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Agapito Maestre

De paseo por Lisboa

Portugal no tiene problemas de banderas. Sólo hay una y la exhiben con orgullo. Tampoco tienen problemas de lengua. El portugués es la lengua común.

Es raro no hallar en vacaciones a un español por los lugares más alejados e insospechados del mundo. Es como si nadie quisiera permanecer aquí. Pocos se privan de ensayar esa forma de huida moderna que es el viaje corto a otro lugar, a otro país, y vuelta a empezar la rueda del tiempo y la rutina. Todos esperan un período vacacional para huir. Para los españoles huir es todo. Huyen permanentemente. Huyen de Zapatero y huyen de Rajoy. Huyen por todo y en cualquier tiempo.

¿Significará eso que no somos valientes? ¿Se llamará cobardía a esa actitud inquieta, siempre desasosegada, que nos impide enfrentarnos a nuestras responsabilidades cotidianas? No tengo ni idea. Pero reconozco que me preocupa. Creo que los españoles nunca habían salido tanto de su país como en las últimas décadas. Nunca se había hecho tanto turismo como ahora. Turismo es sinónimo de huida y, a veces, de viaje. Ya sé que salir no es viajar, pero quizá sea un modo de airearse y sacudirse un poco el "pelo de la dehesa".

Aunque el turismo no sea considerado por los exquisitos una forma aristocrática de viajar, ennoblece y recrea el espíritu a quien sabe aprovecharlo. ¿Aprenderán algo los españoles en estas huidas regladas y tasadas por la industria turística? ¡Quién sabe! También yo salgo de huida a Portugal. Cuando todo está mal, ya saben lo que dice el tópico, nos queda Portugal. Me llevo en la maleta a Pessoa, a Lobo Antunes y al pesado de Saramago. No paro hasta Lisboa. Lo primero que hago es darme una vuelta por el barrio del Chiado. Para mí este paseo se ha convertido en costumbre. Naturalmente, me encuentro españoles por todas partes. Es lunes de Semana Santa. El tiempo no es bueno. Está nublado. Llueve. Escampa y al rato sale el sol de la tarde.

Bella Lisboa.

Pienso por un momento cómo sería esta ciudad sin terremotos e incendios, pero me despisto con un vendedor ambulante de libros a la puerta del metro de Chiado. Todos los libros son ediciones minoritarias de Fernando Pessoa. Estoy tentado de comprar La apología del paganismo, pero me reprimo; hoy, es innecesario. Vivimos tiempos páganos y analfabetos. Al fin, compro una versión bilingüe de los Poemas de Alberto Caeiro. Abro el libro al azar y leo: "La espantosa realidad de las cosas / es mi descubrimiento de cada día." He ahí, digo para mis adentros, el motivo de la huída, o sea, de los viajes relámpagos de los españoles por los lugares más remotos del mundo.

Observo en los bares y museos que mientras los portugueses se esfuerzan y hablan español, los españoles sólo alcanzan a susurrar un extraño portañol. Mientras los portugueses conocen los pormenores de nuestra historia, los españoles miramos con desdén de nuevo rico el pasado portugués. Mientras los españoles persistimos en partir de cero, los portugueses conservan sus tradiciones, enriquecen sus usos y costumbres y, naturalmente, cuidan su cultura con esmero sin cuestionar su común historia. Siento envidia de Portugal. Siento envidia de sus tradiciones. Siento envidia de esta gran nación. España, la España de las autonomías y los nacionalismos casticistas, es un pálido "reino de taifas" al lado de Portugal. Esta nación puede tener problemas importantes en los órdenes económicos, sociales, políticos y, ahora, con el Gobierno socialista, también educativos, pero ninguno de ellos es comparable al gran problema español: la nación. Aquí los socialistas al menos respetan la nación. Ésta es el gran patrimonio de todos los portugueses.

Portugal no tiene problemas de banderas. Sólo hay una y la exhiben con orgullo. Tampoco tienen problemas de lengua. El portugués es la lengua común. Cuentan la historia a sus niños con respeto por sus antepasados y sin poner en duda que ésta es común a toda la nación. Todo eso contrasta con la desaparición de la nación española. ¿Bastaría que aprendiesen eso los miles de españoles que hacen vacaciones en Portugal para que se produjese un cambio de mentalidad en nuestra sedicente nación? Quizá. ¡Quién sabe!

Vuelvo sobre el libro de Pessoa y leo algo que no comparto del todo: "El Tajo baja de España / y el Tajo entra en el mar en Portugal. / Toda la gente lo sabe. / Pero pocos saben cuál es el río de mi aldea / y hacia dónde va / y de dónde viene. / Y por eso, porque pertenece a menos gente, / es más libre y mayor el río de mi aldea."

Suponiendo que viviera Pessoa –supuestos más raros se han visto– y viajara por la "España" actual localista y, casi siempre, salvaje que nos abruma, no creo que volviese a escribir ese canto casticista, sino que volvería afirmarse en los dos versos citados más arriba: "La espantosa realidad de las cosas / es mi descubrimiento de cada día."

En España

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