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Agapito Maestre

Dios, Mahoma y la libertad de expresión

La negativa de Dinamarca a pedir disculpas dignifica a esta gran nación. Un gran lección para un dibujante español, Máximo, que se solidariza con sus colegas y pide al gobierno danés que se disculpe.

Dinamarca, nación de sólida historia y presente brillante, siempre me ha caído bien. Fue el único país que se enfrentó a los nazis con dignidad. Pocos judíos, poquísimos, fueron deportados a la Alemania de Hitler. Pasé allí un tiempo inolvidable. Además, Kierkegaard, su principal filósofo, me sigue fascinando tanto como su discípulo Unamuno. Mucho de ese grandioso pasado se ha reflejado en la reacción de su Gobierno frente al integrismo islámico. Me ha parecido modélica para el mundo occidental. Grandiosa. En las antípodas del entreguismo melifluo de Zapatero al islamismo, Anders Fogh Rasmussen, el primer ministro danés, ha reconocido que la nación es un asunto importante, pero la responsabilidad individual es aún más determinante para cada uno de los daneses. Bravo, pues, por estas declaraciones: “Ni el Gobierno ni la nación danesa son responsables de las viñetas publicadas en un periódico danés, por ello el Gobierno danés no puede pedir disculpas en nombre de un periódico libre e independiente”. O sea, Flemming Rose, responsable de la publicación de las caricaturas de Mahoma, sabrá lo que hace. Y bravo, sobre todo, por el respeto absoluto de un Gobierno a la capacidad de autodeterminación de doce de sus ciudadanos, los caricaturistas, y a la independencia de un periódico por amparar la libertad de expresión.

El Gobierno danés ha aprendido muy bien la principal lección de su pensador más egregio, Kierkegaard, quien, como buen cristiano, le preocupaba más la identidad de la persona individual que las identidades colectivas. Lejos de inmiscuirse en asuntos de creencias y decisiones estrictamente personales –y la libertad de expresión es una figura más de una civilización, la cristiana, que como religión nos fuerza a ser libres–, el primer ministro protege la libertad, originalmente cristiana, de quienes han hecho una decisión, quizá lamentable para otros, pero absolutamente imprescindible para su concepción ética de la vida. Los únicos responsables de las caricaturas de Mahoma son los dibujantes y la dirección de su periódico.

El Gobierno danés sigue tan a pies juntillas a Kierkegaard como éste prosigue el pensamiento de San Agustín. En efecto, la decisión solitaria por la que el individuo asume la responsabilidad de su propia biografía “convirtiéndose en aquel que es”, sigue siendo no sólo la base de la existencia, sino lo que da sentido ético a su vida. De ninguna manera, pues, puede entrar el Gobierno a condenar lo que da identidad a sus ciudadanos, la opción por una decisión radicalmente solitaria. La libertad de expresión es algo más que una mera opinión sobre un determinado asunto. Es una “elección absoluta”, que cambia a quien la adopta como cambiaba al cristiano la conversión: “Se torna él mismo, totalmente el mismo que antes era, hasta en los detalles más insignificantes, y, sin embargo, se ha vuelto otro, pues, la elección penetra y traspasa todo.” Pueden criticarse las viñetas, pero el arrepentimiento, si es que lo hubiera,  sólo correspondería al autor personal. Punto.

La reacción integrista del islamismo es incomprensible, pero aún son más zafias las “argumentaciones” de quienes exigen al Gobierno danés disculpa ante el mundo musulmán por algo sobre lo que no tiene responsabilidad alguna. La negativa de Dinamarca a pedir disculpas dignifica a esta gran nación. Un gran lección para un dibujante español, Máximo, que se solidariza con sus colegas  y pide al Gobierno danés que se disculpe. He ahí una tan burda opinión como su reiterada y displicente viñeta sobre el Dios de los cristianos.

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