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Las broncas entre Suárez y el Rey

En el nuevo libro de Pilar Urbano se describen seis fuertes desencuentros entre el Rey y Suárez en los días previos al 23-F.

En el nuevo libro de Pilar Urbano se describen seis fuertes desencuentros entre el Rey y Suárez en los días previos al 23-F.

En la entrevista que publica este domingo el diario El Mundo, Pilar Urbano sitúa las discusiones en los días 4, 10, 22, 23 y 27 de enero de 1981 y en el día después del 23-F, el 24 de febrero. Unas discusiones que por la gravedad y elevado tono que describe Urbano bien podrían calificarse de verdaderas broncas.

Viaje relámpago a Baqueira

Aquel 4 de enero de 1981, mientras Suárez descansaba en Ávila, el Rey se reunía desde el día anterior con su amigo y tutor Alfonso Armada en Baqueira. El general le expresa su preocupación y le ofrece una "solución de Estado", dice Urbano, se refería al "golpe de timón" al "golpe de Gobierno". Sin esperar un minuto, el Rey llamó a Suárez y le citó de urgencia en Baqueira, a donde acude en helicóptero alarmado por la apresurada convocatoria. Cuenta Urbano:

"La reunión empieza sin crispación. Poco a poco se va calentando. No hay insultos, pero sí tuteos. Se hablan claro. El Rey le dice al presidente que, si no hacen algo, los militares se le echarán encima. Don Juan Carlos siempre tuvo miedo a los ejércitos (...) El mensaje de Armada fue muy claro: Suárez sobra y es urgente poner remedio a esta situación (...) El Rey habla con Suárez de un problema militar y de que Armada puede solucionarlo. Pero no le dice que Armada iría de presidente, sino que podría reconducir la situación. Don Juan Carlos traslada al presidente el panorama apocalíptico militar descrito por Armada, con varios golpes en marcha. La realidad es que había sido el propio Armada, con el CESID (Centro Superior de Información de la Defensa, precedente del actual CNI) y el comandante Cortina junto a civiles, políticos, empresarios, periodistas..., quienes habían puesto en marcha el ventilador para crear ese clima de ruido de sables. Se había ido creando un ambiente para que pareciera que antes de que llegara lo peor, un golpe militar puro y duro, lo intermedio, o sea, la Operación Armada, el golpe de timón o golpe de gobierno, sería lo mejor. El Rey le insiste a Suárez que son necesarios remedios extraordinarios. Y cuando Suárez le pregunta que a qué se refiere, don Juan Carlos, tras hablarle de ministros inteligentes, de que la oposición le está tendiendo la mano, de que se olvide de sus sueños de grandeza..., concluye: "Voy a serte franco, con otro hombre en la presidencia". Suárez vuelve destrozado a Madrid. Se da cuenta de que le han encontrado sucesor".

El Rey llega en moto

El 10 de enero de 1981 el Rey acude, sin previo aviso y en una moto al palacio de la Moncloa. Urbano describe la escena:

"Ese día hay una gran gresca entre los dos. El Rey solía llegar de improviso a Moncloa. Con su desparpajo conocido, pedía: "¿Me dais de comer? ¿Ha sobrado paella?". Esta vez la visita no era tan amigable. Quería hablar de una vez por todas con claridad con Suárez. Salen a dar un paseo por los jardines. "Vengo a hablarte de dos asuntos que alguna vez ya te he esbozado, pero hoy quiero resolverlos. Mi viaje al País Vasco y el traslado de Armada a Madrid". La conversación sube de tono. Un testigo me cuenta que el Rey y el presidente gesticulan cada vez de manera más ostensible. Armada, destinado en Lérida, es un tema tabú para Suárez. El Rey quiere traerlo a Madrid, al Estado Mayor, de segundo JEME. Es la bicha para Suárez (…) Es entonces cuando Suárez vaticina al Rey que Armada no es la solución al golpe militar del que el Rey le habla insistentemente, sino el problema (…) En un momento, el Rey coge al presidente del codo. Lo agarra para que se pare. Suárez, según mi testigo presencial, se desembaraza de un tirón (…) Un momento, no te embales, dice el Rey a Suárez, y éste le contesta: "Me embalo porque sé lo que digo; Armada es un enredador que vende humo, que vende conspiraciones, sediciones, sublevaciones. Y lo malo es que se las vende al propio Rey". Suárez se mantiene en sus trece y se niega a traer a Armada a Madrid. Ahí rompieron".

El perro de Zarzuela

El 22 de enero de 1981 es Suárez quien acude a Zarzuela, como cada víspera del consejo de ministros. Relata la periodista y escritora en El Mundo:

"Aquello ya no son desencuentros, ya están a mandoblazos, sobre todo por parte del Rey. "El Rey consulta, escucha y hace caso a cualquiera antes que a mi", se queja Suárez. Don Juan Carlos ve al jefe del Gobierno sin rumbo. Utiliza en algún momento la frase de Abril Martorell, íntimo y fiel colaborador de Suárez: "Eres un arroyo seco", sin norte ilusionante. Tras combatir en una esgrima de reproches, Suárez espeta al Rey: "Hablemos claro, señor, yo no estoy en el cargo de presidente porque me haya puesto ahí su Majestad". A lo que le contesta: "Lo que no es normal, por muy legítimo que sea, es que yo diga blanco y tú negro. Las cosas han llegado a un punto en que cada vez coincidimos en menos temas", expresa don Juan Carlos. El cruce de reproches crece en grados. "Me temo que empezamos a dar la impresión de dos jefaturas que en lo importante discrepan", dice Suárez. Y recuerda al Rey que es presidente por las urnas, en las que obtuvo 6.280.000 votos ( en 1979). “Tú estás aquí porque te ha puesto el pueblo con no sé cuántos millones de votos... Yo estoy aquí porque me ha puesto la Historia, con setencienteos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi propia familia. Discutimos si Otan sí u Otan no, si Israel o si Arafat, si Armada es bueno o poeligroso. Y como no veo que tú vayas a dar tu brazo a torcer, la cosa está bastante clara: uno de los dos sobra en este país. Uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar". Y seguía el Rey, “Aquí lo que hace falta es un gobierno fuerte, cohesionado, que cuente con una mayoría estable y que gestione. Por tanto, no voy a firmar el decreto de disolución”. La bronca crece y crece cuando el presidente recuerda al Rey que, según la Constitución, la disolución no corresponde al jefe del Estado y que éste no puede negarse a firmarla (…) Entonces, el Rey comete una indiscreción al recordar a Suárez que también el artículo 115 advierte que no se podrán “disolver las cortes si está en trámite una moción de censura”. Nadie había hablado de moción de censura. Se le escapó inconscientemente lo que le daba vueltas por la cabeza: una dimisión repentina invalidaría el plan de derrocarle por la vía intachablemente parlamentaria de la moción de censura. Y una disolución dejaría la Operación Armada en papel mojado. El Rey no quería que Suárez dimitiera todavía, ni disolviera las Cortes. Y de manera entre infantil y desesperada le dice a Suárez que no piensa firmar, que se irá de viaje, que se pondrá enfermo... La discusión subía y subía de tono. Llegaron a alzarse la voz con tal rudeza que el perro del Rey, Larky, un pastor alemán, tumbado en la alfombra del despacho eral, comenzó a ladrar y, excitado, se arrojó contra Suárez. “Casi me muerde los coj...”, me contó Suárez tiempo después”.

Un argumento armado

El 23 de enero cuatro tenientes generales acuden a Zarzuela a ver al Rey, que se encontraba cazando. Éste vuelve y decide llamar a Suárez, para que hablase con los cuatro militares. Eran Elícegui, Merry Gordon, Milans del Bosch y Campano López, de las regiones militares de Zaragoza, Sevilla, Valencia y Valladolid. Cuenta Urbano:

"Suárez llega en un rato a Zarzuela, "realmente éstos que hay dentro quieren verte a ti", le dice el Rey antes de ausentarse. Nadie se sienta y Suárez advierte a los entorchados que Zarzuela no es el sitio para hablar; que si quieren, él los recibe en Moncloa, que es la sede del presidente del Gobierno (…) Milans dice a Suárez que por el bien de España debe dimitir ya, cuanto antes. Y es cuando Suárez pide al luego golpista que le dé una razón para ello. En ese momento, Pedro Merry Gordon saca del bolsillo de su guerrera una pistola Star 9mm, se la spone en la palma de la mano izuqierda y mostrándola dice al presidente: "¿Le parece bien a usted esta razón?". El Rey, en la escalera, le advierte: "¿Te das cuenta de hasta dónde me estás haciendo llegar?". Y le reitera que la solución para evitar el golpe pasa por un cambio de Gobierno".

Suárez tira la toalla

El 27 de enero Suárez acude a Zarzuela y le dice al Rey que se va. Así lo recuerda Pilar Urbano:

"El Rey pregunta a Suárez "¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?", inquiere el Rey. "Que me voy, señor. Sí, he pensado muy seriamente que debo irme. Irme y, como decía Maura, que gobiernen los que no me dejan gobernar". El Rey escucha en silencio, sin mover un músculo. Con pose de rey, no de amigo. Asiste, impávido, a la explicación de Suárez, que se queja de tener el enemigo dentro. Él ya sabe, como me dijo años después Sabino, que estaba en marcha una moción de censura movida y encabezada por Armada (…) El Rey descolgó el telefonillo y llamó a Sabino: "Sabino, sube, sube inmediatamente". Cuando llega, don Juan Carlos le suelta: "Sabino, que éste se va". Ni un abrazo, ni un gesto. Como si se sintiera liberado. "¿Qué hay que hacer ahora? ¿Qué pasos? Es la primera dimisión de un presidente en democracia", pregunta el fiel secretario. Punto y final. Al día siguiente, el 28 Suárez lleva la carta de dimisión a Zarzuela. Su publicación en el BOE se retrasa durante semanas. El acto de Suárez de dimitir por sorpresa tiene enormes consecuencias porque deja a los golpistas, militares y civiles, sin argumentos para la sublevación."

El día después

El último encontronazo tuvo lugar el 24 de febrero de 1981, el día después del intento de golpe de Estado. Horas después de los incidentes, Suárez acude a la Zarzuela. Ya sabía que Armada había estado implicado hasta las cejas. Es el enfrentamiento más duro:

"Arriba, en la puerta, me espera Sabino. Me da un abrazo. Yo se lo tomo. Al que no se lo puedo tomar es "al otro". Entro en el despacho del Rey. Está vestido de uniforme. Es mediodía. Tiene allí a su perro Larky, el que me atacó la otra vez. Estamos solos, le tuteo.

- Nos la has metido doblada

- ¿De qué me hablas?

- Hablo de que, alentando a Armada y a tantos otros, jaleándolos, dándoles la razón en sus críticas, diciéndoles lo que querían oír de boca del Rey, tú mismo alimentaste el dichoso malestar militar (…) Sabes cómo entre el Guti (el general Gutiérrez Mellado), Agustín (Rodríguez Sahagún) y yo hicimos trigonometría para desplazar al quinto moño a los generales golpistas, a los que tú a la semana siguiente recibías; y cómo me opuse al traslado de Armada.

- ¿Pero tú te das cuenta de lo que dices... y a quién se lo dices?

- Sé demasiado bien a quién se lo digo. Esta situación la has provocado tú.

- Noooo. Al revés, la has provocado tú y la he evitado yo".

Y sigue contando Urbano:

"El clímax de la pelea verbal se alcanza cuando Adolfo advierte al Rey lo siguiente: "Quiero revocar mi dimisión. Traigo un estudio jurídico constitucional del proceso". Y saca el folio del bolsillo y lo despliega ante el Rey. Le anuncia que piensa hacer depuraciones en el Ejército, llegando hasta donde haya que llegar. "¿Me estás amenazando so cabrón? ¿Te atreves a hablarme de responsabilidades a mí? ¿Tú... a mi? Mira -le dice el jefe del Estado-, ni tú puedes retirar ya la dimisión ni yo voy a echarme atrás en la propuesta de Leopoldo. ¿Todavía no te has enterado de que ha sido a ti a quien le han dado el golpe? A ti, a tu política, a tu falta de política, a tu pésima gestión. ¿Responsabilidades? ¡Tú eres el auténtico responsable de que hayamos llegado a esto!". El rifirrafe entre los dos continúa y se despeña hasta el punto de que don Juan Carlos le dice: "O te vas tú o me voy yo", no sin recordarle que no podrá formar ningún gobierno de unidad "porque nadie va a querer ir contigo... Políticamente estás muerto. No revoques tu dimisión. NO intentes volver. Tienes que saber poner punto y final a tu propia historia". Viéndolo así, en pie, con el uniforme de capitán general y al otro lado de la mesa, Suárez se da cuenta, según él mismo contaba después, de que ese señor imponente que tiene delante es el Rey. "Junto los talones, doy un cabezazo, paso al usted y le presento mis excusas: “Disculpe Señor, me he excedido". Larky, el perro, esta vez no atacó"”.

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