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Agapito Maestre

Creencias y política

El ciudadano cristiano puede que actúe en política inspirado por su creencia, pero sabe, por lo menos desde el siglo XVIII, que su legitimidad sólo la adquiere en el ámbito secular de la ciudadanía

Empiezan a ser odiosos los ataques de los socialistas a la Iglesia católica. Quien se tape los ojos para no ver que se trata de un asunto crucial para un Gobierno sin programa, sin horizonte político y económico, es un esclavo del partido en el poder. Enfrentarse únicamente al cristianismo y a la Iglesia católica, y no a otras iglesias, sólo tiene un sentido ideológico: apropiarse, en realidad, confiscar las formas religiosas que mayor éxito han tenido en nuestra nación, el catolicismo, vaciarlas de sus genuinos contenidos religiosos y sólo religiosos, y, más tarde, recubrirse con ellas para adquirir un poco de legitimidad. La obsesión del personal socialista por la Iglesia católica recuerda il faudrait dieux ("harían falta dioses") de Rousseau para legitimar la revolución. Acaso porque Zapatero ya ha hallado ese dios en un Nuevo Hacedor de escuadra y cartabón, no quiere oír hablar del Dios de los cristianos. Lo cierto es que Zapatero y su Gobierno no dejará de cuestionar el cristianismo, porque parece haber descubierto en su especial "religión" una nueva forma de legitimación de su triste política. Si no quieren competencias liberales en nada, menos aún las habrían de querer en cuestión de dioses.
 
Quien oculte, pues, el ataque directo, que no el enfrentamiento, del Gobierno de Zapatero a las formas de vida cristiana, citando frases bíblicas, del tipo "dadle el manto, a quienes quieran robaros la túnica", es peor que un ignorante, es un farsante. El pobre impostor de algo que existió durante muy poco tiempo en España, la llamada izquierda democrática, nunca dará su brazo a torcer. Aunque más dañino, torpe y malvado es el estulto columnista de contraportada, cuando reduce el asunto a una cuestión personal entre Rouco y Zapatero, o peor, culpa a una de las víctimas eclesiásticas del horror de su agresor. Tampoco el señor Acebes ha estado fino al calificar de payasadas los llamados "bautizos laicos". Son peor que payasadas. Son una agresión totalitaria a la separación moderna de política y religión. El ciudadano cristiano puede que actúe en política inspirado por su creencia, pero sabe, por lo menos desde el siglo XVIII, que su legitimidad sólo la adquiere en el ámbito secular de la ciudadanía. He ahí la principal diferencia entre el ciudadano cristiano, el ciudadano, y el militante socialista, seguidor de una consigna que ya nada tiene que ver con "ese nuevo espíritu religioso", que un ministro socialista de la Segunda República llamó "solidaridad obrera". Sí, en efecto, la legión socialista ya no repite consignas espirituales sino meramente ideologemas oportunistas.
 
En fin, quizá haya opiniones discutibles en el seno de la Iglesia católica. Quizá algún católico esté entregado a la causa del PSOE contra la Iglesia católica. Quizá algún socialista cristiano considere que la agitación y la propaganda contra la jerarquía eclesiástica seguirá dando buenos réditos electorales para su partido. Todo es posible en el seno de la Iglesia. Pero el socialismo español a todos los iguala. No distingue. Sabe muy bien lo que hace con respecto a la religión católica. No está entrando en un jardín del que saldrá malparado, como dicen los bienpensantes de derecha e izquierda. Pensar así es una ingenuidad, porque desconoce el dato fundamental de la situación del socialismo español: su absoluta carencia de conceptualización política. El socialismo, hoy, no tiene un concepto sino una obsesión: el anticlericalismo. Los más listos enmascaran el asunto con la palabra laicismo. Vieja expresión que sintetiza y resumen la ideología de los herederos de un curioso integrismo religioso, una religión secular, que confisca, reitero con todos los críticos del totalitarismo contemporáneo, los genuinos valores religiosos del cristianismo, los vacía de contenido y, posteriormente, se reviste con ellos para dominar y doblegar a la sociedad. Terrible. Mas nadie se engañe, porque una nueva forma de totalitarismo, de fascismo sin correaje, recorre España.

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