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Robin Hood: La leyenda se hace cine con mayúsculas

En Robin Hood no veremos en acción al bandido que todos conocemos, sino poco menos que a un desertor del Ejército del Rey Ricardo, que por obra y gracia de las circunstancias y el destino, acabará usurpando la identidad de un noble de Nottingham y salvando Inglaterra.

En Robin Hood no veremos en acción al bandido que todos conocemos, sino poco menos que a un desertor del Ejército del Rey Ricardo, que por obra y gracia de las circunstancias y el destino, acabará usurpando la identidad de un noble de Nottingham y salvando Inglaterra.

Robin Hood sorprende por la energía y brío con la que Ridley Scott anima la narración y por la excelente presencia de Russell Crowe, que demuestra de nuevo ser de los pocos actores capaces de llevar todo el peso de una película épica. Además, el film gusta por el tono adulto y denso que adopta el relato, más pendiente de asombrar con sus personajes y su multitud de motivaciones que con el último grito en escenas de acción. El resultado es un film oscuro, maduro y definitivamente apasionante, que no participa de la progresiva infantilización del cine hollywoodiense, tan pendiente de demográficos más atentos al último videojuego que al cine de verdad.

Eso no quiere decir que Robin Hood no sea un film entretenido. Ofrece acción, drama, romance y humor en cantidad suficiente para agradar a todos. Llama también la atención que Scott ha reducido el nivel de violencia del film, probablemente para llegar a un público más amplio o porque, simplemente, tampoco lo necesita. Incluso cuando Scott ha hecho una película mala la ha dirigido con meticulosidad, y tampoco Robin Hood se libra de algunos defectos habituales del director y que también tenía la espléndida Gladiator, sin duda el punto de referencia de sus creadores a la hora de confeccionar el film.

El guión de Brian Helgeland ofrece exposición y trama a toneladas, aunque el extraordinario peso que le otorgan sus actores y la estilizada y potente dirección de Ridley Scott (que pese a ello potencia el relato y no la acción) hacen que el ritmo nunca decaiga a pesar de las más de dos horas y veinte que dura el film. El británico da una nueva muestra de que es un director absolutamente seguro de sí mismo y, como una suerte de Clint Eastwood de estética más cuidada, es capaz de facturar una película notable tras otra con pasmosa facilidad. Robin Hood ofrece así mucho más que reproducción de época (brillante) o mera aventura: el film se sostiene por la solidez de su planteamiento y desarrollo, por mucho que Scott precipite los acontecimientos de la última media hora de cinta y se vea obligado a darle un desenlace de pura acción.

El caso es que para el que esto suscribe lo importante es el indescriptible brío con el que Scott narra el film. El director de Black Hawk derribado y El Reino de los cielos no se detiene ante nada y hace avanzar las densas dos horas y veinte del film con una energía y entusiasmo implacables, demostrando que sigue siendo capaz de dar diez lecciones de cine a Jon Favreau, autor de la olvidable Iron Man 2, y otros tantos directorcillos de acción actuales, pese a sus más de tres décadas de dedicación. Sólo momentos como la llegada de Robin a Nottingham y su primer encuentro con Marian (escuchen aquí la música de Marc Streitenfeld, colaborador habitual del director), o la emoción de determinados instantes (la última y definitiva flecha que Hood dispara sobre cierto personaje, y que Scott muestra a cámara lenta) pagan el precio de la entrada. Scott lo adorna todo con imágenes brillantes (fíjense en la escena en que Robin y sus hombres plantan semillas en plena noche americana, después de robarlas a las tropas del Rey) y momentos intensos o divertidos, todo ello bañado con una fotografía y diseño de producción perfectos.

Todavía es demasiado pronto para saber si será de las mejores películas del año, pero tampoco lo necesita. Robin Hood no es sólo una maravilla, es un ejemplo de buen cine.

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