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Agapito Maestre

Del asesinato al sacrificio

Zapatero y sus seguidores no quieren víctimas que se rehabiliten en el espacio público, en la democracia, sino seres humanos reducidos a su dolor para ser de nuevo ofrecidos en sacrificios a ETA.

Un viento gélido se levantó sobre Madrid el sábado, 24 de febrero, al caer la tarde. Al finalizar la concentración convocada por las víctimas del terrorismo un escalofrío terrible recorrió mi espalda. Este frío de febrero era extraño. Después de los relatos de las víctimas en la Plaza de Colón, tuve la sensación de que España había vuelto a las peores etapas de su cruel historia. Había regresado a la edad del sacrificio. Los relatos de las víctimas permanecerán en la memoria de los hombres. Expresan la suprema sabiduría del hombre de todos los tiempos: saber sacrificarse. Eso es lo que hicieron Gerardo, Manuel y Toñi. Por desgracia, ni Zapatero ni sus seguidores comprenderán este segundo sacrificio ofrecido por la AVT al cruel Gobierno de la nación.

Creo que el ambiente viciado y agobiante del Gobierno Zapatero ha tocado el alma de lo mejor de la sociedad española: las víctimas del terrorismo. El resentimiento y la perversión de este Gobierno con las víctimas está consiguiendo, a pesar de los esfuerzos civilizadores y democráticos de las asociaciones de víctimas, transformar el asesinato de ETA, el crimen contra los ciudadanos de España, en un sacrificio sobre el que montar un régimen, un tinglado político, donde el verdugo sea equiparado a la víctima.

Las víctimas fueron limpias, honestas y transparentes en sus objetivos en la concentración de Colón. No querían caer en provocaciones gansteriles. Tampoco querían ser cuestionadas por su primera, humana y justa reacción a la sentencia del Tribunal Supremo sobre De Juana Chaos. Seguro que hubo "consejeros prudentes" diciéndoles: "No os equivoquéis de adversarios". No criticaron, pues, a los jueces por su sentencia. Este cuerpo de la Administración no podrá quejarse. Se cumplieron estrictamente las exigencias formales del Estado de Derecho. Por cierto, las víctimas son las únicas que siempre las han cumplido.

Todo tenía que ser relato del dolor, de la pena, provocada por el asesino. Eso fue, exactamente, lo que hicieron los que hablaron en el acto. Hasta el bueno de Alcaraz, ejemplar ciudadano y referencia moral de un país comido por la inmoralidad y la calumnia, dejó de leer el manifiesto elaborado para la ocasión. Los estremecedores relatos de Gerardo, Manuel y Toñi eran, sin embargo, algo más que experiencias de sufrimiento y dolor. Eran las prendas que pagaban al nuevo dios del Palacio de la Moncloa. La autenticidad de sus testimonios, sí, traspasaba las barreras del sufrimiento para mostrarnos la crueldad del sacrificio que se le volvía a imponer por parte de este Gobierno.

Zapatero y sus seguidores no quieren víctimas que se rehabiliten en el espacio público, en la democracia, sino seres humanos reducidos a su dolor para ser de nuevo ofrecidos en sacrificios a ETA. Pues ahí los tiene, señor Zapatero, para su solaz y el de sus nuevos diosecillos. Lea los testimonios de Gerardo, Manuel y Toñi y ofrézcalos de nuevo en sacrificio. Pero sepan, señor Zapatero y todos sus seguidores, que esas víctimas eran conscientes de que estaban siendo sacrificadas otra vez por un tipo cruel. Sabían que asistían a un segundo sacrificio. Esto era lo terrorífico. Esto era lo que me producía escalofríos. Esto era lo asombroso. Sí, me resulta terrible e inmoral, fuera de toda lógica democrática, tener que aceptar que hasta las víctimas tienen que someterse al experimento cruel de Zapatero: es necesario abandonar la visión del asesinato de ETA como un crimen. Tienen que aceptar, sí, que su dolor fue un sacrificio para librarnos en el futuro, siempre terrible y odioso, de la tiranía de ETA.

El sábado en Colón intuí por enésima vez que un sector muy amplio de la sociedad española ha abandonado la edad de la razón y el escepticismo, de la discusión y la emoción, para instalarse en tiempos de sacrificios. Los españoles no quieren reconocer que el sacrificio tiene un límite. La intuición quedó constatada el domingo al contemplar el silencio del Gobierno ante la nueva actitud de las víctimas, el distanciamiento que la prensa del domingo mostró con la concentración de Colón, los editoriales de compromiso de algunos periódicos que aparentan estar con las víctimas, las quejas privadas del PP por tanta manifestación, etcétera...

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