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ESTRENO: 1 DE ENERO

Todos están bien: Qué duro es ser padre

Todos están bien es un remake del film de Giuseppe Tornatore estrenado hace diecinueve años. Sustituyendo al Mastroianni de la versión italiana, el film permite reencontrarse con un Robert De Niro de vuelta a la buena interpretación, en un film que combina dureza y azúcar con inesperada efectividad.

Todos están bien es un remake del film de Giuseppe Tornatore estrenado hace diecinueve años. Sustituyendo al Mastroianni de la versión italiana, el film permite reencontrarse con un Robert De Niro de vuelta a la buena interpretación, en un film que combina dureza y azúcar con inesperada efectividad.

La película de Kirk Jones tiene un par de ases en la manga. Y no me refiero sólo al manipulador, pero espléndido (por extraordinariamente efectivo) giro final hacia el drama. La historia de un jubilado viudo (Robert De Niro) que, incapaz de reunir a sus tres hijos en Navidad, decide emprender un viaje por todos los Estados Unidos para cenar con ellos por separado, es un conmovedor y muy agridulce melodrama que oculta bajo sus luminosas imágenes una sentida y aguda oda a la familia construida, esta es la novedad, desde sus recovecos más oscuros y trágicos.

De Niro brilla con luz propia (y hacía años que no lo hacía) como ese jubilado que, en el ocaso de su vida, busca reunir quizá por última vez a su prole, sólo para encontrase con una pasota e indulgente cortesía. Sus reacciones a los sucesivos encuentros con sus hijos (ya sean de sospecha, alegría o pena contenida) hacen creíble un personaje al que el legendario intérprete sabe insuflar alegría con una sutileza y contundencia dignas de alabanza. Si Todos están bien, film que coquetea peligrosamente con el pasteleo insufrible y la estimulación del lagrimal en plan arbitrario, no se desliza al abismo del dramón televisivo, es gracias a él y al efectivo plantel de secundarios (Barrymore, Rockwell y Beckinsale) que interpretan a su clan.

La sorpresa final enunciada más arriba se tolera gracias a que Kirk Jones sabe conservar cierta parsimonía y autenticidad europea en el retrato familiar, haciendo que el azúcar y las feas revelaciones que el afectado padre va descubriendo seduzcan al espectador. Por eso, y aunque reconocemos de lejos el preparado de lágrimas y kleenex que estamos presenciando, Todos están bien se ve y se disfruta como necesaria catarsis de la vapuleada institución familiar, expuesta de forma descarnada, pero con humor y sin ironía alguna.

Kirk Jones hace más o menos bien su trabajo tras las cámaras y rehaciendo el libreto original italiano, combinando humor bienintencionado y drama con sencillez, y apoyándose absolutamente en su intérprete principal y en sus secundarios. Y pese a no poder evitar cierto gusto por lo reiterativo (que parece inherente al diseño narrativo de la película) y el subrayado de la matraca sentimental, sabe extraer lo positivo de un film que sugiere, pero no muestra, los peligros de la inevitable descomposición familiar, de la amenaza de la muerte, para exaltar -a partir de una milimetrada exposición de su final-, el sentimiento familiar y la recomposición esperanzada de los lazos de una forma sentimental, pero casi irreprochable.

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