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David Cameron resurge de sus cenizas

Gordon Brown vivió el jueves la que posiblemente sea su penúltima derrota, antes del previsible batacazo en las urnas. Cameron atizó donde dolía, y logró eclipsar al laborista precisamente en el terreno más inesperado: el económico. Nick Clegg resistió el embate, pero el triunfo, esta vez, fue para el conservador.

Gordon Brown vivió el jueves la que posiblemente sea su penúltima  derrota, antes del previsible batacazo en las urnas. Cameron atizó donde  dolía, y logró eclipsar al laborista precisamente en el terreno más  inesperado: el económico. Nick Clegg resistió el embate, pero el  triunfo, esta vez, fue para el conservador.

El último debate electoral de la campaña en Reino Unido amenazaba con convertirse en un soporífero intercambio de cifras económicas, con escasa contienda dialéctica. De manera inesperada, y a pesar de que la economía era el eje vertebrador, la inmigración cobró pesó gracias a una pregunta ciudadana, y consolidó un debate con un ritmo inesperado. 

Al contrario que en el precedente, esta vez los sondeos señalaron un vencedor claro: David Cameron. Sus intervenciones fueron certeras, y los espectadores premiaron la contundencia del conservador: YouGov le otorgó el apoyo del 41%, por delante de Clegg (32%) y colocando a un Brown con un escaso 25%. También ComRess convino en el podio, aunque ajustó más el triunfo con Clegg, con un 32%, frente al 35% de Cameron.

La contienda arrancó aburrida y con apariencia de un políticamente correcto partido de tenis. Los líderes británicos pasaban por las cuestiones planteadas por el presentador con recursos enlatados, respetando el turno de palabra y con nada o poco que aportar al escenario electoral. Y así, pasaron los minutos, hasta que uno de los ciudadanos reabrió una de las cuestiones más sangrantes de la sociedad británica: la inmigración.

"Concrete, señor Brown"

Aquí, Cameron vió el cielo abierto y expuso sin complejos la política inmigratoria de los tory. Se mostró firme con la imposición de un tope a la llegada de extranjeros, tildando de "amnistía" la propuesta de Clegg de regularizar a los que ya se encuentran en la isla británica.

El liberal demócrata reaccionó con vehemencia, abandonando la pose de correcto conversador, e inquiriendo repetidas veces: "Pero ellos ya están aquí, ¿no? Es un problema que vosotros creasteis y hay que saber afrontar. Lo que digo es que los saquemos de manos de los criminales y los pongamos en manos de Hacienda". Cameron negaba con la cabeza, mientras Clegg insistía: "Admítalo aquí, ¿dónde estaría el tope que querría imponer? La mayoría proceden de la Unión Europea y no podemos impedir que entren", afirmaba.

Mientras Cameron y Clegg discutían con soltura sobre el asunto, quizás algún espectador no se percató de que aún eran tres los candidatos a la presidencia de Reino Unido. Brown había estado ladino, desapasionado en sus argumentos, y con una apariencia triste que viene arrastrando desde el primer round de debates. Tal fue su ausencia, que mientras el conservador y el liberal se enzarzaban en contraargumentar los planteamientos del contrario, el presentador tuvo que interrumpirles: "Muy bien señores, pero veamos que opina el señor Gordon Brown", dijo, dando pie a correctas, pero aburridas respuestas del laborista.

No obstante, la cuestión inmigratoria también reflotó en cierta medida la actitud del premier británico. Ni se mostró conforme con la propuesta de la regularización de Clegg, ni con el tope que planteba Cameron. Entre dos aguas, consiguió llamar discretamente la atención, y regresar al debate.

Tampoco tenía más remedio. Después del "desliz" del pasado miércoles, en el que el laborista llamó "intolerante" a la ya casi célebre "viuda Duffy" el asunto inmigratorio irrumpió en campaña, y Brown partía con la certeza de que eludir el asunto no lo haría desaparecer. Por ello, en un arranque de valentía, afirmó: "Ya visteis que no lo hago todo bien, pero sé como hay que gestionar la economía también en los malos momentos", afirmaba.

¿Y la economía? Mal, gracias

La parte más monótona del debate, dejó a los tres candidatos exponer sus teorías, pero cundió la sensación de que llueve sobre mojado. Los bancos fueron tachados de inconscientes por los tres, al igual que los "inaceptables" bonos millonarios. Para Clegg los bancos se habían "comportado como casinos" y Cameron optó por otorgar al Banco de Inglaterra el control de estas entidades. Brown, ni para ti ni para mí: las remuneraciones son justas, pero hay que recapitalizarlos.

Pero, posiblemente, lo que marcó la diferencia entre Cameron y Clegg, los únicos que se postulaban para vencedores,  fue el tema del euro. Un tory insistente y seguro de sí mismo arrinconó al liberal demócrata, instándole a concretar dónde conduce su famoso europeísmo. Clegg no bajó la guardia, pero la sensación final restó credibilidad a sus propuestas: "Yo no he firmado ningún formulario para meter a Reino Unido en el euro", se vió obligado a concretar. Ello, junto con las alusiones de Cameron a la crisis griega le hizo rebasar a Clegg, además de su firme propuesta de rechazo hacia el euro, que tanto seduce a los británicos.

Esta vez, el liberal demócrata se quedó sin el discurso anti-político que tan buenos resultados le había granjeado. Distanciarse de los arraigados planteamientos políticos fue efectivo mientras el debate se centró en asuntos sociales, pero frente a la economía, los formulismos de Clegg se quedaron sin fuelle.

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