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DISCURSO ÍNTEGRO DE ÁNGEL ACEBES

Queridos compañeros; queridos compromisarios; queridas amigas y amigos: 
 
No revelo ningún secreto si digo que los castellanos somos poco dados a la exhibición pública de nuestras emociones. Sin embargo, me permitiréis que hoy haga una pequeña excepción.
 
Os confieso que subo a esta tribuna con sentimientos encontrados. Por una parte, con las sensaciones propia de todas las despedidas. Hoy cierro una etapa en mi vida. Una etapa muy intensa, muy dura, pero también apasionante.
 
La Secretaría General es una trinchera y al mismo tiempo una atalaya desde la que se divisa todo el horizonte de la política: todo lo bueno que tiene y también lo menos bueno.
 
Para mí, ha sido un periodo de enriquecimiento y de afirmación.
 
Después de estos cuatro años, puedo afirmar, con mayor convicción y autoridad que nunca, que el Partido Popular es sencillamente la mejor organización política de España.
 
No hay en España, ni en ninguna parte, un partido con la fuerza, la integridad y la grandeza del Partido Popular.
 
Es por ello que, a la emoción del adiós, se une hoy un sentimiento de satisfacción y responsabilidad. Es un verdadero honor poder dirigirme a vosotros, que constituís el máximo órgano de nuestra organización, en un momento tan importante para el futuro del Partido Popular y, por extensión de nuestra nación, de España.    
 
Mi misión es hoy muy concreta. Me corresponde presentar el informe de gestión del Comité Ejecutivo Nacional saliente y someterlo a vuestra aprobación.
 
Los hechos a los que me voy a referir se enmarcan, por tanto, en el periodo de tiempo que transcurre entre el decimoquinto Congreso Nacional de octubre de 2004 y el Comité Ejecutivo que tuvo lugar el pasado 11 de marzo, inmediatamente después de las elecciones generales.
 
Queridos amigos,
 
En este Congreso vamos a hablar del futuro del Partido Popular. Pero yo ahora os pido que, por un momento, echéis la vista atrás. Que nos situemos en el otoño de 2004. 
 
Pocos equipos políticos en democracia han tenido que hacer frente a una situación más complicada, más adversa, que la que nos encontramos quienes entonces asumimos la responsabilidad de dirigir el Partido Popular: una derrota contra todo pronóstico, un cambio de líder y un Gobierno empeñado en destruirnos como alternativa política.
 
No me detendré en los insultos y descalificaciones, cordones sanitarios y maniobras de exclusión, ante notario y por escrito, que hemos tenido que soportar desde el Pacto del Tinell.
 
Diré, tan sólo, que la ofensiva puesta en marcha por la izquierda de Zapatero contra el Partido Popular fue la mayor operación de acoso y derribo contra un partido político jamás vista en democracia.
 
Intentaron dividirnos: entre duros y blandos; centristas y extremistas; progres y carcas. Intentaron doblegarnos: querían que aparcásemos nuestras convicciones en aras de la comodidad, y que nos subiésemos en el asiento trasero de un vehículo cuya conducción quedaba reservada en exclusiva al Partido Socialista.
 
En eso consistía el proyecto de Zapatero: en crear las condiciones que le garantizasen una larga y placentera estancia en el poder. Es decir, un PP sin principios o una crisis en el PP.
 
A juzgar por el enorme empeño que puso y por los poderosos medios y complicidades con los que contó, lo lógico es que lo hubiese conseguido. Y, sin embargo, queridos amigos, lo cierto es que Zapatero fracasó.
 
Me diréis que ahí sigue, en La Moncloa; y es verdad, claro. Pero el Partido Popular que el pasado 10 de marzo se despertó de nuevo en la oposición no sólo había ganado en respeto y dignidad. También era un partido más fuerte, más sólido, más grande, con más militantes, más escaños y más votantes que el de cuatro años atrás. Un partido con una capacidad muy superior de acción política y con una expectativa real y objetiva de llegar al Gobierno en la siguiente convocatoria electoral.
 
Y esto –lo quiero dejar muy claro- es mérito vuestro y de los cientos de miles de militantes a los que representáis en este Congreso.
 
 
 
A lo largo de estos años, habéis demostrado que ni el desánimo ni la resignación tienen cabida alguna en nuestras siglas. Habéis defendido los intereses generales de los españoles en circunstancias que a otros habrían llevado a tirar la toalla o colocarse estratégicamente de perfil. Lo habéis hecho con templanza, talento y tenacidad.
 
Y por ello estaremos siempre en deuda con vosotros. Os lo deberá España. Os lo deberá el Partido Popular. Y, de manera muy especial, os lo deberé yo como Secretario General. Gracias. De verdad. Muchas gracias.
 
 
Queridos amigos,
 
Junto con la entrega y la fortaleza de nuestros militantes, otra de las grandes alegrías de estos años ha sido el incremento en el número de afiliaciones.
 
Los socialistas se pusieron a repartir carnés de demócrata entre los españoles y miles de españoles les respondieron sacándose el carné del PP.
 
Uno a uno, cientos, miles, decenas de miles de personas han hecho explícito su compromiso con nuestro partido desde el 14 de marzo de 2004. El Partido Popular tenía entonces 660.000 afiliados. Cuatro años después, el 9 de marzo de 2008, éramos 750.000. Hasta noventa mil más.
 
Es la mayor renovación por adición jamás experimentada por un partido político en nuestro país. Y también una de las más significativas y emocionantes. Cada uno de esos nuevos carnés del PP constituye una prueba irrefutable de que, a pesar de los obstáculos que tuvimos que superar y de las equivocaciones que pudimos cometer, hicimos las cosas bien. Ganamos la confianza de muchos y no perdimos la de ninguno. Eso es sumar. Eso es crecer juntos.
 
La confianza de los militantes es la savia que mantiene vivo a un partido. Sin ella, no hubiésemos podido hacer frente a los muchos retos de estos años, empezando por los distintos procesos electorales que se han celebrado desde nuestro último Congreso. 
 
No me extenderé en el desarrollo y resultado de cada uno de ellos. Han sido seis. Pero sí quiero destacar el grandísimo mérito y capacidad de resistencia que han demostrado nuestros compañeros en Cataluña y el País Vasco. Las elecciones a sus respectivos Parlamentos autonómicos se celebraron en un clima de enorme dificultad. 
 
En el caso de las elecciones catalanas, el hostigamiento a los partidos no nacionalistas derivó en episodios lamentables como los sufridos por nuestro compañeros catalanes y por nuestro propio presidente nacional, o el que yo mismo viví en Martorell junto a Josep Piqué.
 
Como en tantas ocasiones a lo largo de su historia, el Partido Popular no sólo demostró una fortaleza admirable ante el acoso (perdimos un solo escaño), sino que dio una lección de civismo que dejó doblemente en evidencia el sectarismo de nuestros adversarios.
 
Os digo una cosa: después de todo lo que hemos visto y vivido estos años, es evidente que si hay un partido en España que representa el principio democrático básico de respeto a quienes opinan de manera distinta, ése es el Partido Popular.
 
Por eso, permitidme ahora que me detenga en las elecciones al Parlamento vasco de abril de 2005.
 
En el último Congreso Nacional –alguno de vosotros lo recordará- os manifesté mi emoción y alegría porque, por primera vez, en las elecciones municipales de 2003, nuestros compañeros en el País Vasco habían podido votar y salir elegidos sin papeletas de los terroristas.
 
El Gobierno de José María Aznar había conseguido un verdadero hito en la lucha contra el terrorismo al expulsar a ETA de las instituciones. Fue un éxito colectivo: un consuelo para las víctimas del terrorismo. Y una victoria de la democracia española sobre el fanatismo y la sinrazón.
 
Ninguno de nosotros podía imaginar entonces lo que iba a ocurrir. En un gesto de irresponsabilidad sin precedentes ni justificación, el nuevo presidente del Gobierno socialista iba a arrojar esta gran conquista por la borda, permitiendo la vuelta del brazo político de los terroristas, primero al Parlamento vasco bajo las siglas del Partido Comunista de las Tierras Vascas y luego a los ayuntamientos bajo el disfraz de ANV.
 
En ambos casos, correspondió a nuestros compañeros del País Vasco liderar la defensa del Estado de Derecho y de la dignidad de nuestra democracia. Lo hicieron de manera ejemplar, con el profundo sentido ético y el coraje insobornable que les han convertido en referentes morales y políticos para millones de españoles.
Como dijo Churchill de los aviadores británicos que defendieron al pueblo de Londres del bombardeo nazi, “nunca tantos le debieron tanto a tan pocos”.
 
Nunca podremos agradecer lo suficiente a ese puñado de hombres y mujeres que, con María San Gil a la cabeza, llevan años luchando contra viento y marea, contra la cobardía de unos y las amenazas de otros, para que todos y cada uno de los españoles tengamos plena libertad.
 
La imagen de Regina Otaola izando la bandera de España en lo alto del ayuntamiento de Lizartza quedará en la memoria colectiva como uno de los momentos más nobles, más conmovedores y más dignos de la historia del Partido Popular.
 
 
 
 
 
Queridos amigos,
 
La claridad y valentía con la que el PP defendió los principios constitucionales tuvo, sin duda, mucho que ver en el resultado de las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2007.
 
Millones de españoles vieron en nosotros una doble garantía:
 
Primero, una garantía de eficacia en la gestión de asuntos tan importantes para la vida de las personas como la economía, la seguridad o la inmigración, que Zapatero despreció por completo y que nosotros abordamos con audacia y acierto en nuestras importantes y utilísimas Conferencias Políticas.   
 
Y segundo, una garantía de coraje en la defensa de aquellos valores que nos unen como españoles: la vocación de convivencia, el compromiso con la Constitución y el amor a la libertad.
 
Fueron esa vocación de convivencia, ese compromiso con el consenso y con la Constitución, y esa pasión por la libertad los que nos movieron a recoger millones de firmas contra un Estatuto que separa, divide y discrimina a los españoles. Y también los que nos llevaron a convocar una gran manifestación en Madrid para denunciar las reiteradas cesiones del Gobierno ante el chantaje de los terroristas.
 
No fueron decisiones fáciles. Lo fácil hubiese sido protestar un poco y no hacer nada. Pero nosotros optamos por asumir nuestra responsabilidad. Un partido que por oportunismo, indecisión o comodidad renuncia a defender sus ideas deja de tener sentido y deja de tener utilidad. Pasa a ser prescindible y muy pronto se vuelve irrelevante.
 
Nosotros quisimos ser útiles. Y fuimos necesarios. Quisimos ser relevantes. Y fuimos decisivos.
 
Si no hubiese sido por el Partido Popular, desde las víctimas del terrorismo hasta el espíritu de la Transición, desde los católicos hasta los castellano-hablantes, desde las familias con menos recursos hasta la libertad económica, desde el prestigio exterior de España hasta su cohesión interna, no hubiesen tenido quien les defendiera de un Gobierno sectario e ineficaz.
Fuimos un dique frente a los abusos y nos convertimos en una garantía de estabilidad. Y así lo han reconocido millones de españoles con su apoyo en las urnas.
 
En el fragor del día a día, se nos olvida que ganamos las elecciones municipales y autonómicas. Fue una victoria clara. Emocionante y esperanzadora. Obtuvimos el mejor resultado de nuestra historia, tanto en número de votos como en porcentaje.
 
 
Dimos un gran vuelco, sacándole 156.000 votos al PSOE. Ganamos 2.880 alcaldías por mayoría absoluta, 550 más que los socialistas. Nos impusimos en 34 capitales de provincia. Logramos brillantes mayorías absolutas en siete territorios: Madrid, La Rioja, Castilla y León, Murcia, Ceuta, Melilla y, aquí, en esta magnífica y bien gobernada Comunidad Valenciana. Y en Baleares, Asturias, Cantabria y Navarra, con nuestros socios de UPN, fuimos el partido más votado.
 
En Baleares, lo recordaréis, tuvimos que hacer frente a una situación muy compleja como consecuencia de la perversa dinámica del “todos contra el PP” impuesta por Zapatero. 
 
Sacamos los mejores resultados de toda nuestra historia en las islas: obtuvimos 29 escaños, 13 más que los socialistas, y nos quedamos a un escaño de repetir la mayoría absoluta.
 
Pero, de espaldas a la opinión pública, sin la mínima transparencia y todavía no sabemos a cambio de qué, los socialistas se pusieron de acuerdo con un repertorio variopinto de partidos (incluida Esquerra Republicana de Cataluña) con el único objetivo de arrebatarnos el Gobierno.
 
Se repetía así la maniobra desarrollada en Galicia, donde el PSOE y los nacionalistas del Bloque aprovecharon que nos quedamos a un escaño de nuestra quinta mayoría absoluta consecutiva para alzarse con el poder.
 
En Baleares y en Galicia, al igual que en otras ocho comunidades autónomas, el Partido Popular ha renovado sus direcciones desde 2004. La mayoría de estos procesos se desarrollaron en los correspondientes Congresos regionales, y otros fueron fruto de acontecimientos y decisiones posteriores.
Con estos nuevos equipos, con el mejor programa electoral jamás presentado en España, y con el partido movilizado como muy pocas veces en su historia (contamos con el apoyo de más de 120.000 interventores y apoderados), llegamos a las elecciones generales del pasado 9 de marzo. 
 
Ese mismo día, se celebraron elecciones al Parlamento de Andalucía, en las que dimos un paso importante hacia el cambio que vienen reclamando cada vez más andaluces. 
 
No me extenderé en detallar los resultados de las elecciones generales. Están frescos en vuestra memoria. Pero sí quiero resaltar algunos datos que me parecen importantes.
 
El pasado 9 de marzo, el Partido Popular sacó el segundo mejor resultado de toda su historia en número de votos, sólo por debajo de la mayoría absoluta del año 2000. Nos votaron 10.300.000 españoles, 500.000 más que cuatro años atrás.
 
Este impresionante caudal de confianza no fue suficiente para recuperar el Gobierno: nosotros ampliamos nuestro espacio electoral por el centro, pero el PSOE logró crecer a costa de sus socios más radicales y de una Izquierda Unida en acelerado proceso de descomposición.
 
Sin embargo, el resultado electoral sí nos permite sacar algunas conclusiones.
 
Si nos votaron casi 10 millones y medio de españoles no es porque les cayésemos mejor que Zapatero. Es porque se sintieron representados y defendidos por nosotros. Porque no nos avergonzamos de nuestras ideas, que son sus ideas. Porque denunciamos lo que había que denunciar, apoyamos lo que había que apoyar, y propusimos lo que había que proponer. Por eso confiaron en nosotros. Y por eso nos han convertido, con nuestros 154 diputados y 124 senadores, en la oposición con más respaldo popular y más potencia política de la democracia. Y no les podemos defraudar.
 
 La crisis económica, las huelgas, los desabastecimientos, el conflicto del agua, el cambio radical en la política de inmigración, el colapso y los escándalos de la justicia, los atentados de ETA, el nuevo órdago de Ibarretxe…  Todo lo ocurrido en España desde el 9 de marzo demuestra que teníamos razón. Razón en el diagnóstico de la situación. Razón en el pronóstico de lo que iba a ocurrir si Zapatero seguía en el Gobierno. Y razón en las soluciones y propuestas que planteamos para una España mejor. 
 
Esa evidencia es la que ahora nos tiene que impulsar para proseguir nuestra tarea, al servicio del interés general de los españoles.
 
Sabemos que la sociedad es cambiante. Que las organizaciones políticas tenemos la obligación de ofrecer nuevas respuestas a los nuevos desafíos. Y que el Partido Popular se tiene que adaptar, modernizar y renovar.
 
Tenemos que hacer un esfuerzo de cercanía a los ciudadanos. Tenemos que mejorar cada día para que cada día más españoles nos entreguen lo más valioso que tienen, que es su confianza.
 
Para ello, partimos de una base especialmente sólida: de la constatación de que el proyecto político que defendimos la pasada legislatura y con el que nos presentamos a las elecciones generales iba en la dirección correcta. Diez millones y medio de personas confían en que persistamos en este camino con decisión y con las mejoras que entre todos seamos capaces de incorporar. 
 
Ese es ahora nuestro reto: mejorar todo aquello que se puede mejorar y preservar todo aquello que se debe preservar. Que es mucho. Que es importante. Que nos distingue de las demás opciones políticas. Y, sobre todo, que permitió al Partido Popular alcanzar un objetivo que muchos creían imposible: ganar al Partido Socialista por mayoría absoluta.
 
Queridos amigos, queridos compromisarios:
 
He consagrado los últimos 20 años de mi vida al Partido Popular. A trabajar por el PP. A defender al PP. A luchar por el PP. Con seguridad, he cometido muchos errores a lo largo del camino. Sin embargo, creo poder decir que siempre he dado la cara por el partido; por lo que me correspondía y, si era necesario, también por lo que no me correspondía.
 
Por eso ahora, que he tomado la decisión de dar un paso atrás, me siento con derecho a pediros dos cosas:
 
La primera es que aprobéis la gestión del Comité Ejecutivo Nacional y la Junta Directiva Nacional desde el último Congreso. Creo que es el justo reconocimiento al formidable trabajo desempeñado por nuestro presidente nacional, por todos los secretarios ejecutivos y de área, y por los grupos parlamentarios del Congreso, del Senado y del Parlamento Europeo. Gracias, Jaime. Gracias, Pío. Y gracias también a Eduardo.
 
Fruto de esta labor sacrificada y generosa, el Partido Popular ha logrado consolidarse como firme alternativa de Gobierno en España.
 
Permitidme, asimismo, que exprese un agradecimiento especial al que durante quince años ha sido nuestro Tesorero Nacional, Álvaro Lapuerta, que en el último Comité Ejecutivo nos comunicó su decisión de abandonar el cargo. Creo, Álvaro, que en el terreno de la gestión económica también hemos hecho un buen trabajo.
 
Con la compra de Génova 13, hemos pasado de ser los inquilinos de nuestra sede nacional a ser sus propietarios. Por fin tenemos casa propia. Una casa que hemos reformado de arriba abajo: cómoda, amplia y moderna. Y encima dejamos al partido en la mejor situación financiera de su historia: prácticamente sin deudas, con unos ingresos que superan a los gastos y con dinero en la caja. Es un magnífico legado.
 
También quiero aprovechar esta oportunidad para recordar a todos los compañeros que nos han dejado a lo largo de estos años. De manera muy especial, a Loyola de Palacio, Gabriel Cisneros y Rogelio Baón, que nos acompañaron en todos nuestros Congresos y cuya ausencia nos pesa hoy más que nunca.
 
Loyola, orgullosamente vasca, española y europea, era coherente en todo y valiente, siempre. De Gabi no olvidaremos jamás su inteligencia, su claridad y su esfuerzo, hasta el último aliento, por preservar la Constitución del consenso que contribuyó decisivamente a elaborar. En cuanto a Rogelio, representa como pocas personas el valor del compromiso y la lealtad con el Partido Popular.
 
Los tres fueron un ejemplo y los tres ocuparán siempre un lugar destacado en la historia de este partido y en la memoria de cada uno de nosotros.
 
La segunda petición os la hago, no ya como Secretario General, sino como un simple militante, que no pretende otra cosa que lo mejor para su partido.
 
Hoy hemos abierto las puertas de un Congreso del que sois protagonistas. Aquí se va a decidir en qué manos queda y hacia dónde se encamina el Partido Popular. Cada uno de vosotros tendrá una opinión acerca de lo que más nos conviene. Desde la humildad, insisto, de un militante más, voy a daros la mía: 
 
Yo quiero un Partido Popular unido.
 
La unidad es la columna vertebral del PP. Si hemos conseguido gobernar en miles de municipios, en buena parte de las comunidades autónomas y en el conjunto de la Nación es porque desterramos de nuestra organización prácticas perniciosas para la cohesión interna como las camarillas, los bandos y las intrigas.
 
El éxito del PP radica en buena medida en su condición de poderoso paraguas bajo el cual todos nos hemos sentido representados, acogidos y seguros.
 
A nosotros no nos ha unido nunca ni un barón, ni una corriente, ni una sensibilidad, ni por supuesto la pertenencia a una determinada generación. Lo que nos ha unido son nuestras siglas. Y así debe seguir siendo en el futuro. 
 
Tenemos que preservar el espíritu de equipo que ha hecho fuerte al Partido Popular, y levantar la bandera de un gran proyecto político capaz de incluir a todos, implicar a todos e ilusionar a todos.
 
Yo quiero un PP basado en el mérito. Es decir, en el que los criterios a la hora de avanzar sean el esfuerzo, el sacrificio y la capacidad personal. 
 
Los equipos en política tienen un valor fundamental. Sobre todo en la Oposición, cuando simultáneamente hay que fiscalizar la acción del Gobierno y presentar una alternativa coherente y atractiva.
 
Jóvenes y veteranos, pata-negra y recién llegados: al Partido Popular le sobran hombres y mujeres con talento, experiencia y capacidad, dispuestos a renunciar a sus legítimas ambiciones personales para trabajar conjuntamente por el bien común. Reunirlos a todos en un equipo de primera, no es ya recomendable. Es una obligación.
 
En el PP nunca ha sobrado ni sobra nadie. Faltan nuestros compañeros asesinados por ETA, cuya memoria volvemos a honrar hoy en este Congreso.
 
Yo quiero un PP valiente. Valiente a la hora de defender tanto sus ideas como a su gente. Sí, a su gente. Un partido que defiende a su gente es un partido más fuerte. Lo creo de verdad.
 
Como, a diferencia de algunos, también estoy convencido de que menos PP no es igual a más votos.
 
Cuando los socialistas nos instan a dejar de ser como somos y nos dicen cómo tenemos que ser, no lo hacen para ayudarnos, para echarnos una mano, para que nos vayan mejor las cosas. Tampoco les mueve un especial interés por España. Lo hacen para perjudicarnos. Saben que muy pocas cosas favorecerían más al PSOE que un PP desdibujado.
 
Tampoco es cierto que el voto del PP sea un voto incondicional o cautivo. Al contrario. Es un voto exigente. Un voto crítico. Un voto en conciencia, que no se puede dar por hecho ni descuidar.
 
Probablemente haya quienes pueden decir una cosa por la mañana y por la tarde, la contraria. Nosotros, no. Nosotros no podemos defender un día la negociación con ETA y al día siguiente, la política de la derrota. No podemos decretar “papeles para todos” y mañana anunciar mano dura con la inmigración ilegal. No podemos proclamarnos paladines de las libertades y luego dar la espalda a quienes reclaman su derecho a usar el castellano.    
 
A nosotros no nos votan a pesar de nuestras ideas, sino gracias a ellas. Nos votan precisamente porque tenemos principios y porque los defendemos con coraje y claridad.
 
Yo quiero un PP fuerte en el centro. Pero teniendo bien claro que el centro no lo marca el Partido Socialista y menos, si cabe, los nacionalistas.
 
En la magnífica Convención que organizamos hace dos años, os dije que el centro no es la equidistancia entre la libertad y la tiranía, ni entre la justicia y la arbitrariedad.
 
Hoy añado: el centro tampoco es el punto medio entre la España constitucional y una España confederal que acepta la discriminación y consagra la desigualdad.
 
En España, ser de centro significa: defender la convivencia constitucional; trabajar por la igualdad de todos los españoles ante la ley; garantizar la solidaridad entre los distintos territorios; y, por encima de todo, luchar para que cada día haya más libertad para todos y cada uno de los españoles.
 
Eso es lo centrista. Y eso es también lo moderno.
No hay nada más de centro que defender los fundamentos constitucionales que nos protegen y equiparan a todos. Y no hay nada más moderno que luchar para preservar y extender las libertades individuales. Ese el rumbo del futuro. El rumbo por el que el Partido Popular debe seguir avanzando, con paso sereno y firme, para ser cada día mejores y cada día más.
 
Por último, queridos amigos, yo quiero un Partido Popular con un proyecto común para toda España y una dirección nacional fuerte.
 
No quiero un PP que defienda una cosa en Madrid, otra en Cataluña y una tercera en Galicia, con una dirección nacional reducida al papel de mero árbitro o coordinador. No sería eficaz. Y no sería coherente. 
 
Si para nosotros España no es la suma de 17 territorios, sino de 45 millones de españoles, para nosotros el PP tampoco puede ser la suma de 17 direcciones regionales, cada una con un criterio y un discurso propio, sino que tiene que ser la suma de todos sus afiliados. De todos vosotros.
 
Vosotros y los 750.000 militantes a los que representáis en este Congreso sois –y debéis seguir siendo-, los únicos dueños del Partido Popular. 
 
 
Queridos compromisarios, queridos amigos,
 
Termino ya.
 
A partir del lunes, otra persona, muy previsiblemente María Dolores de Cospedal, a la que conozco bien y por la que tengo un gran aprecio, se hará cargo de la Secretaría General de nuestro partido. Le deseo toda la suerte y el acierto del mundo. Estoy seguro de que cometerá menos errores que yo, y que será más constante, más justa y más valiente.
A mí solo me queda dar las gracias.
 
Primero, a Mariano Rajoy, por la confianza que ha depositado en mí estos cuatro años.
 
En segundo lugar, a todos los cargos, dirigentes y colaboradores del partido, que desde sus distintas responsabilidades, de manera callada y sin pedir nada a cambio, me han ayudado a sacar adelante mis obligaciones.
 
Estoy muy orgulloso del equipo que me ha acompañado estos años. Orgulloso de todos y cada uno de los secretarios ejecutivos. De Sebastián, de Ana, de Gabriel, de Soraya, de Miguel y de Ignacio. Ya les hubiera gustado a muchos contar con un equipo así, de personas inteligentes, entregadas, leales y honestas, dispuestas a recoger el testigo en el momento más difícil para entregarlo cuatro años después como lo entregamos hoy: en perfecto estado. 
 
Tienen todo mi reconocimiento y toda mi gratitud.
 
En tercer lugar, quiero dar las gracias a mi mujer, Ana, y a mis dos hijos, por su apoyo sin condiciones y por sobrellevar los avatares de estos años con una paciencia y una generosidad que nunca les podré compensar.
Y por último, a todos vosotros.
 
Gracias de todo corazón por el respaldo y el afecto que me habéis demostrado siempre y de manera muy especial a lo largo de estos cuatro años.
 
Juntos, hemos vivido alegrías y sufrido desencantos. Hemos luchado contra los prejuicios, el conformismo y la resignación. Cuando hemos tropezado, nos hemos vuelto a levantar. Y nunca hemos dejado de mirar hacia delante, hacia un futuro mejor para todos los españoles.
 
Ha sido un honor ser vuestro Secretario General.
 
Por eso ahora, en el momento de la despedida, quiero deciros que estaré siempre a vuestro lado, en los éxitos y también en las dificultades, dispuesto a servir con ilusión y lealtad al partido que más ha contribuido a hacer de España una de las mejores democracias del mundo.
 
Gracias a todos. Muchísimas gracias.  
 

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