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Aznar pide un rearme moral contra el terrorismo

Un comunicado de FAES asegura que la matanza de París es "un acto de guerra y exige un compromiso inequívoco"

Un comunicado de FAES asegura que la matanza de París es "un acto de guerra y exige un compromiso inequívoco"
José María Aznar. | Planeta

El expresidente del Gobierno y presidente de la Fundación FAES, José María Aznar, ha pedido un rearme moral para combatir el terrorismo, tras los atentados ocurridos la noche delviernes en París, que se han cobrado la vida de más de un centenar de personas y dejado decenas de heridos.

"Aún estremecido por la matanza terrorista de anoche en París, quiero dar mi consuelo a las familias de las víctimas, a los heridos y al conjunto de los ciudadanos franceses. La matanza de París es un acto de guerra y exige un compromiso inequívoco, consecuente, sin fisuras ni matices, con los valores de la civilización. La matanza de París demuestra que el terrorismo siempre podrá destruir fácilmente a pacíficos ciudadanos desarmados. Pero le será mucho más difícil hacerlo si la ciudadanía y sus gobernantes nos rearmamos moralmente, si comprendemos que la libertad y la paz hay que defenderlas, y que esa defensa tiene un precio".

En línea, la Fundación FAES, que Aznar preside, ha escrito un editorial urgente que reproducimos íntegramente:

París ha sufrido la pesadilla sangrienta y real del terrorismo yihadista que tenido su expresión más atroz en el asesinato masivo de los rehenes de la sala Bataclan. El número de víctimas es abrumador. La dimensión de los atentados y la destrucción de vidas que han causado produce sentimientos de consternación equiparables a los que suscitaron los atentados de Atocha y hace que nosotros los españoles vivamos esta tragedia con una especial cercanía emocional al pueblo francés.

Antes y después de que se derrumbaran las Torres Gemelas, antes y después de la masacre de los trenes en Madrid, antes y después de los autobuses reventados en Londres, de los asesinatos en "Charlie Hebdo" y el supermercado judío de París hace diez meses, el terrorismo yihadista apunta y ataca a ese Occidente de libertad, pluralismo y democracia que demoniza y al que odia. Si antes era Al-Qaeda y sus franquicias, ahora es el Daesh el que ocupa la primacía del terror, si es que esas líneas de diferenciación tienen sentido a la hora de perfilar la amenaza yihadista.

Por si hubiera duda, la masacre de París confirma con una claridad meridiana que el terrorismo yihadista no es una sucesión de actos aislados y reactivos sino una estrategia de guerra y desestabilización impulsada decisivamente por una interpretación belicista y rigorista del Islam que gana terreno en el mundo musulmán. Podemos aquietar nuestra preocupación haciendo el habitual recorrido por las supuestas causas que, a modo de sospechosos habituales, abarcan desde la administración europea de los territorios del extinto imperio otomano a la guerra en Siria, pasando por Israel y el conflicto palestino, la derrota de la Unión Soviética en Afganistán con el apoyo de Estados Unidos, la presencia norteamericana en Arabia Saudí desde la primera guerra del Golfo, Iraq, las primaveras árabes frustradas, y Libia. El problema es que estos análisis no suelen tener otra finalidad que la de convertirse en inculpaciones a Occidente con las que se crea un contexto comprensivo de estas atrocidades.

Lo cierto es que el yihadismo se muestra inmune a las dosis de "buenismo" y “soft power” que se han venido aplicando. Queda muy poco, si es que algo queda, de la nueva aproximación al mundo musulmán enunciada por el presidente Obama en El Cairo al comienzo de su primer mandato. Obama quería acabar con la guerra de Afganistán y ha tenido que aplazar la retirada de las tropas estadounidenses. Decidió anticipar la retirada de Iraq – creando un vacío sin el que no se explica la progresión del Daesh- y ha tenido ahora que enmendarla también con el envío de asesores militares. Eludió las “líneas rojas” que él mismo había trazado para intervenir en Siria, y el Pentágono anuncia ya operaciones militares sobre el terreno de fuerzas especiales además de la actividad de drones y aviones de combate contra las posiciones del Daesh. Libia se presentó como la intervención buena, europea, y humanitaria, con Estados Unidos en segundo plano, y es uno de los motivos de preocupación más graves y que más directamente nos puede afectar como país mediterráneo. En vez de extraer las lecciones de un conjunto de experiencias y decisiones, que en todos los casos presentan luces y sombras, la manera de afrontar el desafío del yihadismo en toda su extensión sigue pendiente de definición estratégica y de liderazgo político. Y esa definición se impone. Habrá que decidir si queremos ver a las tropas desplegadas en las ciudades o en los frentes de combate del Estado Islámico. Habrá que decidir qué alcance queremos dar al compromiso militar que ya existe en Siria, en Iraq, y en Afganistán. Habrá que aclarar qué precio estamos dispuestos a pagar tanto si optamos por la contención como si lo hacemos por una estrategia activa de derrota del yihadismo, sabiendo que tanto una como otra opción tienen coste.

Por su parte, el Islam –y muy especialmente el Islam en Europa- tiene que manifestarse de forma visible e inequívoca. Si el yihadismo terrorista es de verdad repudiado como contrario al Islam en todas sus versiones, los musulmanes europeos deben hacerlo patente. No se trata de forzar ningún juicio publico sino de que el Islam participe como el resto de la sociedad del mismo compromiso moral y cívico que exige de todos la movilización contra la violencia y el terror.

En ese sentido, Europa, una Europa que queremos abierta y sensible a sus propios imperativos humanitarios, debe establecer un marco exigente de valores cívicos para la integración de todos aquellos que deben saber que la prosperidad y las oportunidades que buscan en suelo europea están logradas con libertad, democracia, igualdad entre hombre y mujer, derecho a la crítica y a la libre expresión y sujeción  de todos a la ley.

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