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Desmontando a Ahmadineyad

Era el alcalde de Teherán desde 2003, pero un auténtico desconocido en el exterior. Hasta que Mahmoud Ahmadineyad, hijo de un herrero, se impuso al ex presidente y clérigo, Hachemi Rafsayani, en las elecciones legislativas en 2005 y se convirtió en el primer presidente secular de la República Islámica. Lo que para los ajenos a la estructura del poder de Irán pudo interpretarse (malinterpretarse) como una esperanza hacia el aperturismo.  

L D (Rocío Colomer) Mahmoud Ahmadineyad, sin embargo, proviene del sector más ultraconservador de la elite iraní, protegido por el Guía Supremo de la Revolución, el ayatolá Jamenei. Circunstancia decisiva para su elección, habida cuenta de la naturaleza psdeudodemocrática de la República Islámica puesto que los candidatos presidenciales están supeditados a la decisión del líder supremo, no son elegidos directamente por el pueblo.

En cualquier caso, junto a los eslóganes populistas (se presentó como el candidato de los desheredados), el actual presidente sembró su campaña de frases lapidarias que venían a confirmar su alineación con la línea más dura del estalishment iraní, al tiempo que se esfumaban las oportunidades de reconciliación con EEUU. “No hicimos la Revolución para instaurar la democracia” espetó el dirigente fundamentalista en 2005.

Así las cosas, los pasos previos a su llegada a la presidencia constatan el carácter revolucionario, ultranacionalista y fundamentalista del personaje. Nace en 1956 en Garmsar, una localidad cercana a Teherán. Según biografías oficiales, en 1979 participó en la revuelta estudiantil que en la que se asaltó la embajada de EEUU en la capital y se secuestró a varios funcionarios dando lugar a la "crisis de los rehenes", episodio tras el cual se dieron por rotas las relaciones diplomáticas entre ambos países. Tiempo más tarde, durante la guerra entre Irán e Irak (1980-88), se alistó como voluntario y llegó a ser responsable de tácticas de combate de la Sexta División Especial del Ejército.

Es en 1990 cuando obtiene su primer cargo político como gobernador de Ardebil y en 2003 se convierte en el alcalde de la capital en los comicios con más baja participación de la República Islámica. De su trayectoria se desprende que Mahmoud Ahmadineyad es un líder sin carisma, ni respaldo social pero bien relacionado con el núcleo duro del poder.

Sea como fuere, los dos años de mandato del presidente iraní se caracterizan por la recuperación del discurso revolucionario, la confrontación con Occidente y el rearme militar, cristalizado, en el programa nuclear. En suma, el hecho de que el régimen de los ayatolás haya enfatizado la política exterior y atraído la atención internacional hacia su programa nuclear, le ha permitido avanzar con impunidad en la violación de los derechos fundamentales en su territorio.

En octubre 2005, el entonces recién elegido presidente de la República Islámica pronunció un discurso en Teherán en el que exhortó: "Israel debe ser borrado del mapa". Frase con la que se reivindica el estilo del líder de la revolución de los ayatolás, Jomeni, quien describió al Estado de Judío como "un tumor canceroso que debe ser erradicado".

Desde ese momento, los discursos incendiarios contra los israelíes, en particular, y contra los occidentales (sobre todo estadounidenses) en general, se convierten en la tónica oficial de las intervenciones del dirigente chií.

En diciembre del mismo año, Ahmadineyad se granjeó el rechazo de la comunidad internacional tras calificar de "mito" el holocausto judío. "Ellos han creado un mito del holocausto judío y los consideran por encima de Dios, la religión y los profetas".

La beligerancia del presidente iraní no sólo se limita al plano ideológico sino que también se adentra en el práctico. Nada más llegar al poder, el dirigente fundamentalista rompe el diálogo iniciado por su predecesor reformista con la comunidad internacional y reanuda el programa de enriquecimiento de uranio que había sido suspendido de modo temporal con motivo de las negociaciones.

Irán es un país enormemente patriótico por lo que el presidente islamista hace del programa nuclear un símbolo nacional. Mahmoud Ahmadineyad atribuye la negativa de la comunidad internacional a su desarrollo nuclear a un ataque a la soberanía iraní. "Estad seguros que no recularemos un ápice en cuanto a la defensa de nuestros legítimos derechos en materia nuclear", reivindicó el presidente poco tiempo después de su elección.

En paralelo, agita la tradicional idea del "enemigo exterior" -Israel y EEUU-, con una doble intención, primero, para sumar un argumento más a favor del plan nuclear: la seguridad nacional y el segundo, para desviar el creciente descontento social debido su mala gestión.

La retórica del delfín de Jamenei es una retórica propagandística, repetitiva y machacona. El presidente Ahmadineyad y los suyos saben que la primera batalla es la de la información. El adoctrinamiento se fundamenta en la repetición. Los mensajes que lanzó en sus primeros actos como presidente prácticamente son los mismos que dirige actualmente a sus audiencias. En 2006, por ejemplo, reitera que "la existencia de la entidad sionista representa una permanente amenaza para que ninguno de los pueblos y los países islámicos de la región puedan sentirse seguros".

En agosto de 2007 en otro discurso en Teherán califica a Israel de "bandera de Sadam" y advierte que "está en vías de desaparición". En ese mismo mes y a propósito de la publicación de unas nuevas viñetas sobre Mahoma en un periódico sueco Nerikes Allehanda, Ahmadineyad evoca un nuevo holocausto judío. "Los sionistas presionan a los europeos (...); presionan a los suecos para destruir sus relaciones con los musulmanes. (...) Los alemanes eliminarán a los sionistas" y "los europeos los expulsarán".

De acuerdo con estas amenazas públicas, el programa de enriquecimiento de uranio que sobrepasa la cantidad necesaria para uso civil (cuatro por ciento) con el objetivo de lograr energía para uso militar (noventa por ciento) -por más que intente decir lo contrario el establishment iraní- puede entenderse como la persecución del medio (militar) para lograr sus fines (borrar a Israel del mapa). La preocupación del Estado judío es más que comprensible.

Finalmente, el Irán de Ahmadineyad no sólo es implacable contra Israel o EEUU sino que es extremadamente cruel con su propia población. Y si es capaz de establecer este régimen de totalitario y terrorífico entre sus gentes qué es lo que podría hacer contra los extraños. Informes anuales de "Human Rights Watch" (HRW) vienen denunciando el enorme deterioro de los derechos y libertades fundamentales desde el inicio de su mandato. En Irán no existe libertad de expresión, ni asociación y la única ley civil es la Sharia, el Corán.

En un artículo del acreditado periodista Mauel Martorell en El Mundo cifra en 117 las ejecuciones en 2006. En suma, el régimen fundamentalista ha retomado las lapidaciones y ha devuelto a la mujer a la época de la cavernas. Todo y eso sin mencionar la negación de los homosexuales que, como lo que quiere hacer con los judíos, los ha borrado del mapa. En su visita la semana pasada la Universidad de Columbia de Nueva York contestó en respuesta a preguntas de los estudiantes: "Nosotros no tenemos homosexuales como en su país. No tenemos ese fenómeno".

En cualquier caso no es un buen momento para el presidente Ahamdineyad. Mientras la presión exterior aumenta -Francia se ha sumado a la estrategia de EEUU-, el malestar de la población es cada vez mayor. Los problemas de inflación y desempleo existentes cuando el presidente islamista alcanzó el poder no sólo no se han reducido sino que han intensificado de forma significativa.

Para más inri, el hombre fuerte del régimen, el Guía Supremo está delicado de salud. Lo que pone en una situación de ventaja a los contrarios al régimen. El problema es que la oposición no es homogénea y aglutina a los partidarios de mantener el status quo, pero rebajar la tensión con Occidente y los que prefieren un cambio de régimen, en otras palabras, una transformación democrática. Hoy por hoy, todos los escenarios en Irán están más abiertos que nunca.

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