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RAJOY TAMBIÉN SABE SONREIR, por Víctor Gago

LD (Víctor Gago) Mariano Rajoy suele repetir que lo que distingue su alternativa para España es "el sentido común". Ha vuelto a remarcarlo este jueves, durante una entrevista en Radio Nacional en la que el conductor del programa, Juan Ramón Lucas, acabó invitándole a incorporarse como comentarista deportivo del canal. Todo un síntoma. ¿Se le habría ocurrido a Ana Rosa Quintana proponer a Rodríguez Zapatero un contrato como comentarista de Pasarela Cibeles?
 
Con Rajoy, los mismos que se pasan la vida estigmatizando a quienes no siguen el consenso progresista, se esmeran en que parezca un tipo normal. Los guionistas del vídeo de Juventudes Socialistas sobre Educación para la Ciudadanía no hicieron nada que no hayan visto hacer durante años a los guiñoles sectarios del Plus, al Gran Wyoming, a los cómicos del llamado cinturón sanitario o a los tertulianos de la SER antes, durante y después del 13-M. Es una insania anterior a la imagen de la realidad, un axioma del relato: "La derecha no es normal". Puede ser pre-normal, subnormal, para-normal o para-caidista, según la variante que escoja el bufón de turno, pero nunca se le concederá el privilegio de la asimilación.
 
La mentira, para ser creíble, exige cierta tolerancia a la desmitificación. Una tolerancia controlada. Invitan a Rajoy para eso, para desmitificarle. Primero te calumnian, luego te asimilan. Primero se es guerracivilista, como llamó Jesús Polanco a diez millones de españoles en la última Junta de Accionistas de su vida; luego, si pones de tu parte, puede que te nombren comentarista deportivo. El ciclismo, los puros Cohiba y en este plan.
 
Los dirigentes del PP van la SER, y les preguntan por los críos o por el festival de Bayreuth, como a Gallardón, ese wagneriano. En Radio Nacional, a Rajoy le han pedido que se suba a la moto y analice el Tour en vivo.
 
Concha García Campoy, al menos, fue más franca cuando lo tuvo en su programa el otro día: "No, si es lo que yo les digo siempre a mis amigos que lo ven tan crispado", le dijo. "No hagan caso, que Rajoy es una persona normal".
 
Hay un énfasis tenso y culposo, una sobreactuación de la normalidad. En el fondo, lo que dicen es: "¿Ven? Nosotros también somos normales".  Ahí les duele, porque la única anomalía digna de ese nombre en los últimos doscientos años de la historia de España es el cainismo de la izquierda histórica.
 
Pero, admitámoslo: el monopolio cultural imperante ha conseguido un éxito sin paliativos, hacer pagar a la derecha por los crímenes de la otra parte. Crímenes contra la vida y contra la libertad que nunca serán juzgados porque para eso está la peculiar derecha ahistórica española, tan gaullista ella en su cobardía moral, su indisimulado fastidio por los principios y su pereza intelectual; ahí está ella, no sólo para evitar el juicio –siquiera sea el de la Historia, a la que los dirigentes del PP, un partido nacido en Democracia y sin nada que perder en el examen del pasado, sólo saben contribuir con el silencio medroso–, sino para cooperar en su propia asimilación, siempre pendiente y modulada a conveniencia del pensamiento único; siempre en viaje ingrávido hacia el centro, como en esas pesadillas en las que el que sueña corre y no avanza.
 
Es el crimen perfecto, hamletiano. El asesino se sienta en el trono y el que sabe, pasa por un loco ingenioso. Pero si Rajoy fuera Hamlet, rechazaría la asimilación que le ofrecen y extremaría la farsa de su locura, consciente de que el régimen en ciernes y su falsa legitimidad histórica no resistirían un asalto ante su propia lógica de la exclusión llevada al extremo.
 
Rodríguez Zapatero necesita a Rajoy como coartada. Lo necesita mucho más que a cualquiera de sus ministros y colaboradores. Más que a Blanco y su morral de injurias, más que a Rubalcaba y su red de saneamiento. De ahí, esa ducha escocesa de hirviente linchamiento y asimilación en frío, de calumnias y vuelta ciclista, que le ofrecen para poder seguir en la pomada o en el pelotón.
 
Ése es el drama de la exclusión que persigue Zapatero: no poder excluir lo que odia, porque lo necesita para legitimarse. Y Rajoy haría bien en leer menos el As y más a los clásicos para aprender a hacerse el loco con lucidez, como el príncipe de Elsinore, que usaba el drama como "lazo en el que atrapar la conciencia del Rey".
 
La ambición del PP, sin embargo, es una cosa mucho más modesta: aportar "sentido común", que es no aportar nada en un sistema político y cultural dominado por los falsificadores profesionales; o como aportar aspirinas a una puñalada de diez centímetros de profundidad. Si el "sentido común" no sirve para decir la verdad y desenmascarar a los mentirosos, sólo sirve para asimilarse al medio ambiente.
 
Ya lo dijo Felipe González en su última lección de Ética: "La verdad no es la verdad, sino lo que los demás perciben como verdad". ¿Y cuál es esa percepción? Rajoy respondió a esta pregunta recientemente en un medio de comunicación del grupo Prisa, reconociendo que Irak ha sido una guerra "ilegal", a diferencia de la de Afganistán.
 
Otros dirigentes notorios del PP responden casi todos los días en un sentido parecido, al hablar de esto y de aquello, que casi siempre, oh casualidad, es de lo que la izquierda ha estado hablando cinco minutos antes.
 
Juan Costa ha insistido este miércoles, en un encuentro con periodistas celebrado en Madrid, en que las prioridades de España son "el cambio climático, la integración de los mercados financieros, la competitividad y el I+D", un calco de la agenda de Zapatero, como si, en los últimos cuatro años, no hubiese pasado nada del otro mundo que exigiese una respuesta de principios, en vez de un recetario de cocina.
 
Y no pocos hechos concretos del PP indican que se muere de ganas de ser asimilado por la verdad percibida, que es la verdad del consenso progresista. 
 
A cada cheque social de Zapatero, responden aumentando su importe. A la liberticida Ley de la Sociedad de la Información, una encrucijada trascendental de la soberanía individual en nuestro país, como advierte este jueves Enrique Dans en LD, el PP responde apoyando el canon digital y yendo más lejos que el Gobierno en las medidas de control de los usuarios de Internet, como demuestra una enmienda que los populares pretendieron sin éxito sacar adelante y que habría permitido controlar la identidad y la información que envían y reciben los usuarios de las redes wifi, como por ejemplo, los que se conectan en una universidad.
 
En el lenguaje de la nueva derecha asimilada, a cosas así se considera ofrecer "sentido común". Toda su oferta a los españoles ante lo que se juegan el próximo mes de marzo es: no desentonar. Gane quien gane, los enemigos de la libertad ya ganaron por goleada. Rajoy ha demostrado que también sabe sonrerir a la cámara sin las patas de gallo de los principios, esos surcos que nunca mienten. ¿De verdad hay alternativa?

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