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HAY QUE VER CÓMO ESTÁ EL SERVICIO, por Víctor Gago

LD (Víctor Gago) La del PP canario es una crisis más ostentosa que dramática, más chafardera que histórica, digna de los ecos de sociedad antes que de las páginas de análisis político. Para entenderla, bastaría con un comunicado como los de la Casa Real: José Manuel Soria y Larry Álvarez han decidido de mutuo acuerdo "suspender temporalmente la convivencia".
 
¿Que quién es Larry? He ahí la cuestión. Porque alguien al que nadie conoce lo ha sido todo para Soria y en el PP canario, en los últimos nueve años. Ser "todo" para alguien a quien, como Soria, le gusta "todo" el poder y no un poquito, equivale a serlo "todo" en el PP isleño.Y "todo" quiere decir todo.
 
Larry era esa mediana presencia adosada cuando el presidente del PP canario, un metro noventa, pasaba por el arco de seguridad en la recepción de la sede de la calle Génova, camino de una de las reuniones del Comité Ejecutivo.
 
Larry era la sombra de al lado en el coche oficial, entre la montaña de prensa económica, que Soria devora a diario en todos los idiomas del tronco indoeuropeo, y la puerta.
 
Era la tercera oreja de Soria en los canutazos con la Prensa, el ojo en la nuca frente a las puñaladas –y le han llovido de todos los metales, nobles e innobles, con pedrería engastada y de cuchillos jamoneros, al brillante economista liberal y patoso político con carisma que es Soria–, incluso el fiel porteador en las mareantes y agotadoras expediciones entre islas –el despacho en una, el Parlamento en la otra–, a las que obliga la alegre duplicidad de sedes que la Autonomía canaria se permite a costa de los contribuyentes, para no herir a los sandrines que viven de avivar el pleito entre Gran Canaria y Tenerife.
 
Larry era el confidente, el portavoz, el pretor de los auspicia de Soria, que no son como los de las aves cuyo vuelo auscultaban los magistrados de Roma para interpretar la voluntad divina, sino más bien, como esas plastas viscosas que te caen encima desde una recóndita, traicionera e indolente rama mientras caminas tranquilamente por la calle.
 
La crisis del PP canario es, por tanto y ante todo, una crisis del servicio doméstico.
 
Estos días, el Metro de Madrid está hecho un asco porque los empleados de la empresa concesionaria de la limpieza están en huelga. Algo así pasa en el PP canario: está hecho unos zorros porque quien ha tenido la oportunidad histórica y el talento para dar la batalla de la Opinión y ganarla –como se ha ganado en Valencia o en Madrid, que empezaron la democracia votando al PSOE y hoy tienen al PSOE roto o marginal–, eligió el outsourcing para fijar la estrategia y, lo que es peor, se equivocó de contratista. Buscó un número dos con estopa en vez de un número dos con ideas.
 
Con Soria, el PP ha obtenido tres mayorías absolutas consecutivas en la Alcaldía de Las Palmas de Gran Canaria –de 1995 a 2007–, una mayoría absoluta en el Cabildo de Gran Canaria –de 2003 a 2007– y seis escaños por Canarias en el Congreso de los Diputados –337.547 papeletas en 2004, la fuerza más votada en las Islas–.
 
El problema es que el presidente de los populares isleños lo ha fiado todo a su contrastado tirón electoral y ha dejado el partido en manos de la servidumbre, no para meterlo de cabeza en la sociedad, sino para que no le importune.
 
El resultado de esa gestión indirecta del conocimiento y la persuasión, que es lo más serio y delicado que un partido liberal puede hacer en una sociedad  en la que se sabe en minoría frente al consenso socialista en los medios de comunicación, las aulas y los gremios, es un desolador vacío alrededor de lo que opina y propone hoy el PP en las Islas.
 
No hay masa crítica dispuesta a transmitir lo que sale del magín de Rajoy, no hay medios que comenten sus iniciativas (si no es previo pago en cuantiosas inversiones publicitarias que salen de los fondos de las pocas, aunque estratégicas, instituciones que le quedan a un PP aferrado a su pacto con CC en el Gobierno de Canarias, como a una tabla de náufrago). Las universidades, sindicatos, institutos, colegios profesionales, son un páramo marciano en el que la agenda del PP podría vagar por toda la eternidad sin encontrar un suelo en el que echar raíces.
 
Las organizaciones empresariales están demasiado pendientes de las mordidas grandes y chicas de fondos públicos como para incomodarse con ningún partido –el que no gobierna aquí, lo hace allí; el que no manda en un ayuntamiento, lo hace en un Cabildo; el que no consigue un arancel en Bruselas, te puede agenciar una subvención en Madrid o un contrato en Adeje o en Telde- o como para permitirse tener ninguna idea sobre la forma de vida que dicen defender.
 
Éste es el paisaje de cochambre intelectual y rastrojos morales que Soria, brillante funcionario del cuerpo de élite de economistas del Estado, antiguo jefe del Gabinete técnico de Carlos Solchaga, político intuitivo y capaz, liberal ilustrado, ha dejado crecer entre el PP y la sociedad canaria, por poner las ideas y la organización humana en manos del servicio doméstico.
 
Hoy el PP canario es una mansión fantasmagórica con un inquilino incomprendido, con fama de hosco, que sólo sale cada cuatro años para pedir el voto. Alguien que le podaba el jardín le convenció una vez, hace nueve años, que no necesitaba el contacto con la realidad, ni producir buenas ideas, ni preocuparse de que éstas circulasen libremente. A Soria, de suyo tocado por una pereza aristocrática, la perspectiva le sedujo.  
 
Hoy el jardinero fiel se ha declarado díscolo, no sólo con Soria, sino con Rajoy –del que dijo, el pasado mes de julio, que "lo que diga no es, ni mucho menos, palabra de Dios"–, y pregona que el futuro del PP es Gallardón.
 
¿Qué quién es Larry? El número dos de un partido en el que había uno y dos, y ahora sólo queda uno.
 

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