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LA ALFOMBRA ROJA: La deriva izquierdista de una parte de Hollywood

Cabrera Infante se encontró un día con Sydney Pollack, que había dirigido la película Habana. Había caracterizado a Fulgencio Batista, recuerda Humberto Fontova, "con el aspecto de un hombre de negocios americano, con los ojos y el cabello de la misma tonalidad que los de Redford", Robert, que protagonizaba la película. Pollack "se puso colorado de la vergüenza que experimentó cuando Cabrera, siendo, le informó de que Batista era negro". En realidad es una exageración oscurecer la tez del dictador hasta convertirlo en negro, pero la vergüenza de Pollack al verse pillado en un aspecto como ese, hace ver el desconocimiento y el partidismo con el que se trata la tiranía de Castro.

Cabrera Infante se encontró un día con Sydney Pollack, que había dirigido la película Habana. Había caracterizado a Fulgencio Batista, recuerda Humberto Fontova, "con el aspecto de un hombre de negocios americano, con los ojos y el cabello de la misma tonalidad que los de Redford", Robert, que protagonizaba la película. Pollack "se puso colorado de la vergüenza que experimentó cuando Cabrera, siendo, le informó de que Batista era negro". En realidad es una exageración oscurecer la tez del dictador hasta convertirlo en negro, pero la vergüenza de Pollack al verse pillado en un aspecto como ese, hace ver el desconocimiento y el partidismo con el que se trata la tiranía de Castro.
(Libertad Digital) El libro de Humberto Fontova promete más de lo que da, al hacer referencia a Hollywood, ya que no hace más que una mención pasajera y dispersa a la actitud de la industria cinematográfica estadounidense, y de varios periodistas y figuras públicas. El símbolo del barrio californiano es la alfombra roja sobre la que pasean el palmito las grandes estrellas ante los medios de comunicación, haciendo gala de un glamour algo degradado. Es la pasarela, el escaparate de las estrellas de cine, en el paroxismo del culto a la apariencia. La alfombra roja es también el símbolo perfecto de una parte de Hollywood, por el color político con que se identifican, y por la actitud de humilde entrega ante los regímenes dictatoriales de izquierda.
 
El apogeo de la alfombra roja coincidió con la época más brillante de Hollywood, en los 30' y 40'. Kenneth Lloyd Billingsley ha istoriado en su libro Hollywood Party los intentos de la Komintern, con sus éxitos y fracasos, por infiltrarse en el mundo hollywoodiense. La conocida "caza de brujas" no tuvo que inventarse una infiltración comunista en la industria del cine para justificar sus excesos. El libro explica desde la ambivalencia de ciertos guionistas con el nacional socialismo en la época del pacto Molotov-Ribbentrop de 1939 hasta la creación de organizaciones pantalla a las órdenes directas de Moscú.
 
El libro de Fontova, si bien no hace una labor parecida a la de Billingsley centrándose en Castro, sí recoge algunas actitudes del periodismo y del cine que resultan llamativas:
 
Dan Rather: escribe a Castro: "¡Cuba tiene su propio Elvis!". Las comparaciones son odiosas, en ocasiones.
 
Oliver Stone: "muy moral y desinteresado", "uno de los hombres más sabios del mundo". Hay gente que también considera a Stone moral, desinteresado y sabio.
 
Jack Nicholson: "¡Es un genio!". Pero no se refería a un genio del mal.
 
Chevy Chase: "El socialismo funciona. Creo que Cuba podría demostrarlo".
 
Koffi Annan: "El régimen de Castro ha sido un ejemplo que constituye una enseñanza para todos".
 
Hay frases que no dejan lugar para el comentario: Naomí Campbell dijo que su encuentro con Castro fue "un sueño hecho realidad". Gina Lollobrigida declaró que "Castro es un hombre extraordinario. Es cálido, comprensivo y parece muy humanitario". Carole King se declaró orgullosa de haberle cantado a Castro en febrero de 2002 su tema You've got a friend.
 
Francis Ford Coppola: "Fidel, te quiero. Los dos tenemos las mismas iniciales. Los dos tenemos barba. Ambos tenemos poder y queremos usarlo con buenos propósitos". "Bush, te quiero". ¿Alguien se imagina la reacción de los medios si Coppola hubiera dicho eso?
 
Steven Spilberg: "Personalmente, opino que se debería terminar con el embargo cubano. No veo ninguna razón para aceptar que en el siglo XXI se sigan manteniendo viejos rencores". Quizás por eso Spielberg ha hecho películas recordando épocas pasadas, como la America de Jim Crow, el Holocausto, o la ejecución de los terroristas que acabaron con varios israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich.

Las últimas ediciones de los Oscars siguen mostrando el compromiso de una parte del barrio estrellado de Los Ángeles con lo que generalmente llamamos la izquierda, incluso en sus manifestaciones más extremas. Un ejemplo es la película Los diarios de la motocicleta, en la que se parte de las anotaciones de un joven Ernesto Guevara en un viaje por Argentina junto a un compañero. El Che es retratado como un joven idealista y honrado que se transforma al comprobar las terribles injusticias del capitalismo con los trabajadores, y que por estar con los desamparados de este mundo es capaz de las mayores renuncias. La película fue producida por Robert Redford, y obtuvo el Oscar a la mejor canción.

The Killing Fields retrata el brutal genocidio de los Jemeres rojos en Camboya. No es la única película que se ha fijado en los crímenes del comunismo, que ha acabado con la vida de 100 millones de personas, pero no está muy acompañada. Ni siquiera hay porqué recurrir siempre al retrato del genocidio, como se ha hecho con el otro socialismo totalitario, el alemán. Hay historias de heroismo personal en defensa de la libertad, como la de Solidaridad en Polonia o la Revolución Violeta en Checoslovaquia, que aún no han inspirado a la industria cinematofráfica de los Estados Unidos. No faltan, sin embargo, ejemplos de heroísmo del otro lado, como Rojos, de Warren Beatty.

Las actuaciones del Comité de Actividades Antiamericanas en Hollywood supusieron en ocasiones auténticos ataques a la libertad de expresión. Estas actuaciones han merecido la atención de la industria estadounidense en películas como The Way We Were (1973), The Front (1976), Guilty by Suspiction (1991), The Majestic (2001) o One of the Hollywood Ten (2001). Y últimamente, Good nights and good luck (2005).

Para hacerse una idea del ambiente de aquellos años, se puede recurrir a la experiencia personal de Ronald Reagan. Un actor de relativo éxito, devoto del partido Demócrata y de convicciones progresistas, que como otros compañeros pertenecía al Comité Ciudadano de las Artes, Ciencias y Oficios. Una organización que recaudaba fondos para las causas que favorecía la izquierda del momento, incluído el Partido Comunista de los Estados Unidos, como por ejemplo el apoyo al bando republicano de la Guerra Civil española. Reagan mantuvo una charla con un pastor de Beberly Hills que alababa su incansable denuncia del nacional socialismo, pero echaba en falta una crítica igual del comunismo. Su respuesta fue decir “si encontrara la evidencia de que el comunismo representa una amenaza para todo en lo que creemos y por lo que nos erguimos, hablaré tan duramente contra el comunismo como lo hago contra el nazismo”.

Las encontró, y empezó a sumar críticas al comunismo a las que ya lanzaba contra el otro totalitarismo socialista. Las reacciones no se hicieron esperar y comenzaron a lloverle críticas y a llamarle fascista o enemigo del proletariado. En una ocasión criticó una huelga de actores que no tenía relación con su situación laboral. Tuvo que acudir al sindicato, al que pertenecía, con escolta.

Está por hacer la película que muestre los esfuerzos de Moscú por extender su control sobre una parte del mundo hasta los últimos confines. Pero las cintas que muestran los intentos de grandes empresas por dominarlo constituyen un tópico recurrente, cuando no un género en sí mismo. Son un pequeño ejemplo del aliento anticapitalista que marca la factoría de películas de Hollywood en gran parte. El Beacon Hill Institute se ha entretenido en hacer una lista de las películas más anticapitalistas provenientes de Hollywood, un esfuerzo interesante, pero que se queda en la anécdota frente a la marea crítica con la sociedad plenamente libre que arrastra a la industra cinematográfica estadounidense. Y, para el caso, mundia

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