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Agapito Maestre

De la paganización española

los medios de comunicación españoles están tan de espaldas a este proceso europeo como su casta política. Mientras que la política europea mira con respeto civilizado al cristianismo, la política española lo desprecia con formas salvajes.

Del ataque permanente del Gobierno y sus medios de comunicación, que conforman un inmenso aparato de poder ideológico, a la Iglesia católica podemos aprender algo. Pero, en verdad, si queremos analizar el sentido totalitario de esa matriz ideológica del gobierno de Rodríguez Zapatero, deberíamos circunstanciar esa "política" en la Europa actual. Nada mejor para llevar a cabo esa tarea de contextualización que recordar la visita de Benedicto XVI a Francia. De la visita del Papa a la nación vecina podemos aprender, una vez más, que la religión en general, y el catolicismo en particular, desempeñan unos papeles relevantes, a veces fundamentales, en la esfera pública. El resultado del encuentro entre el Papa y la sociedad francesa es obvio: sin tener en cuenta el cristianismo, la contribución de la cultura católica a Europa, los deberes de la ética de la ciudadanía son vacíos y ciegos. Éste es el asunto fundamental que se discute hoy en Europa.

Contrasta esa discusión con la paganización tribal de la política española. La negación inculta o masónica de la fe y cultura cristianas en la vida pública es la pobrísima, pero eficaz, base ideológica del Gobierno de Rodríguez Zapatero. La cuestión singular de este proceso, en verdad, de esta brutal vuelta al casticismo anticristiano de amplia prosapia hispánica, no reside en su antigüedad y pobreza intelectual, sino en que es jaleado, o peor, silenciado por las grandes agencias españolas de socialización intelectual, especialmente las universidades y los medios de comunicación.

El ataque permanente del poder socialista al ciudadano cristiano, con el obsesivo objetivo de expulsarlo de la vida pública, contrasta de modo poderoso, pues, con el acercamiento intelectual y aproximación democrática del hombre medio-europeo a la representación del Dios-Hombre del cristianismo. Esa nueva relación del hombre europeo con el cristianismo, en cierto modo, esa nueva vinculación al catolicismo, ha hallado más que ecos, efectos y acciones de correspondencia en los medios intelectuales, sociales y políticos europeos. No citaré, en Inglaterra, la conversión de Toni Blair al catolicismo, porque este hombre ya está fuera de la política institucional; por conocido tampoco me detendré en la intensa labor política e intelectual de Sarkozy, que incluso ha escrito un libro sobre el particular, para mostrar no sólo los límites democráticos de una sociedad laica sin respeto a las religiones y, especialmente, al catolicismo, sino que también es imposible el desarrollo democrático sin el impulso religioso. Menos aún me referiré a debates intelectuales sobre el rol decisivo del cristianismo para el desarrollo de la democracia en Europa, por ejemplo, los diálogos entre el socialdemócrata Habermas y Ratzinger, o entre este Marcelo Pera y el Papa, etcétera.

Pero, a pesar de su relevancia, no son esos fenómenos el asunto importante que pretendo señalar; en efecto, no deberíamos de confundir la existencia del diálogo entre ateos teóricos y cristianos ilustrados, o la discusión entre hombres cultos de los grupos selectos de la sociedad que discuten sobre el sentido o no de la religión, con la preocupación que hay en los sectores más amplios de la población europea por la causa cristiana para el desarrollo de la democracia. Esa preocupación o barrunto espiritual, más o menos difuso en amplias capas de la población, ha sido recogido por políticos, intelectuales e incluso académicos que han abierto debates por toda Europa sobre la importancia del cristianismo para el desarrollo de la democracia.

No seré yo quien valore ahora si ese resurgimiento se debe a una nueva invasión islamista de Europa o, por el contrario, a una crisis de la democracia contemporánea que fue concebida como un sucedáneo del Dios-Hombre cristiano, o por una conjunción de ambos asuntos. No quiero entrar en el análisis de las causas o consecuencias de ese barrunto, pues que lo importante para los españoles, que están ajenos a lo que está sucediendo en Europa, es sencillamente mostrarles que el asunto de Dios en la política, en la vida cotidiana, se está planteado en toda Europa y los medios de comunicación no dejan de reflejarlo, discutirlo y, en fin, ponerlo a disposición de todos para conformar una opinión pública política desarrollada. Este problema está en la primera página de la prensa europea. ¿Qué lugar ocupa en la prensa española? Ninguno; o peor, aparece recogido brevemente en las páginas pares, entre publicidad y noticias de sociedad, como "cosa" de estos "pobres y antiguos" cristianos. ¡Bárbaros!

Excepto algunos medios y algunas personalidades del mundo de la prensa, el resto de los medios de comunicación españoles están tan de espaldas a este proceso europeo como su casta política. He ahí el problema. Mientras que la política europea mira con respeto civilizado al cristianismo, la política española lo desprecia con formas salvajes. Mientras que Europa redescubre y repiensa que la laicidad es compatible con la fe, entre otras razones, porque el cristianismo es una religión laica, el Gobierno de España persigue la libertad religiosa, sí, y cuestiona la libertad de los católicos a expresarse en la vida pública. Mientras Europa vuelve a apostar por la civilización, el Ejecutivo no pasa de balbuceos de un bárbaro anticlericalismo. Eso es todo. La alternativa también es sencilla: o civilización o barbarie.

España no quiere saber nada de lo que pasa en Europa. España está ensimismada. Hace tiempo que la paganización de la sociedad europea está cuestionada intelectual y políticamente, así lo reflejan los medios de comunicación de esas naciones y así lo discuten sus intelectuales. El debate está abierto en canal. Nadie pone en duda que la religión es imprescindible en la vida pública. Nadie pretende expulsar al cristianismo a la sacristía o al ámbito de la privacidad. Todos discuten sobre su lugar, pero a nadie se le ocurre cuestionar ese espacio. En fin, los políticos proponen medidas para limitar los destrozos de esa paganización traída por otros nuevos bárbaros.

El debate, pues, está ahí en la sociedad europea, pero los españoles seguimos absortos en nuestras miserias históricas, incapaces de superar las obsesiones de nuestro pasado más cruel y totalitario. El peor de ellos, sin duda alguna, es el del presidente del Gobierno, modelo principal de la sociedad inauténtica española, que defiende a hurtadillas un casposo, ajado y ridículo comportamiento masón que hace reír al mundo civilizado. Después vienen quienes tienen siempre la boca llena de las palabras secularización e ilustración, o peor, laicismo, sin reconocer que la única religión laica existente es el cristianismo y sin saber que el tiempo moderno es, a pesar de todo, una dimensión del tiempo cristiano. En este grupo se incluye el de los falsos ateos que nutren la vida de los partidos políticos, progres y progrecillos de salón... Todos son políticamente correctos. Vulgares aprendices de demagogos para estímulo de una sociedad paganizada. Arruinada bajo los bárbaros.

En fin, mientras que en Europa, desde hace dos lustros, asistimos a un interesantísimo proceso crítico contra la barbarie de una absoluta paganización de sus instituciones, en España estamos jaleando y promocionando alborozada y salvajemente la expulsión de cualquier tipo de Dios-Hombre de la historia occidental. Los menos sedientos de sangre, los que aún no han alcanzado el grado de ebriedad que les romperá el hígado, declaran con gesto amenazador: "No se quejen, señores, a sus dioses, a su Dios, le queda el ámbito de la intimidad". Hablan como si el espacio de la intimidad fuera una donación graciosa de su barbarie, cuando es uno de los dones más grandes que ha legado el cristianismo a todas las civilizaciones.

Por otro lado, nunca deberíamos de olvidar a la propia Iglesia Católica en este proceso de destrucción occidental. Algunos de sus jerarcas españoles han sido y, por desgracia, sigue siendo actores que no son ajenos a ese proceso absoluto de paganización de la sociedad española. A veces, sin duda alguna, lo han propiciado, porque no han querido saber que la Iglesia, aparte de madre, es maestra. ¿Dónde está hoy su magisterio, cuando cientos de sacerdotes, colegios y editoriales, supuestamente, de orígenes católicos corren a auxiliar al poder de Zapatero para impartir las clases de Educación para la Ciudadanía "socialista"?

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