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Ocho años convulsos al frente del PP

Rajoy es, como casi cualquiera que llegue a presidir el Gobierno de un país como España, un superviviente.

Sábado 30 de agosto de 2003. Mediodía en el Palacio de La Moncloa. Presentes el entonces inquilino del inmueble, José María Aznar, el ex ministro del Interior Jaime Mayor Oreja, el titular de Administraciones Públicas Javier Arenas y los vicepresidentes Rodrigo Rato y Mariano Rajoy. El presidente del Gobierno mira a este último y le dice: "Mariano, te ha tocado".

Mientras España se desperezaba para el inicio de un nuevo curso político, con las generales de marzo de 2004 en el horizonte, el nombre de este registrador de la propiedad, que entonces contaba con 48 años, hacía correr ríos de tinta y horas de comentarios en radio y televisión. Algo que no ha dejado de suceder hasta hoy, cuando está a las puertas de su primera victoria electoral, siete años y dos intentonas después.

Rajoy es, como casi cualquiera que llegue a presidir el Gobierno de un país como España, un superviviente. Superviviente, primero, a una carrera política que comenzó a los mandos de la Diputación de Pontevedra en la recién estrenada democracia y que llegó hasta la vicepresidencia del Gobierno con Aznar; después, a la carrera por la sucesión en la que tuvo un duro contrincante como Rodrigo Rato y, finalmente, a la larga travesía del desierto de la oposición, a la que llegó por sorpresa y de la que saldrá tras haber vivido innumerables turbulencias internas, particularmente con motivo del Congreso de Valencia de 2008 en el que fue reelegido presidente del PP.

Otro rasgo común de los que en política hacen carrera es haber sido en algún momento Jekyll y en otro Hide. Así, el mismo Rajoy que defendió la unidad de España en un celebrado discurso con motivo de la toma en consideración del Plan Ibarretxe, o el que llevó al Tribunal Constitucional el Estatuto de Cataluña, se muestra luego dispuesto al diálogo con los nacionalistas catalanes y vascos; el mismo que acusó a Zapatero de "traicionar a los muertos" por su negociación con ETA de la primera legislatura comparece tras el último comunicado de la banda terrorista para decir que "no ha habido concesiones políticas"; o el mismo que habló con claridad de que al Ebro le sobraba agua se niega ahora a concretar si resucitará el trasvase derogado por el Ejecutivo socialista.

En ese dual proceso tienen especial relevancia sus filias y fobias dentro de su partido: impasible y severo con María San Gil, de la que se desprendió en un frío desayuno madrileño, y comprensivo hasta el extremo con Francisco Camps, cuya inocencia sigue defendiendo a marchamartillo. A la citada ex presidenta del PP vasco hay que sumar, para completar la lista de cadáveres rajoyescos, a dirigentes como Ángel Acebes, Eduardo Zaplana, Juan Costa, Ricardo Costa, Manuel Pizarro o Gustavo de Arístegui. Y en la contraria, la de los pretorianos, habría que citar, además de las consabidas María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría, a Alberto Ruiz Gallardón, Federico Trillo, José María Lasalle o Jorge Moragas, su fiel jefe de gabinete.

Dos legislaturas, dos liderazgos

Desde una visión más panorámica se puede hablar de un gran cambio entre el Rajoy de la primera legislatura, activo en todos los frentes, al líder que desde 2008 ha centrado en la economía casi exclusivamente -no de otra cosa le ha preguntado a Zapatero en las sesiones de control parlamentarias- su estrategia de oposición.

Un giro que responde a dos derrotas electorales y a la distinta digestión de la mismas. En 2004, los populares sufrían un inesperado vuelco fruto de la convulsión creada por el 11-M (un atentado del que la Justicia investiga siete años después el falseamiento y/o destrucción de pruebas) y la manipulación política de los días posteriores, particularmente por el cerco a las sedes del PP amplificado por Alfredo Pérez Rubalcaba en la jornada de reflexión, cuando dijo aquello de "los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta". Un acoso al que intentó hacer frente Rajoy con otra comparecencia en Génova, mientras miles de ciudadanos, respaldados por la maquinaria mediática del Grupo PRISA, asediaban la sede popular responsabilizando al Gobierno de los casi doscientos muertos de la masacre. Fue solo el inicio de una convulsa legislatura en la que el Partido hegemónico del centro derecha español tuvo que hacer frente a los desafíos territoriales -Estatuto de Cataluña, negociación con ETA-; exteriores -retirada prematura de las tropas de Irak y confrontación con EEUU; sociales -ley de matrimonio homosexual- o de agitación del enfrentamiento entre españoles -ley de la Memoria Histórica-.

Muy distinto fue lo ocurrido en 2008. En unos comicios en los que Rajoy mejoró, en votos y escaños, su resultado de cuatro años antes, no pudo hacer frente al tsunami de Zapatero, que logró en Cataluña y Andalucía unos históricos resultados fruto de una agresiva campaña. El espíritu de la misma lo resumió el líder socialista en una confesión al periodista Iñaki Gabilondo detectada por un micro indiscreto, el famoso "nos conviene que haya tensión".

A la vuelta de México

En una de sus contadas apariciones públicas, Elvira Fernández Viri , esposa y madre de los dos hijos del líder popular, se abrazaba a su marido en el concurrido balcón de Génova 13 al finalizar aquel 9 de marzo. Ante la enfervorecida multitud militante, Rajoy se despedía con un "adiós" que desataba las especulaciones sobre su retirada definitiva. Al día siguiente, un lunes en el que el invierno madrileño recordaba que todavía le quedaba mecha que gastar, el presidente de los populares abandonaba la sede central del Partido a mediodía camino del almuerzo con dos de sus entonces fieles escuderos, el secretario general Ángel Acebes y el ex ministro José María Michavila. Mientras esperaban para cruzar la calle, ataviados con sus largos abrigos, un fotógrafo de El Mundo les retrataba justo junto a un cartel de la propia sede popular en el que se podía leer la palabra Salida. Ni que decir tiene que la instantánea fue la elegida por Pedro J Ramírez para ilustrar su portada del martes 11 de marzo, la primera de muchas en las que subyacía la petición de un relevo en la dirección del Partido, postura defendida editorialmente por el rotativo. La crisis previa al Congreso de Valencia no había hecho sino comenzar.

Para recargar pilas después de una dura campaña, Rajoy eligió el lejano destino de México. Y de allí volvió con algunas ideas sobre el por qué de su segunda derrota electoral y sobre el futuro del Partido, pero fundamentalmente con una muy clara: no dejaría la presidencia de la formación y haría todo lo posible por disputar el tercer asalto a La Moncloa. Inspirado por Pedro Arriola, el sociológo de cabecera del PP, el de Pontevedra se lanzó a lo que algún ingenioso columnista ha descrito como la estrategia evax, que ni mancha ni traspasa. Una estrategia que, además de centrarse en la materia económica, intenta limar el perfil ideológico del PP. Y por ello, y de manera sorprendentemente indisimulada, Mariano Rajoy culpó en gran medida al PP catalán, entonces liderado por Daniel Sirera, de la derrota en las urnas. Lo hizo en la misma Junta Directiva Nacional celebrada en el Hotel Melia de la calle Capitán Haya en la que convocó el Congreso de Valencia y designó como portavoz parlamentaria a una joven Soraya Sáenz de Santamaría. Que ese mismo verano Sirera se viera obligado a retirarse de su pugna por la presidencia regional del Partido en favor de Alicia Sánchez Camacho fue otro de los pasos del nuevo PP, más a la medida de Rajoy que nunca.

Valencia, capital Bulgaria

Durante su discurso en la citada Junta Directiva Nacional, Rajoy se curó en salud diciendo que si había candidaturas alternativas a la suya para presidir el PP se hablaría de un partido dividido y que si no ocurría así se hablaría de un "congreso a la búlgara". Erró, al menos en la disyuntiva, pues hubo de lo uno y de lo otro. La división de los populares se hizo evidente en una crisis precongresual que recordó al proceso vivido antes de que en el Congreso de Sevilla de 1989 José María Aznar fuese elegido líder del Partido. El propio ex presidente tuvo un papel relevante en esa disputa, algo que se hizo evidente con su triunfal entrada en el Congreso de Valencia, aclamado por la multitud y saludando efusivamente al secretario general saliente, Ángel Acebes, un día antes de un discurso que supuso todo un toque de atención al remozado partido que salía del cónclave. Pero antes el propio Rajoy, en Elche, instó a liberales y conservadores a abandonar el partido si no se encontraban cómodos. Un aldabonazo a Esperanza Aguirre del que la presidenta de la Comunidad de Madrid dio acuse de recibo en un discurso donde repitió hasta la saciedad su "no me resigno". Y entre medias el amago nunca concretado de Juan Costa, al que El Mundo comparaba con Bobby Kennedy, o el artículo en ese mismo periódico de Gabriel Elorriaga, hasta entonces estrecho colaborador de Rajoy, pidiendo un nuevo liderazgo. Al final las aguas volvieron a su cauce y Rajoy, aunque elegido con un porcentaje bajo para ser candidato único -el 84%- pudo afrontar el futuro sin demasiadas turbulencias internas.

La recta final, con el abismo al fondo

Mucho ha institido Rajoy en la última semana de campaña, en mítines y entrevistas, en sus reparos a la democracia de los llamados tecnócratas, como el italiano Mario Monti o el griego Lucas Papademus. Quién sabe si temeroso de que alguien pudiese pensar en solución parecida para España, cuando el riesgo de rescate acecha más que nunca sobre nuestro país. Salvo cataclismo mayor, este gallego pasará la nochebuena en La Moncloa con su familia, con un horizonte poco halagüeño que le obligará a adoptar medidas urgentes y a estar en contacto con los líderes europeos y mundiales. Para ello se ha preparado centrándose más que nunca en la materia económica e intensificando sus clases de inglés, aunque de su locuacidad en la lengua de Shakespeare dudan algunos en el Partido. Lo que nadie le podrá negar es experiencia en las más distintas áreas del Estado. Fue vicepresidente del Gobierno pero antes ocupó las carteras de Administraciones Públicas, Educación e Interior.

Aficionado al deporte en general, pero al ciclismo muy en particular, Mariano Rajoy Brey llega al final de la carrera y a la etapa reina. La que definirá, a la postre, su papel en la Historia.

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