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Cabo Verde, el lugar donde no existe la prisa

Este archipiélago atlántico lucha por ser Caribe africano o la República Dominicana europea. Pero su encanto hace innecesarias las imitaciones 

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Este archipiélago atlántico lucha por ser Caribe africano o la República Dominicana europea. Pero su encanto hace innecesarias las imitaciones 
¿El Caribe de África?

Cabo Verde, aunque lo intenta, no es República Dominicana, pero sus playas de arena blanca, aguas turquesas y clima tropical, nada tienen que envidiarle. Cabo Verde tampoco es Portugal, aunque en su lengua y sus mornas resplandezca una melancolía similar.

Que tampoco crea el viajero que Cabo Verde es un pedazo de Sahara perdido en el mar, el Caribe de África o una exótica Brasil de alegres gentes. Que no lo crea, pero que tampoco lo olvide: porque Cabo Verde no es nada de eso, pero es un poco de todo ello.

Y es que lo primero que se detecta en este pequeño archipiélago perdido en el Atlántico es su indefinición, su carácter de lugar a medio construir que busca aún saber quién es, y qué quiere llegar a ser. En cada isla, pero también en cada rincón, aparecen contrastes que lo confirman: junto a grandes resort de turismo de tumbona triunfan las agencias de ecoturismo, que lindan con pueblecitos encantadores de colores chillones, abriendo paso a la exuberante naturaleza que puebla islas más inexploradas. Y en todos, lo difícil es no encontrar un encanto muy particular.

Diez islas

De entre las diez islas que componen el archipiélago, la de Sal es la más visitada gracias a su aeropuerto internacional y su rica oferta en turismo de sol y playa. Los 8 kilómetros de níveas arenas de la playa de Santamaría concentran la mayor parte de hoteles de esta isla estéril, anteriormente conocida como Ilha Lhana (isla plana). El nombre ya es sintomático: quien acuda a Sal buscando exhuberancia en el paisaje no hallará más que el monocromo marrón del desierto y el pertinaz azote del viento. Sal se torna antipática casi nada más aterrizar, y es probable que el viajero sienta que el descanso playero es lo único que la isla podrá brindarle. Necesitará apenas un par de horas para comprender que alberga tesoros distintos, enclaves extraños y de enigmática belleza.

Pasear por las calles del pintoresco pueblo de Santamaría, puede ser un buen comienzo para ir perdiendo las reservas y dejarse seducir por el carácter caboverdiano y su imperturbable alegría y tranquilidad. Casitas bajas de colores imposibles y chillones -incluida la Comisaría de Policía- configuran una población engordada por el turismo, pero no transfigurada: Santa María continúa siendo en esencia un pequeño pueblo de pescadores, con sus avenidas sin asfaltar y música salsera saliendo de cada ventana. Nada como observar el trasiego de sus habitantes desde una de las cientos de encantadoras terrazas de sus plazas, o acudir ya caída la noche cuando los caboverdianos danzan al son frenético y colorista de las murgas.

Más hacia el norte, encontraremos otro enclave imprescindible: Pedro de Lume, por el que los locales sienten un especial orgullo. Lo mejor para desplazarse hasta allí es coger uno de los aluguers (una especie de microbuses) que le dejarán en mitad de una tierra solitaria, con una pequeña iglesia y unas construcciones mineras abandonadas hace decenas de años. Frente a ellos están las Salinas Naturales que bautizan la isla, a las que se accede por un camino de tierra excavado en la pared de un cráter. Además de las impresionantes vistas del lugar, el viajero podrá disfrutar de un baño en las salinas –con un agua trescientas veces más salada que la del mar- dejándose flotar en este pequeño Mar Muerto africano.

Cerca de allí también es recomendable visitar lo que llaman el ‘ojo azul’, una suerte de acantilados de roca negra donde el mar ha formado piscinas azul turquesa, muy atractivas para el baño. Un idóneo lugar donde compartir tiempo con los autóctonos, que acuden en masa buscando algo de esparcimiento. El camino hasta allí transcurre a través de un desierto ocre, polvoriento e inhóspito, donde cualquier guía avispado te mostrará –por un par de monedas- llamativos espejismos provocados por el calor.

Muy interesante y clarificador resulta el pueblo de Murdeira, que acoge el principal puerto de la isla. Llegar allí es terminar de despertar a la pobreza desoladora en la que subsisten la mayoría de los habitantes. En sus muelles, plagados de niños descalzos ávidos de la limosna turística, cerca de un centenar de personas se reparten a diario el exiguo botín recogido del mar en unas lanchazas prehistóricas.

Como en tantos otros lugares del mundo, esta pobreza cuasi crónica contrasta con el carácter bromista y alegre que inunda a los caboverdianos que continúan en su patria, poquísimos respecto a los que han emigrado (400.000 viven en el archipiélago, y 500.000 están fuera). Pura y genuina morabeza, una especia de 'morriña' local. Eso sí, olvídese el turista de la urgencia y los tiempos: el caboverdiano no conoce prisa ni reloj, y no hay acontecimiento que lo apresure ni inquiete. Si apremias con nervio por la tardanza de la comida, la respuesta será siempre la misma: "Cabo Verde no estress, Relax". El lema oficial del país.

CÓMO LLEGAR

Las aerolíneas caboverdianas (TACV) tienen vuelos directos desde Barcelona y Madrid a la Isla de Sal, desde donde puede coger un barco o vuelo interior para el resto del archipiélago. Desde el aeropuerto de Lisboa vuela la aerolínea TAP, que aumenta su frecuencia en verano. De todas formas, lo más barato continúan siendo los paquetes vacacionales.

NO DEJES DE...

Disfrutar de la gastronomía local, austera, pero exquisita. Destaca especialmente la cachupa, un estofado cocinado con maíz que, como te dirán los locales lleva "todo lo que puedas imaginar". Además, numerosas empresas ofrecen al turista cursos de submarinismo y snorkel, una bonita experiencia en un mar con una fauna marina digna de admirar.

DATOS ÚTILES

Aunque el ministerio de Sanidad estima que no son necesarias, si viajas a Cabo Verde es "recomendable" estar vacunado del Tétano, Hepatitis A y del Tifus. Lo idóneo es beber sólo agua embotellada. Además, se recomienda tener cuidado en zonas de alta mar, donde el ‘agua viva’ una especie de medusas finas como pelos, juegan bastantes malas pasadas a los turistas. Las guías advierten que los caboverdianos no reciben muy bien la costumbre del topless en sus playas, pero el contacto con el extranjeros -por los que están pobladas las playas, en realidad- ha provocado que su rechazo haya desaparecido casi por completo. 

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