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UNA AUDITORÍA REPUBLICANA, por Víctor Gago

LD (Víctor Gago) Poco después de ganar las elecciones, en marzo de 2004, José Luis Rodríguez Zapatero invitó a Philip Pettit a impartir una conferencia en Madrid. Zapatero había leído Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno (1997), una obra que tuvo una recepción discreta, por no decir indiferente, en el mundo académico y en el circuito de la innovación política, pero que cayó sobre el influenciable líder socialista español con la fuerza de una revelación. Aquella conferencia era, a la vez, un homenaje y una declaración de "republicanismo cívico", flamante percha ideológica del nuevo presidente español y, por extensión, de un PSOE que las ha vestido de todos los colores en su centenaria historia: marxismo, terrorismo, golpismo –durante la dictadura de Primo de Rivera–, sindicalismo revolucionario, tercermundismo, socialdemocracia, ....
 
Zapatero emplazó a Pettit a presentar una auditoría de su Gobierno hacia el final del mandato. El encargo se materializó en una nueva conferencia dictada por el profesor irlandés de la Universidad de Princenton en el Instituto de Estudios Políticos, el pasado mes de junio de 2007.  El Examen a Zapatero –superado con sobresaliente, a juicio de su mentor– se publica ahora en forma de libro por la casa editora Temas de Hoy.
 
El cofre contiene la piedra sobada de aquella auditoría –que recibió, en su día, la réplica de algunos comentaristas españoles, por lo marciano de su análisis sobre la España de ZP–, pero también una gema reluciente.
 
Se trata de una entrevista inédita del maestro al discípulo, del brujo a su aprendiz o del ideólogo a su epígono. Como en un ritual de iniciación, Pettit transfiere a Zapatero el fuego sagrado de su pastiche ideológico, mezcla de constitucionalismo romano, marxismo con la cara lavada y buenismo progre.
 
Su ideíta de la libertad como "no dominación" no es más que una forma de legitimar un sistema en el que todos vigilan a todos. En la película Casino, de Martín Scorsese, el mafioso encarnado en  Robert de Niro describe la esencia del republicanismo cívico: "El portero vigila al botones, el jefe de sala vigila al portero, el gerente vigila al jefe de sala, el  jefe de seguridad vigila al croupier y al gerente, y yo los vigilo a todos".
 
La no dominación progresista defendida por Pettit y Zapatero implica la dispersión del control –"dispersión del poder", lo llama Pettit–, para lo cual es necesario que los ciudadanos sean considerados, no como individuos que cooperan en libertad sobre la base de la promoción de sus intereses individuales, sino como miembros de un colectivo.
 
Cada colectivo vigila los intereses de otros grupos y es vigilado por estos. En este sistema colectivista, el Gobierno es un primus inter pares. En cuanto grupo, está sometido al control de la ciudadanía organizada en grupos de intereses; en cuanto primogénito, tiene la facultad de interpretar lo que quiere la comunidad y de realizarlo mediante sus decisiones políticas. El Gobierno es el ojo supremo del Casino que vigila al resto de los vigilantes que, a su vez, vigilan para él.
 
En este experimento ideológico, una mascarada más de la izquierda después de la Caída del Muro,  hay recortes de algunas instituciones romanas, como la colegialidad de las magistraturas –dos cónsules, en la etapa republicana, en pie de igualdad–, la intercesio –capacidad de veto que un cónsul tenía sobre las decisiones del otro– y la provocatio ad populum –facultad de un ciudadano condenado por un magistrado de apelar a las asambleas populares en una segunda instancia–.
 
Las instituciones de dispersión del poder posteriores a la época monárquica, en Roma, responden a las tensiones entre patricios y plebeyos y no a ningún ideal de protección de la libertad individual, un concepto moderno desconocido para los romanos. En el constitucionalismo romano, el individuo sólo existe como sujeto de Derecho en cuanto miembro de un grupo –una fas, una gens o una tribu–. Cuando Pettit invoca la constitución romana como origen de su republicanismo cívico está proponiendo el retroceso a un modelo de organización tribal de la sociedad incompatible con la sociedad liberal moderna, heredera de las revoluciones de los siglos XVII y XVIII. 
 
La idea de no dominación de Pettit y Zapatero incorpora, además, el mito marxista de que la historia humana es la de la explotación de unos hombres por otros, de unas clases por otras. El republicanismo cívico no concibe la cooperación libre de dos o más individuos, sino que ve en los intercambios individuales un simple juego de tramposos en el que todos intentan dominar y todos intentan no dejarse dominar. 
 
En este juego, el papel del Gobierno es quitar la iniciativa a los individuos, de los que desconfía, y dársela a los grupos, de los que tampoco se fía y por eso dispersa el poder entre ellos. Son los colectivos, los grupos, los sujetos inspiradores de derechos. A todos, el buen Gobierno republicano les reconoce el mismo valor.  Procura que discutan entre sí –a eso lo llaman "democracia deliberativa"–. Unos se vigilarán a otros y todos, incluido el Gobierno, vigilarán al individuo.
 
El marxismo fracasó al predecir el colapso de la sociedad liberal y su superación por un Estado colectivista y totalitario. El republicanismo cívico de Pettit no es más que el enésimo intento de abolir la libertad individual que la izquierda emprende después de la Caída del Muro, una más de las máscaras sonrientes, compasivas y pacíficas que la feroz ideología causante de más de cien millones de muertos se ha puesto para seguir teniendo alguna opción de dominar al hombre.

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