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LD (V. Gago) El resultado de la elección en el seno de la Iglesia española es tan incierto como el de la próxima mayoría parlamentaria. La variedad de análisis de los distintos obispos, no siempre razonables, a veces insensatos y en ocasiones directamente ruines, como cuando se ha puesto a los terroristas en el mismo plano moral que sus víctimas, es un correlato de la ponzoñosa división creada en la sociedad española por las políticas del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero
 
La Iglesia no ha escapado a los efectos del estilo cizañero del presidente que más ha enfrentado a los españoles en la etapa constitucional. Su ardid específico para la Iglesia ha consistido en sembrar la especie de que existen obispos dialogantes y obispos montaraces; una Iglesia sensata y abierta, y otra visceral y reaccionaria; una que comprende que España ha dejado de ser cristiana y libre y ha pasado a ser socialista y federal, y otra que se niega a adaptarse y se aferra al pasado; una que sirve para pactar con ETA y otra que estorba; una con la que se puede hablar y otra que no tiene remedio y a la que hay que aplicar el cordón sanitario que rige para otros estamentos desencajados de la vida civil y política.
 
La mercancía funciona con relativo éxito en el imaginario de observadores de aluvión de los asuntos de la Iglesia, una institución a la que pocos de los que la comentan prestaban atención, hasta que se ha convertido en baluarte de la libertad individual y un serio dolor de cabeza para el Gobierno y sus planes colectivistas y autoritarios.
 
Que hay obispos con opiniones diversas, incluso contrapuestas, sobre la política y sobre la sociedad española no es un secreto ni tampoco una novedad. Siempre ha habido pastores inclinados al diálogo con los terroristas, recelosos con la libertad de expresión de COPE, comprensivos e incluso próximos al nacionalismo, o flexibles en cuestiones como el uso de preservativos o el divorcio.
 
Lo relevante de la Iglesia española postconciliar no han sido esas opiniones libres, personales y viejas conocidas de la Opinión Pública, sino la notable capacidad de la Conferencia Episcopal para superar la división y marcar una doctrina clara, coherente y encarada a los problemas de cada tiempo. Lo ha conseguido por medio de documentos que, en el caso de los últimos cuatro años, se cuentan entre los criterios más rigurosos de que han dispuesto los ciudadanos para anticiparse a lo que se les venía encima. En no pocas ocasiones, la Iglesia ha visto las amenazas contra la libertad que los liberales de partido no han visto, no han querido o no les ha convenido ver.
 
Un simple repaso ilustra sobre la anticipación y la coherencia de las notas y declaraciones pastorales emitidas por la Conferencia Episcopal en este periodo. El 28 de septiembre de 2005, los obispos españoles ya estaban alertando a la sociedad sobre la filosofía totalitaria de la enésima reforma educativa, una LOE que, como se ha visto, trajo en el mismo paquete degradación del nivel de instrucción, Educación para la Ciudadanía y programas a la carta para los nacionalismos: un atajo, en fin, hacia la colectivización forzosa del individuo, base de todos los regímenes autoritarios.
 
No ha sido el único asunto en el que la Conferencia Episcopal ha ido al frente de la sociedad civil y por delante de los partidos. En los últimos años, la Iglesia española ha emitido alertas morales igualmente clarificadoras sobre las políticas contra la familia, el terrorismo, la experimentación con embriones humanos o la llamada Ley de Memoria Histórica. Todos estos documentos conforman un cuerpo coherente de doctrina en el que las opiniones personales de los obispos significan muy poco y se perfila con claridad una línea de defensa de la libertad y de rigor racionalista que cualquier sistema democrático avanzado adoptaría como reglas del juego.
 
La experiencia demuestra que las conjeturas sobre obispos elegibles sirven de muy poco en el caso de la Conferencia Episcopal Española. En marzo de 2005, se esperaba que Monseñor Antonio María Rouco fuera elegido para un segundo trienio y, a falta de un solo voto y después de dos votaciones, salió Monseñor Ricardo Blázquez.
 
Tres años después, lo prudente es anotar que todo puede ocurrir, dentro de una terna conocida que incluye la reelección del obispo de Bilbao, y también a Monseñor Rouco –cardenal arzobispo de Madrid–, Monseñor Antonio Cañizares –cardenal primado de España y arzobispo de Toledo–, Monseñor Carlos Amigo –cardenal arzobispo de Sevilla– y Monseñor Luis María Martínez-Sistach (cardenal arzobispo de Barcelona).
 
Menos conocido es el ascenso como elegible de Monseñor Carlos Osoro Sierra (arzobispo de Oviedo), bien visto por todos los sectores y que podría acabar siendo un candidato de consenso, en el caso de que a ninguno de los otros les respaldase una clara mayoría.

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