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Agapito Maestre

Cien cartas del director

El Mundo, antes el Diario 16, son los dos principales versos escritos por Pedro J. para la posteridad. Dos referencias clave de la historia de la prensa de la democracia española

Interesante fue el acto el del Ritz. Ministros del PSOE y políticos del PP había por todas partes. Relevante fue el diagnóstico de Jiménez Losantos: Los 25 años de Pedro J. en la vida de España muestran nítidamente la evolución del golpismo primitivo, propio todavía del 23-F, hasta el golpismo postmoderno, pasando por el golpismo felipista. Anson resaltó las cualidades literarias de Pedro J. y Umbral sus dotes para la intertextualidad. Ayer, en el Ritz, tres periodistas, libres de toda sospecha, presentaron un libro de Pedro J. Ramírez. Ayudaron a que un autor nos mostrará los materiales utilizados para escribir dos versos. Pocos, sin duda, pero imprescindibles para comprender la historia reciente de España. Ayer, tres grandes escritores, precisaron que la diferencia entre personas es poética o no es. Sí, la intervención de los presentadores fue todo un estímulo para ver un poco de poesía, la realidad hecha vida, donde otros sólo hallan prosa mundana. Viva el lenguaje preciso.
 
Al oírlos supe que sencilla, casi poética, es la diferencia entre Pedro J. Ramírez y el resto de directores de periódicos de España. Basta salir a la calle y preguntar al primero que pase por allí, sin importarnos que sea varón o hembra, por el nombre del director de El Mundo. Si repetimos la misma operación con el resto de directores de la prensa nacional, inmediatamente constataremos la singularidad del primero respecto a los otros. Mientras que apenas hay españoles que desconocen que Pedro J. Ramírez sea el director de El Mundo, son, por el contrario, mayoría absoluta el grupo formado por quienes no son capaces de vincular el nombre de un director a una cabecera nacional. Pedro J. es El Mundo, como antes fue Diario 16, y viceversa. La gente no distingue entre la cabecera y el director. Pedro J. está y es, mientras que los otros están, pero no siempre son.
 
He ahí su grandeza y acaso su límite. Pero, hoy, sólo toca hablar de la primera. Pedro J. está encantado con la identificación. No ansia otra recompensa. Porque quiere ser recordado, o mejor querido, como los grandes poetas, no tanto por su nombre como por sus versos. El Mundo es casi desde su inicio una referencia insustituible en la formación de la opinión pública española. El Mundo corre de boca en boca de modo similar a los grandes versos clásicos. El Mundo es tenido por un verso anónimo, y casi siempre libre, cuando en verdad tiene una autoría cierta. Algo parecido pasó con Diario 16. El trabajo de Pedro J. no ha sido otro que entregar su voz aguda, a veces aflautada, y vertiginosa siempre, a una empresa poética, que consiste en pasar a la historia por la obra, por los versos, y no por su nombre.
 
El Mundo, antes el Diario 16, son los dos principales versos escritos por Pedro J. para la posteridad. Dos referencias clave de la historia de la prensa de la democracia española. Los materiales, e incluso los andamios, para construir esos dos versos están recogidos en estas cien cartas del director a sus lectores, a quienes está unido no por el amor a España, sino por el espanto, primero, de un país que incumple su Constitución, segundo, unas instituciones que ponen distancia entre los políticos y los ciudadanos y, tercero, un Estado que restringe más que amplia las libertades de la sociedad civil.
 
Al final del acto habló, naturalmente, Pedro J. para decirnos que nada había en el mundo que le gustará más que contar historias verdaderas. Por eso, distinguía entre una ética relativista a la hora de valorar las opiniones por un lado, de una ética de la objetividad al analizar los hechos. Y, precisamente, por esa distinción El Mundo, o sea Pedro J., seguiría investigando en el 11-M y apostando por el consenso que recoge la Constitución de 1978.
 
El argumento que dio, sin embargo, para la última apuesta es tan loable como voluntarista. ¿O acaso no es voluntarista mantener que el consenso es posible porque en España no hay políticos corruptos ni malvados, sino políticos buenos, regulares y malos? No estoy seguro de que la doctrina de Clinton pueda aplicarse correctamente a España.

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