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Aral: el mar que el comunismo convirtió en desierto

El Mar Aral está virtualmente muerto, gracias a un plan soviético que ocasionó el mayor desastre ecológico de la historia; éste sí que fue antropogénico y deliberado. | Textos de Fernando Díaz Villanueva

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En 1918 el primer Gobierno comunista consideró que ese mar, allí, en mitad de la nada, que consumía el agua preciosa de los ríos Sir Daria y Amu Daria, era un error de la naturaleza. Dedicó 30 millones de rublos a canalizar los ríos e irrigar una vasta zona de estepa para convertirla en la mayor plantación de algodón del mundo.

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A mediados del siglo XIX los soldados rusos llegaron a las costas del Mar de Aral. Fundaron una ciudad, Aralsk, que sería puerto principal y centro de operaciones de la flotilla más distante del mar en todo el mundo.

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La pesca, que había sido siempre la principal actividad económica de la zona, se sofisticó con la llegada de los rusos. Los pueblos ribereños crecieron, y se armaron flotas pesqueras que, en sus mejores tiempos, llegaron a capturar un sexto de toda la pesca rusa.

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Se construyeron más de 30.000 kilómetros de acequias y canales, 45 presas y 80 embalses. Pero la infraestructura estaba tan mal hecha que, en algunos casos, dejaba escapar hasta tres cuartas partes del agua que transportaba.

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El plan condenó a todas las localidades costeras, como Moynaq, a la ruina. Condenó a los uzbecos y a los kazajos a vivir eternamente atados a las plantaciones de algodón.

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Las obras de irrigación continuaron durante las décadas siguientes, hasta que se consumió por completo los caudales del Sir y el Amu Daria. Hacia 1960 el Aral apenas recibía agua; entonces, tal y como esperaban los padres de la URSS, empezó a encoger.

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Al principio el descenso fue lento, unos 20 centímetros al año; luego, a partir de 1975, a toda velocidad. En los años ochenta el nivel de las aguas bajaba un metro al año, alejando la línea de costa más y más. Las autoridades ni se inmutaron. Ya tenían previsto que eso sucediese, formaba parte del plan.

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Vistos los indeseables efectos de la desecación del mar sobre la población –enfermedades respiratorias y digestivas, tuberculosis, etcétera–, los ingenieros soviéticos pensaron en traer agua desde la cuenca del río Obi, en Siberia, para rellenar el Aral: como si éste fuese una bañera que otros ingenieros, los sociales, pudieran vaciar y llenar a placer. En 1986 el plan fue abandonado.

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Cuando la URSS colapsó nadie se hizo responsable de la salvajada, y las organizaciones ecologistas occidentales, obsesionadas entonces con el agujero de la capa de ozono y el CFC de los desodorantes, no dijeron ni mu. Como con Chernobil, la URSS tenía patente de corso medioambiental.

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En 2004 el Aral era ya sólo una cuarta parte de lo que había sido 30 años antes; en 2007, sólo el 10%. Al norte, gracias a una presa terminada en 2005, se ha logrado salvar un pedacito que está recuperándose lentamente. El resto, cerca del 80% de lo que fue el inmenso lago de las estepas, es un desierto salino.

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