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EL DIAGNÓSTICO GALLARDÓN, por Víctor Gago

(Libertad Digital-Víctor Gago) (Foto: Alberto Ainaud, Europa Press) Adosado a Mariano Rajoy, al que mata a besos, el alcalde de Madrid insistió este martes, durante un Desayuno Informativo de Europa Press, en distinguirse del candidato del PSOE, por si queda alguna duda: “Sebastián es un pronóstico y yo, con perdón, soy un diagnóstico”. La ocurrencia trasciende, en mucho, la puya ingeniosa para iluminar de sentido la puñetera realidad, más modesta que el ingenio de los políticos, pero también menos encubridora.
 
En efecto, Alberto Ruiz-Gallardón, afiliado del mes, del año y del siglo del Partido Popular, mayordomo de la cubertería familiar de la derecha, a la que no deja de pasar el Netol dinástico (“Pertenezco al PP desde el primer minuto de su vida, el PP al que mi padre ayudó a fundar, sólo me vera Usted en política en el PP...”), y celoso portador de su reloj de cadena (el mismo que le regaló su padre y lleva siempre en hora, según explicó a la revista Vogue) es el mejor “diagnóstico” del primer partido político de España. Tradición a prueba de traiciones, centrismo a prueba de claridad, unidad a prueba de dentelladas.
 
Gallardón diagnostica como nadie la calma resoplante, como un profundo tubo volcánico, que acuna al PP de Rajoy, en esencia el mismo que dejó Aznar, pero a la vez diferente, porque los principios no siempre están a la vista. A veces luce con la pureza de las nieves perpetuas del Klimanjaro. A veces se podría freír un huevo, como en la Montaña del Fuego.
 
Nadie mejor que el alcalde de Madrid representa el ascenso de pragmatismo y fulanismo en el partido de María de la Pau Janer, el Estatuto de la “realidad nacional andaluza” o las mesas petitorias a CiU.
 
Pegado a Rajoy por una viscosa colada de adulación (“Declaraciones muy certeras del presidente de mi partido...”; “Hace poco lo comentaba con Mariano: ¡Nosotros dos llevamos más de la mitad de nuestra vida dedicados a la política y militando en el mismo partido!”), pero a la vez enfáticamente humilde (“Mi único interés es contribuir a que Rajoy sea presidente. Y ahí sabe Mariano que me tiene. Si voy o no en una lista al Congreso, lo decidirá el presidente de mi partido. No pienso hacerle ningún planteamiento sobre el lugar en la lista”), el alcalde de Madrid puede presumir de diagnóstico, de enfermedad y de remedio ante el dejar hacer, dejar pudrir del estilo político de Rajoy.
 
El político que este martes ha declarado sentir tanto respeto por Javier Gómez Bermúdez, el juez del 11-M, que prefiere “ni elogiarlo, para no perturbar su trabajo”, es el mismo que el pasado jueves no dudó en elogiar el trabajo “minucioso y profesional” del instructor, Juan del Olmo, y de la fiscal del caso, Olga Sánchez, a pesar de que la Inspección del Consejo del Poder Judicial encontró indicios de una “falta muy grave” del magistrado en la negligente excarcelación de 2006 de El Harrak, uno de los presuntos autores de la masacre.
 
El mismo Gallardón que este martes, durante el Desayuno de EP en el Hotel Villamagna, se ha rasgado las vestiduras por las acusaciones “injustas y falsas de toda falsedad” de El País a Ángel Acebes, sobre el 11-M, fue el primero en desmarcarse de la respuesta de su partido a la campaña de injurias emprendida por Jesús Polanco y también es el mismo que, el pasado verano, confesó a la directora de Vogue la incomodidad que siente en los maitines [formato de reuniones del núcleo directivo del PP] ante dirigentes como Acebes. “Los duros”, calificó despectivamente al sector del número dos del partido, en esa entrevista tan poco leída y ponderada, al parecer, entre los dirigentes que este martes han acudido en tromba a arropar al alcalde en su conferencia de prensa, empezando por Rajoy, continuando por Acebes, y, de ahí para abajo, Esperanza Aguirre y medio Gobierno de la Comunidad de Madrid.
 
Hace dos semanas invitó a cenar a su casa a José María Aznar y Ana Botella, una ocasión que aprovechó para saldar deudas con el ex presidente, según contó. Lo dijo como de pasada, pero nada es casual ni espontáneo en este joven veterano, envejecido antes de tiempo en el estrés del cálculo de los tiempos y las palabras.
 
“Cuando José María Aznar me llamó hace cinco años, en su condición de presidente del partido, para pedirme que encabezara la candidatura al Ayuntamiento de Madrid, yo le dije que sí, por supuesto. Nunca he dicho que no a nada que me haya propuesto mi partido. Me debes un favor, presidente, le dije entonces. Pero hace dos semanas, tuvimos una cena en mi casa y pude decirle que yo estaba equivocado. El favor te lo debo yo a ti, le dije. No podía imaginar que nada me proporcionase mayor plenitud que ser alcalde de Madrid”.
 
En este relato en primera persona sí que hay todo un diagnóstico. Un favor, dice. También dijo, en su día, que promovió la candidatura de Manuel Cobo para salvar el PP de una Dirección "perdedora de elecciones" como la de Esperanza Aguirra. Favores. Aznar y Botella se podrían haber ahorrado el taxi o metrobus a casa del alcalde, y el Almax para la digestión. La historia solemne del favor que el PP le debía y ya no le debe la contó también a Vogue, fuente, por cierto, del mejor diagnóstico reciente de Alberto Ruiz-Gallardón.

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