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La cultura árabe tiene que rendir cuentas

Estados Unidos no puede 'arreglar' Oriente Medio. Esa es una misión de las propias sociedades de la región.

James Clapper, director de la Inteligencia Nacional, dijo hace poco que Estados Unidos no puede “arreglar” Oriente Medio. Clapper dio en el clavo. Los problemas fundamentales de la región no son políticos, sino culturales, y por lo tanto Estados Unidos y su fuerza militar son incapaces de resolverlos.

La cultura importa porque es la base del comportamiento y la manera de organizarse de cualquier sociedad. El caos que se vive en Oriente Medio tiene muchas raíces, pero algunas de las más profundas tienen que ver con la cultura y la identidad árabes, que carecen de empatía interna y externa, favorecen el autoritarismo en detrimento de la autonomía y optan por soluciones de suma cero. Salvo que los árabes adopten una mirada autocrítica sobre sus valores, la violencia no cesará en Oriente Medio.

A la hora de establecer los principios de una cultura o conjunto de culturas es fundamental analizar su sentido de la moral, para determinar sus ideales de conducta. El código moral árabe prefiere la venganza al acuerdo, los hombres a las mujeres, y los grupos a los individuos. La identidad colectiva árabe se basa en el tribalismo, se somete a una autoridad paternalista, a un sentido del honor vinculado a la virginidad de las mujeres y a una santificación arcaica de las costumbres y tradiciones. Hay una glorificación del pasado junto con una negativa a asumir responsabilidades por el presente y una esperanza de que el futuro sea milagrosamente mejor.

Esto no significa que cada árabe sea individualmente un calco de su cultura. Al contrario: cuando se interactúa con miembros medios de las sociedades árabes se observa un comportamiento generalmente decente, generoso y tolerante. La cultura árabe tampoco carece de numerosos elementos positivos. Sin embargo, estos aspectos positivos no han evolucionado hacia un sistema de creencias sociopolíticas progresista. La cultura colectiva no celebra necesariamente la libertad política, la autonomía del individuo o el respeto a las mujeres.

El mundo árabe contemporáneo suele carecer de sentido crítico autorreflexivo y autónomo. Las conversaciones con marroquíes, egipcios, tunecinos, jordanos y árabes del Golfo revelan constantemente un relato general victimista y de culpabilización del otro, lo cual se manifiesta de manera harto notable en un sinfín de teorías conspirativas, como la sospecha de que el ISIS es un invento de Estados Unidos e Israel creado para destruir a la región, o que la Primavera Árabe fue un complot occidental para entregarla a los islamistas.

Este tipo de razonamiento revela una aversión muy arraigada a la rendición de cuentas y a la responsabilidad, y vuelve superficiales gestos como la condena del terrorismo contra cristianos, yazidíes, judíos y chiíes. Entre tanto, el mundo exterior –Irán, Israel, Estados Unidos, el colonialismo, o los árabes que no viven de acuerdo al verdadero islam– se ha convertido en el hombre del saco de cualquier fracaso social doméstico. Esta tendencia ha dado lugar a la ironía definitiva: se culpa constantemente de los problemas árabes a las fuerzas externas, de las que se espera que los resuelvan.

Esta observación no exime a las potencias occidentales. El continuo apoyo de Occidente a los dictadores árabes ha contribuido sin duda a la perpetuación de prioridades anticuadas y déficits democráticos. No obstante, recalcar constantemente los fiascos regionales de Occidente para evitar el autoanálisis y la reforma es intelectualmente deshonesto. El tribalismo y el desdén por la autonomía individual no pueden ser caracterizados –y excusados– como un subproducto del colonialismo y de las intervenciones occidentales.

Se mire como se mire, las estadísticas de los países árabes muestran su debilidad cuando se comparan con las del resto del mundo, como documentan empíricamente varios informes del PNUD sobre el desarrollo árabe. Así, un informe de 2002 subrayaba la ausencia en el mundo árabe de tres elementos reconocidos como esenciales por la comunidad internacional: libertad, conocimiento y autonomía de la mujer. Se puede y se debe culpar a los Gobiernos y regímenes árabes por estos déficits, pero esto sólo aborda la mitad del problema.

La libertad individual no es una piedra angular de la cultura árabe, se refuerza el aprendizaje como un proceso de transmisión y no de cuestionamiento y con frecuencia las mujeres no son consideradas ciudadanas de pleno derecho, sea cual sea su estatus legal. Una anécdota a modo de ejemplo: cuando la mujer de un conocido árabe con estudios intentó concertar una cita para una cesárea, el hospital pidió el visto bueno de su esposo. Según el Informe Global sobre Brecha de Género de 2015, las pruebas estadísticas indican que, de los 15 países con la tasa más baja de participación de la mujer en el mercado laboral, 13 están en Oriente Medio. El documento explica además que sólo el 18 % de las mujeres árabes en edad de trabajar tienen empleo, y que en 2015 la tasa de desempleo entre las jóvenes en los Estados árabes era de casi el 44 %, frente al 22,9% de los jóvenes.

Se podría discutir sobre el papel que las diferentes variedades del islam han desempeñado en la formación de dichos valores, o los vanos intentos del islam por acabar con el tribalismo y el etnocentrismo. Sea como fuere, la mezcla de tribalismo y religión ha sido letal, y el caos en la región es un ejemplo de ello. Ahora, la obsesión árabe con Israel se ha extendido a la obsesión con Irán, junto con una clamorosa amnesia moral acerca de la catastrófica situación de los refugiados sirios. No escasean los recursos económicos en Oriente Medio, pero ciertos Estados árabes gastan miles de millones de dólares en armas mientras siguen sin estar dispuestos a permitir el acceso de refugiados sirios a sus territorios, depositando una carga aún mayor sobre los propios refugiados y los países que ya están acogiendo a millones de ellos. Los árabes saludan la coalición en Yemen encabezada por los saudíes, pero no hacen ningún esfuerzo por reconstruir el país o por acomodar a los yemeníes desplazados.

Hoy, los medios, los políticos y los ciudadanos comunes árabes están muy ocupados condenando a Irán y a los chiíes por la destrucción de la región. La perniciosa conducta de Irán es contraproducente, pero pretender que la intervención iraní en los asuntos árabes es la fuente de todos los males en la región es una falacia. Los observadores informados dirían que la agitación política se ha estado fraguando durante décadas, impulsada por una brutal combinación de un liderazgo autoritario, progreso social limitado y pésimo historial económico. Ya es hora de que los intelectuales árabes analicen seriamente las circunstancias políticas, sociales y económicas que han dado lugar a este estado de cosas, a fin de lograr auténticos avances.

©Fikra Forum – Revista El Medio

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