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The Karate Kid: Dar cera no, quitar chaqueta

La fulgurante trayectoria comercial del remake The Karate Kid ha sorprendido a propios y extraños. La película se ha convertido en uno de los títulos de más éxito de la temporada veraniega gracias a su combinación de comedia, drama y kung fu (y no kárate, como reza el título).

La fulgurante trayectoria comercial del remake The Karate Kid ha sorprendido a propios y extraños. La película se ha convertido en uno de los títulos de más éxito de la temporada veraniega gracias a su combinación de comedia, drama y kung fu (y no kárate, como reza el título).

Y bien pensado, no debería extrañar tanto. The Karate Kid es un producto competente que apela a la nostalgia de los ochenta, pero que ha adaptado muy bien la idea original a los nuevos públicos. Así, su protagonista Jaden Smith (hijo de Will Smith, no por casualidad productor del evento) aporta un componente racial novedoso. También se ha variado el escenario y se ha sumado una banda sonora repleta de machacones temas de rap. No obstante, The Karate Kid funciona porque, pese a seguir casi a pies juntillas el poco destacable original, parece asumir de frente su naturaleza de producto innecesario por la vía contraria a la de otros títulos que apelan a la nostalgia ochentera, como las recientes El Equipo A o Los mercenarios, (que es la de meter cuanto más ruido, mejor). Quizá por ello la película de Harald Zwart no causa ninguna reacción particularmente negativa.

Y es que The Karate Kid sorprende (relativamente) por asumir el melodrama familiar y personal como verdadero guión definitivo de la historia, convirtiendo las escenas de kárate (o más bien kung fu) en un mero cascarón de la misma, una digna y convencional historia de superación personal ante los retos de la vida. Lo malo es que, en contrapartida, el filme se extiende a lo largo de casi dos horas y veinte minutos, que debido a la simpatía que genera el producto tampoco se acusan demasiado, pero que son a todas luces excesivos. El director Harald Zwart dilata durante casi una hora la exposición inicial de la historia y los personajes, pero lo cierto es que a cambio se atreve a tomarse en serio la sustancia emocional de la misma, retrasando la irrupción del maestro todo lo posible y dando toda la cancha a los actores por el camino.

Lo que no quiere decir que la labor de éstos sea especialmente destacable. No obstante, hay que reconocer que tanto Smith como Chan (ciertamente apagado en el papel) desprenden algo parecido a química juntos, lo que unido a algunas escenas sorprendentemente auténticas y vivas (me viene a la cabeza las razones por las cuales el maestro Han tiene un coche en su salón) convierten a The Karate Kid en un film familiar que no cae en infantilismos, y que resulta natural y bienintencionado a más no poder.

Otra cosa que sorprende de The Karate Kid es el retrato humano de China, que pese a ser esquemático al máximo y recurrir en exceso al paisajismo, prescinde de mohines y de cualquier gesto de agresividad gratuita, dando la clave de un espectáculo modesto en su esencia y que no cae en ridiculeces místicas, por mucho que no acabe de calar.

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