Ghobadi de interrumpir la acción con números musicales deja de funcionar una vez captamos la naturaleza cruel del entorno, y entonces Nadie sabe nada de gatos persas se vuelve un film repetitivo, festivalero, que precipita los acontecimientos del final de forma burda y algo timorata, y al que su propia apuesta estética se le vuelve en contra.

Pero aún así nos encontramos con una película bienintencionada y valiente (fue filmada en Teherán de modo clandestino, pero cualquiera lo diría viendo el notable provecho que Ghobadi saca al formato panorámico y la profundidad de campo) que, aunque pierde fuerza por culpa de amaneramientos típicos de festivales de Occidente y el cine minoritario, resulta recomendable.

En Chic

    0
    comentarios
    Acceda a los 1 comentarios guardados