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Sobre medallas y tumbas

Enésimo despropósito del equipo de Carmena a cuenta de la 'memoria histórica'.

La Medalla de Oro de Madrid, una de las máximas distinciones municipales, acaba de protagonizar un nuevo debate en torno a la memoria histórica en el Pleno del Ayuntamiento de Madrid. Ha sido a cuento de una nueva utilización sectaria del pasado por parte del equipo de Manuela Carmena, a pesar de que habíamos acordado dejar en manos de un Comisionado, de composición lo más plural posible, el dictamen sobre la aplicación de la ley de memoria histórica en la capital.

El propósito del Gobierno de Ahora Madrid era evidente: llegar a las elecciones generales con algo de memoria histórica que echarse a la boca ante su electorado, después del cúmulo de despropósitos perpetrados por la concejal Celia Mayer. Por eso echaron mano de la supuesta retirada de distinciones honoríficas concedidas a mandatarios franquistas por el Ayuntamiento, que presentaron a la Comisión de Cultura del día 20 de junio, seis días antes de la convocatoria electoral.

Digo "supuesta retirada" porque, como la misma propuesta afirma textualmente, "dado el carácter vitalicio de los honores y distinciones concedidos, los mismos quedaron extinguidos al fallecimiento de sus destinatarios". Es decir, que el propio Gobierno municipal reconocía que ya no había nada que retirar, puesto que la muerte se les había adelantado, en algunos casos hace la friolera de más de 60 años, a la hora de arrebatar estas distinciones a sus titulares.

Lo contradictorio de todo esto es que, en su propósito de reescribir la Historia e imponer una sola versión dictada al capricho de su ideología radical, el equipo de Carmena ha demostrado, en realidad, muy poco interés por la Historia en sí. Por ejemplo, por conocer la trayectoria de la Medalla de Oro de Madrid, que seguramente ignoran que fue un invento de la Segunda República.

Que la distinción, creada en 1934, la copiara el franquismo en 1942 no debe sorprender a nadie. Pero quizás sea más sorprendente saber que durante décadas los beneficiarios de las Medallas de Oro concedidas bajo la República compartieron distinción con los galardonados bajo el franquismo, incluido el propio dictador.

La primera Medalla de Oro se concedió en 1934 a la Banda Municipal. En diciembre de 1935 se hizo entrega en la Casa de la Villa de la Medalla de Oro a Pau Casals, quien había compartido con el filósofo José Ortega y Gasset y Juan de la Cierva el reconocimiento. A Ortega y Gasset se le entregó la medalla en un acto solemne en marzo de 1936, junto al jurista y escritor Antonio Zozaya, fundador de Izquierda Republicana, el periodista y escritor Luis de Tapia y el también periodista y político Robert Castrovido, quien no pudo asistir por encontrarse enfermo.

En febrero de 1936 se acordó la concesión de la Medalla de Oro al Batallón de Cazadores de Madrid; al dramaturgo Jacinto Benavente; a Rafael Salgado Cuesta, presidente de los Estudios de Cinematografía Española Americana (CEA) situados en Ciudad Lineal; y al que fuera secretario del Ayuntamiento entre 1892 y 1929, Francisco Ruano y Carriedo, un funcionario ejemplar como hoy sigue habiendo tantos en el Ayuntamiento, que la recibiría de nuevo del Ayuntamiento franquista en 1945.

El 4 de mayo de 1936, en la sede de la Presidencia del Consejo, el alcalde Pedro Rico entregó la Medalla de Oro a Manuel Azaña, jefe del Gobierno, que siete días después sería proclamado presidente de la República. La distinción, que Azaña compartió con el socialista Julián Besteiro, había sido aprobada por el Consistorio el 20 de marzo anterior para reconocer la gestión de ambos en favor de la subvención por capitalidad al municipio madrileño.

En junio de 1936, a apenas un mes del comienzo de la Guerra Civil, el Ayuntamiento acordaba conceder la Medalla de Oro a Indalecio Prieto, con el voto de todos los partidos, incluida la minoría monárquica, como muestra de gratitud por la labor que en favor de la capital llevó a cabo desde el Ministerio de Obras Públicas. La distinción se la entregó al mes siguiente el alcalde Pedro Rico.

Los desastres de la guerra y el exilio dispersaron dramáticamente a todos los beneficiarios de las primeras Medallas de Oro de Madrid concedidas en la etapa republicana. Azaña murió en Montauban (Francia), Prieto, Zozaya y Castrovido en México, Besteiro en la cárcel franquista de Carmona (Sevilla) y Pau Casals en San Juan de Puerto Rico. Ortega regresó desde el exilio a España, donde permaneció siempre Benavente.

En diciembre de 1942, el Ayuntamiento franquista reinventó la Medalla de Oro de Madrid, dándola por recién creada, y decidió entregar la primera de ellas al general Franco, que compartiría este honor municipal con algunas de las figuras a las que había combatido y perseguido. No con Azaña ni con Besteiro, fallecidos en 1940, pero sí con Indalecio Prieto, por ejemplo, que vivió hasta 1962. Es decir, las Medallas de Oro de Madrid a Franco y Prieto pudieron coexistir durante dos décadas, reflejo de una España fracturada por la guerra, la dictadura y el exilio.

Y es que, en la inmediata posguerra, el Pleno del Ayuntamiento del 27 de junio de 1939, hace casi exactamente 77 años, acordó derogar todas las disposiciones municipales posteriores al 18 de julio de 1936. Sin embargo, en los expedientes de concesión conservados en el Archivo de Villa no existen diligencias de derogación de las distinciones republicanas anteriores al golpe militar. Puede que alguna disposición posterior las anulara, como, por ejemplo, la propia creación de las distinciones del nuevo régimen, pero cabe también que sólo se extinguieran, como las franquistas después, por el fallecimiento de sus titulares. Un hecho que demostraría una vez más que la muerte igualadora siempre tiene la última palabra en la Historia. Y que esa palabra nunca se puede cambiar, aunque algunos lo intenten vanamente.

Pedro Corral, concejal del PP en el Ayuntamiento de Madrid.

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