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Marruecos, ¿la siguiente tiranía árabe en caer?

Irremediablemente, la caída de Ben Alí ha provocado la convulsión en otras tiranías árabes. El foco se ha centrado en Egipto y Marruecos, ¿cundirá el ejemplo?

Mohamed Bouazizi se ha convertido en un héroe, sin saberlo. Mientras rociaba gasolina sobre su cuerpo, delante del ayuntamiento de la pequeña ciudad de Siidi Bouzid no podía imaginar que su inmolación desencadenaría el derrocamiento del dictador que asfixiaba Túnez desde hacía dos décadas. Su grito desesperado, denunciando la falta de libertades en Túnez, se extendió a otras localidades del país: pronto hubo manifestaciones en Kasserine, Thala, Sfax... un fenómeno imparable que supieron catalizar las voces dormidas de Túnez: la 'ciberdisidencia'.

Y es que, el papel que han jugado los opositores en el derrocamiento de Ben Alí ha sido capital. Como ya ocurriera en Irán con la marcha verde, las redes sociales han servido de elemento agitador y organizador de la sociedad civil, que salió a la calle para acabar con la satrapía de Ben Alí. Blogueros como la tunecina Lina Ben Mhenni o Slim Amamou fueron parte organizadora de las manifestaciones que culminaron en la que ya se viene en llamar la 'Revolución de los Jazmines'.

¿Túnez puede ser sólo la primera en caer?

Mientras Túnez trata de recomponer su Estado, la mirada internacional se dirige irremediablemente hacia el resto de tiranías árabes. El norte de África es el foco principal, y Egipto y Marruecos sus candidatos más sólidos. A ello contribuye que los ciberdisidentes que propiciaron el milagro en Túnez configuran una silente red que traspasa sus fronteras, y los hermana con periodistas y activistas de otros países islámicos. Juntos, aúnan estrategias para extender la revolución popular e implantar democracias reales. Pero, ¿es posible seguir el ejemplo? ¿Es Túnez la primera ficha del dominó en caer?.

El mundo académico vuelve sobre esta misma pregunta desde hace semanas, reflejando en multitud de reflexiones de cabeceras internacionales, y las opiniones resultan bastante encontradas. Quienes se aferran a la esperanza del efecto contagio, señalan a las inmolaciones producidas también en Argelia y Egipto; mientras que los que aún no creen que los otros tiranos árabes estén remojando sus barbas, ponen el acento en las peculiaridades de cada país.

Y es que son muchas las semejanzas que afloran al poner cara a cara el régimen de Ben Alí con el de nuestro "vecino del sur"  Mohamed VI. Casi tantas como las diferencias. Marruecos, al igual que Túnez cuenta con el caldo de cultivo que hizo estallar a la sociedad: alto desempleo, una economía maltrecha y una persecución sistemática de la disidencia. Pero no es suficente.

El régimen de Alí logró mantener a raya las protestas con la construcción de un férreo Estado Policial, con unas fuerzas de Seguridad a imagen y semejanza de la mismísima KGB. Una mordaza de hierro encomendada a la fuerza, efectiva durante 24 largos años. Pero el imperio de la fuerza no dura eternamente, como se ha demostrado.

Más difícil es agitar a una población espiritualmente sometida como la marroquí. Con un sistema policial similar al tunecino, el reino alauí cuenta con otro yugo sobre su población: Mohamed VI es también la máxima figura religiosa de sus súbditos, denominado como el "Comendador de los creyentes". Sus decisiones no pueden ponerse en duda, porque es la voluntad de Dios. Lo cual, en una población con una tasa de alfabetización del 50% (en Túnez supera el 75%) compone una sociedad mínimamente concienciada de la realidad feudal a la que les condena el que, irónicamente, se corona como "el Rey de los pobres". La maquinaria propagandística hace el resto: la sociedad deglute a diario imágenes de su Rey inaugurando orfanatos, o ayudando a los desfavorecidos en muy diversas escenografías. Una calculada imagen de aperturismo que nada tiene que ver con la realidad. Como ya nos contó Ali Amar en Libertad Digital, la realidad es que el monarca atesora ya mucho más poder del que tuvo su padre, el 'monarca feudal'.

A pesar de ello, los ciberdisidentes marroquíes reciben con esperanza lo sucedido en Túnez, instalados en la prudencia. Zineb El Rhazoui recuerda en Le Monde que muchas otras veces, ciuadanos desesperados "se han inmolado quemándose vivos, ante la indiferencia general", idéntica apatía que han provocado las protestas en ciudades como Sefrou, Sidi Ifni o Al Hoceima, que acabaron con una cruenta represión. Viene al recuerdo lo ocurrido en El Aaiún. "¿Por qué nunca se ha traducido en una revolución?" El Razohui lo tiene claro: por la creación de pequeños espacios de falsa libertad, que disminuyan la percepción dictatorial del régimen. Valgan como ejemplo las impostadas elecciones, en las que Mohamed VI nombra como primer ministro a quien se le antoja, conviritiéndose en una farsa que sólo actúa como elemento legitimador.

Estás "válvulas de libertad" no han puesto a Marruecos sobre los carriles de la democracia, sino que "se han estrechado a medida que el monarca perdía seguridad", como durante el derrocamiento de Ben Alí. Las actuaciones del Rey y su camarilla evidencian el temor de nuestro vecino al contagio de la revolucionario: los telediarios aún no han mencionado lo ocurrido, y la pequeña sentada que se produjo frente a la embajada tunecina en Casablanca, fue violentamente reprimida por la Policía.

Y es que, Marruecos tiene motivos para la intranquilidad. Mohamed VI remodeló el país de su padre a imagen y semejanza de Ben Alí, sobre todo a partir de 2003. Caído el original, ¿caerá su copia? La lógica dice que no inmediatamente. Al menos, no mientras las democracias occidentales sigan apoyando a estas tiranías, como contrapeso de los gobiernos islamistas.

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