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Líbano y el miedo al vacío de poder

Líbano es una de las mayores democracias de Oriente Medio pero también es una de las naciones más frágiles. Desde el pasado mes de septiembre arrastra una de las peores crisis internas que se recuerdan después del enfrentamiento fraticida que dividió el país entre 1975-1990. La imposibilidad de que el bloque anti sirio y el pro sirio acuerden quién sustituirá al actual presidente Emile Lahoud, cercano a Damasco, cuyo mandato expira este viernes, ha vuelto a agitar los fantasmas de la guerra civil.

(LD-R.Colomer) Tres han sido los intentos de presentar un sustituto y tres los fracasos. El controvertido líder de la oposición Michel Aoun, cristiano y socio de la organización político- terrorista pro-siria de Hezbolá, era uno de los nombres que se barajaron pero que finalmente fue rechazado por los contrarios a la injerencia del país vecino.
 
El segundo de los intentos tenía por nombre el de Michel Edde, ex ministro de Cultura e Información, pero igualmente de la órbita siria que no contó con el beneplácito de Saad Hariri, líder del bloque independiente contrario a la influencia del régimen de Bashar al-Assad en el país de los cedros.
 
La tercera propuesta sí estuvo avalada por Hariri; era Robert Ghanem, que no logró el favor de los partido de la oposición.
 
Así las cosas, el pesimismo es el sentimiento dominante en el país de los cedros. Queda un día para que expire el mandato del actual presidente y la imposibilidad de lograr un consenso entre ambos bloques trae consigo la pesadilla del vacío de poder y con ella llega el fantasma de la guerra civil, que ya castigó al país más durante más de una década.
 
Lo más preocupante es que el panorama contrario, es decir, la sustitución de Emile Lahoud tampoco garantiza la estabilidad. El caso, por ejemplo, de que se acabe imponiendo Michel Aoun no augura nada bueno.
 
El líder cristiano olvidó sus años como serio oponente de la injerencia siria y a favor de la independencia de su país para aliarse con la organización liderada por el panislamista, Hasan Narsala, socio, a su vez, de Damasco y de Teherán. Una relación estratégica que quedó comprobada con la Segunda Guerra del Líbano en el verano de 2006.
 
Los antecedentes de esta crisis vienen de lejos pero encuentran una inmediata explicación el pasado 25 de septiembre, cuando los miembros de la oposición abandonaron el Parlamento en protesta contra la negativa del actual primer ministro Fouad Siniora, a tragar con el candidato que éstos quisieran.
 
Desde ese momento, el poder legislativo quedó bloqueado y la oposición liderada por Hezbolá salió a las calles para lanzar un pulso al ejecutivo. Éste, sin embargo, mantiene y mantuvo la mayoría simple en el Parlamento; con lo que podría aprobar a su candidato por mayoría absoluta. Lo que por otra parte provocaría la ira del bloque pro sirio, que exige que el nuevo presidente del Líbano sea refrendado con una mayoría de dos tercios.
 
No en vano, el bloque anti-sirio acusa a la oposición de querer limar su poder ejecutivo y su débil mayoría parlamentaria con una serie de asesinatos políticos, cuyo precedente, se encontraria, precisamente, en el atentado que acabó con la vida del Rafiq Hariri en 2005, en cuyo crimen se encuentra la alargada sombra de Siria.
 
Otro de los escenarios que garantizaría el orden pero no la estabilidad democrática, plantea el traspaso de los poderes al Ejército y la declaración de un estado de excepción.
 
Es evidente que la situación en el Líbano es realmente crítica y también que responde a razones más profundas que a la elección del próximo presidente. Lo que pasa es que esta circunstancia puede convertirse en la gota que colme el vaso.

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