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Cebrián y la ortografía: De la "H rupestre" a la "Z asesina"

En la mayor empresa de la lengua, el entretenimiento y la educación en español pasan cosas muy raras, últimamente. Los escépticos son declarados "enemigos de la ciencia" y se les equipara a esbirros de Stalin. El Che Guevara es llamado "asesino" en un artículo editorial y, pocos días después,  queda rehabilitado por una nota de la Redacción. Lo último ha sido la controversia ortográfica de Cebrián y Zapatero en la  Academia de la Lengua. Diez años atrás, Cebrián arropó a García Márquez cuando el Nobel propuso "jubilar la ortografía". Y el propio Cebrián la jubila por las buenas este martes, en la transcripción de su discurso publicada en El País , donde puede leerse "escusa", en vez de "excusa", según ha detectado Arcadi Espada, que concluye, con sorna, que el amigo de Felipe González tiene un problema con la "X".  ¿Quiere saber qué opinaban de las normas ortográficas, en 1997, las firmas más destacadas de El País?


En la mayor empresa de la lengua, el entretenimiento y la educación en español pasan cosas muy raras, últimamente. Los escépticos son declarados "enemigos de la ciencia" y se les equipara a esbirros de Stalin. El Che Guevara es llamado "asesino" en un artículo editorial y, pocos días después,  queda rehabilitado por una nota de la Redacción. Lo último ha sido la controversia ortográfica de Cebrián y Zapatero en la  Academia de la Lengua. Diez años atrás, Cebrián arropó a García Márquez cuando el Nobel propuso "jubilar la ortografía". Y el propio Cebrián la jubila por las buenas este martes, en la transcripción de su discurso publicada en El País , donde puede leerse "escusa", en vez de "excusa", según ha detectado Arcadi Espada, que concluye, con sorna, que el amigo de Felipe González tiene un problema con la "X".  ¿Quiere saber qué opinaban de las normas ortográficas, en 1997, las firmas más destacadas de El País?
LD (Víctor Gago) Los escépticos son declarados en El País "enemigos de la ciencia" y se les equipara a esbirros de Stalin. Un empresario interesado en verificar la productividad de sus empleados –ahora que estamos a la cola de la cola, como confirma el último Informe de Competitividad– es asociado sumariamente a la Stasi por vigilar La vida de los otros, una película que parece que ha gustado mucho en el nuevo El País. El que fuera hogar y hoy es mausoleo de Eduardo Haro ha declarado el Dies Irae, Día de la Ira, contra los elementos antisociales del régimen, que ya no tienen atributos fascistas, sino de antiguos héroes del paraíso soviético.
 
El nuevo relato se impone no sin ciertas tensiones internas. No se puede reescribir la historia de la noche a la mañana. La gente tiene su corazoncito, además de memoria. El Che Guevara es llamado "asesino" en un artículo editorial y, pocos días después,  queda rehabilitado como ejemplo revolucionario por una nota de la Redacción que destaca la "gama de grises" que tamiza la luz del personaje. Una muestra de riqueza de ideas no siempre bien comprendida a las afueras del búnker.
 
En todo caso, hay expectación por saber qué dirá el editorial y qué dirá la Redacción sobre el 90 aniversario de la Revolución Bolchevique, que se conmemora este miércoles. Quizá, a este paso, en aras de la riqueza de grises y la innovación tipográfica, lleguen a rescatar El País Imaginario de Moncho Alpuente como separata embuchada en El País con acento. Querer comprender.
 
El último fenómeno paranormal, por ahora, es llamar asesino de la ortografía a Zapatero por su conocido espot de Barrio Sésamo. El académico Juan Luis Cebrián Echarri –sin hache–  está preocupado por el daño que la diseminación de la Z causará a la lengua. "No hace falta asesinar la ortografía para ganar unas elecciones", le dijo este lunes al presidente Zapatero, que le salió respondón: "Prefiero jugar con las palabras, a golpear con ellas". 
 
El intercambio expresa una cuestión clave de la lucha por el poder: el problema de la propiedad de las palabras. ¿De quién son? "Las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen", dice Humpty Dumpty. En El País de las Maravillas, ese reino que está más allá de la lógica del sentido y donde no hay problemas de multilingüismo porque sólo se habla la lengua del poder, no hay sitio para dos huevos duros.
 
En ese reino, como en todos donde no se hace otra cosa que jugar a conciencia con las palabras, retorcerlas, hacer que "libertad", "terrorista", "asesino", "paz", "civilización", "ciudadano", "moral", "muerte", o "Ley" signifiquen cualquier cosa, la única cuestión relevante es la propiedad de las palabras, dilucidar si pertenecen a la familia Polanco –y a su mastín ortográfico–o a Zapatero.
 
Está en juego nada menos que los significados que se acuñan con ellas, una prerrogativa demasiado valiosa para quien lleva administrándola desde que era jefe de los Servicios Informativos de Televisión Española en la época del Gobierno franquista de Carlos Arias Navarro.
 
Las amonestaciones de Cebrián al presidente del Gobierno por su proximidad al nuevo grupo de Comunicación creado por Jaume Roures y auspiciado, desde La Moncloa, por Mariano Barroso, exponente de los "asesores" o "brujos visitadores" a los que se ha referido despectivamente el consejero delegado de Prisa en sus recientes y despechados alfilerazos a Zapatero, hay que entenderlas en el trasfondo de una lucha mucho más trascendente y, por ello, encarnizada, que la simple conquista de un mercado; la guerra que determinará quién presta el habla al gobernante, quien le provee de mitos. Una guerra de ventrílocuos.
 
Visto así, no resulta tan extraño que el académico Cebrián se olvide de la coherencia y defienda ahora lo que antaño desdeñó.
 
La preocupación por la pureza ortográfica no siempre ha sido una prioridad para el académico. El 8 de abril de 1997, en un Congreso de la Lengua Española celebrado en Zacatecas (México), su íntimo Gabriel García Márquez defendió, precisamente, la idea de "jubilar la ortografía".
 
"Enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota y pongamos más uso de razón en los acentos escritos", dijo el autor colombiano de Cien años de soledad, provocando un gran revuelo al que el propio Cebrián, así como varias firmas destacadas de El País, no fueron ajenos.
 
Pedro Schwartz, maestro de economistas, y María Rosa Alonso, profesora y crítico literario, denunciaron la ocurrencia de Gabo, por ridícula. El primero fundamentó su rechazo en un razonamiento aplastante:
 
"El primer objeto de un idioma es permitir que la gente se entienda y así abaratar las transacciones. Un idioma universal, como lo es el inglés y en menor medida también el español, es un capital inapreciable", escribió Schwartz el 10 de mayo de 1997.
 
La investigadora canaria exponía sus objeciones en el mismo diario, el 21 de abril de ese año. La base de su impugnación es un reproche al laureado escritor por confundir habla con lenguaje, fenómenos que desde Ferdinand de Seaussure van por carriles distintos.
 
"Todo lo cambiante que es el habla, el caso del lenguaje escrito requiere permanencia, porque la ortografía es el código del sistema. No se puede decretar la desaparición de la h (...) ni suprimir acentos, sin más, ni unificar b/v o g/j, porque vendría la anarquía", anotó, no tanto desde su autoridad intelectual como desde el sentido común.
 
La denuncia del "asesinato ortográfico" de García Márquez se redujeron, en El País, a estos dos casos. Mucho más numerosa fue, en cambio, la grey de los aduladores del Premio Nobel, entre ellos el propio Juan Luis Cebrián, quien, ocho meses después de la polémica, el 11 de noviembre de 1997, abrió personalmente las puertas a su amigo durante una visita a la sede de la Academia de la Lengua en Madrid.
 
"El escritor colombiano llegó (...) acompañado del académico y periodista Juan Luis Cebrián. Le esperaban en el vestíbulo de la institución el director de la casa, Fernando Lázaro Carreter; el secretario, Víctor García de La Concha, y el académico Gregorio Salvador", contaba, arrobada de gozo, la periodista Rosa Mora, hagiófrafa oficiosa de Gabo, en la edición de El País del día siguiente.
 
Con todo, hay que admitir que el más entusiasta partidario del "crimen ortográfico" en aquella ridícula polémica alentada por El País no fue Cebrián, sino Miguel García Posada, el sucesor de Rafael Conte en la cátedra de limpiametales y campanillas con plaza en el suplemento Babelia, antaño Libros, de El País.
 
García Márquez, dijo el 16 de octubre de 1997 en una égloga a la ortografía de Macondo, "no dijo no a la ortografía, sino a ésta que: se nos ha impuesto desde el siglo pasado merced a una orden de Isabel II, `la reina castiza´, ya se ve que casticísima a tenor de lo que canta su ortografía, que es la que hoy seguimos sufriendo, o que sufrimos algunos y sufrirán millones de analfabetos que con ella difícilmente podrán acceder al uso culto de la lengua". Obsérvese el peculiar uso de los signos de puntuación por el eximio crítico literario. La guerra no sólo era contra la ortografía de la Restauración Liberal, sino contra sus puntos y comas.
 
Juan Cruz, lírico como en sus mejores notas necrológicas, apuntó el 12 de abril de 1997 en una de sus columnas en El País, titulada Adiós, amor; adiós, vida:
 
"La gente aquí se ha indignado mucho, por cierto, con Gabriel García Márquez, que en aquel mismo congreso de Zacatecas pronunció su famosa abjuración de la ortografía, su ya popular disgusto por las haches. No está uno facultado para interpretar a nadie, pero se nos permitirá decir que acaso lo que quiso hacer el premio Nobel de Aracataca es llamar la atención sobre la sintaxis. ¿Qué importa la ortografía si no hay sintaxis?"
 
Pues mira, no nos lo habíamos planteado. ¿Qué sería de Z sin la sintaxis constructora de sentido de El País? El asesinato ortográfico se convierte, así, en un crimen de lesa sintaxis.
 
José Tomás, el torero más sabio que ha dado el arte desde Belmonte, acaba de declarar a una revista de moda: "No quiero morir, sólo ser perfecto". Es la misma revista de perfumes y buena vida, o parecida, donde Zapatero apareció junto a sus ministras para decir que es feminista y rojo. La comparación puede llegar a humillar. Lo que nos dice José Tomás es que para ser inmortal hay que arrimarse a la muerte. Lo que nos dice Z es algo muy distinto: para seguir en el poder, tengo que matar las palabras.
 
Cebrián se lo ha tomado a pecho: un crimen contra la propiedad privada.

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