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A. Tejada

La izquierda, la ley y Donald Trump

La responsabilidad de la izquierda en la llegada del populismo es total. La ideología ha colapsado lo público. Tan sólo cuestionarlo es blasfemia.

Ni me gusta Donald Trump, ni me deja de gustar. No lo juzgo aquí. Pero la campaña que le está haciendo la izquierda nada más llegar al poder, no esperaron ni 24 horas, es la más desleal para con las instituciones democráticas de ese país que he visto nunca. Que está en peligro la democracia, dicen. Son ellos la que la ponen en peligro. No aceptan los resultados de las urnas. Me temo que este tipo de comportamientos, lejos de conseguir sus objetivos, consolidarán a Trump y sus políticas.

Pero esta actitud me lleva a la siguiente reflexión: la responsabilidad de la llegada de los populismos es, fundamentalmente, de la izquierda y de aquellos gobiernos que, sin ser de izquierdas, sucumben a sus postulados o amenazas y se alejan de sus representados, las personas, los ciudadanos, la gente o el pueblo.

No sé si habrá sido así siempre, pero de unos años a esta parte convivimos con una falta de respeto absoluta y una intolerancia atroz contra una parte de la sociedad. Incluso se defiende la utilización de cierto umbral de violencia para la consecución de sus objetivos –desde la investidura de Trump hasta Rodea el Congreso– y cierta flexibilización de la ley con igual objetivo. Contra lo cristiano y lo católico, contra lo liberal, lo empresarial y contra todo aquello que no forme parte de su sociedad ideal, todo vale. Insultos, faltas de respeto….todo, incluso la Doctrina Parot.

Y contra la derecha que pueda defender algo que esté en esa órbita, también. Será quemada en la hoguera mediática que dominan. Eso condiciona muchas veces la política de otras formaciones y trae como consecuencia que partes de la sociedad queden sin representación política de hecho.

Sólo formarán parte de ellos los que asuman un mínimo común divisor. Por ejemplo, Bergoglio, bien; Ratzinger fascista. Cocinar un Cristo, bien; asaltar una Iglesia a gritos, mejor; mofarse de las víctimas del terrorismo es humor negro, la persecución de los cristianos hay que silenciarla; decir, pensar o exponer según qué sobre las ayudas que reciben algunos inmigrantes es xenófobo. Y ni siquiera menciono Israel.

No siempre se logra silenciar otras posibilidades, y algún día alguien se lleva un susto, en forma de Brexit o Trump. Todos los sustos tienen una cosa en común, la falta de respeto y el ostracismo previo al que han condenado a una parte de la sociedad, cuyas voces no se querían escuchar.

Que Londres sea abierto y cosmopolita, que la City haya absorbido la economía británica, que su PIB sea más del 300% de la media de la UE, que genere una brutalidad de ingresos por impuestos al estado, no quita que en Swansea o en Plymouth o en el countrysidelo miren como si fueran marcianos. A ellos no les llega. Sus empleos se deterioran, sus fábricas se han cerrado, las ayudas se las llevan otros de fuera, sus voces se han silenciado. No se reconocen. Se han quedado sin representación y las inundaciones continúan.

En Estados Unidos, de manera diferente, también. Aquí nos llega sólo una parte de la información. Pero Trump no ganó gracias a la CNN, ganó contra la CNN y lo que representa. Ganó contra Hillary, es obvio, pero ganó también contra Obama. A Donald Trump lo trae la intolerancia y la prepotencia de la izquierda, entre otras cosas.

Aquí, en España, la izquierda no se conforma con tener las universidades dominadas, lo quiere todo para condicionarlo. Ya tienen a los medios, también quieren la Justicia. La impartirán según sus coordenadas, léase al magistrado del Supremo Joaquín Giménez en El País, o recuérdese aquello de "No dudaremos en mancharnos las togas con el polvo del camino", de Conde Pumpido; o la actitud del magistrado López Guerra en el Tribunal de Estrasburgo. Sólo quieren la división de poderes cuando se pliega a sus postulados. La derecha ha sucumbido. Es más fácil y se sufre menos poniéndose de perfil que oponiéndose.

La responsabilidad de la izquierda en la llegada del populismo es total. La ideología ha colapsado lo público. Tan sólo cuestionarlo es blasfemia.

La libertad individual y la igualdad de los ciudadanos ante la ley nunca han estado tan en entredicho, desde que yo tengo conciencia política, que ahora. Para los que opinan que el problema actual viene con lo colectivo, en la colectividad, que es donde se esconde todo el mundo, la solución radica en lo individual. Con más libertad y más responsabilidad. Pero hoy en día el debate está proscrito. Habrá que esperar.

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