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Agapito Maestre

Discreción democrática

Me refiero a la calidad democrática de los votantes del PP. Muy por encima, sin duda alguna, de la mayoría de los cuadros que pueblan el Partido de la calle Génova

Hoy empieza el XV Congreso del PP. Es necesario pensar la relación entre los dirigentes y sus votantes, porque el futuro político, tanto del PP como de España, dependerá de la calidad de esta relación. Un fenómeno político nuevo, insospechado hace décadas, está ante nuestra vista en España, pero no queremos reconocerlo abiertamente, e incluso tendemos a ocultarlo en el ámbito de lo público. Más aún, quienes lo muestran todos los días en sus análisis políticos son acusados de radicales, exagerados e hipercríticos con la cúpula del Partido con mayor índice de afiliación de España. Me refiero a la calidad democrática de los votantes del PP. Muy por encima, sin duda alguna, de la mayoría de los cuadros que pueblan el Partido de la calle Génova. He ahí un hecho decisivo, determinante, de la cultura democrática española sólo reconocido por quienes se atreven a constatar hechos históricos para después analizarlos.
 
Eso no quiere decir que los dirigentes del PP no sean demócratas, sino que tienen un electorado al que no dan satisfacción, porque aún no han sabido comprender la calidad de su demanda democrática. El "maricomplejines" de Federico Jiménez Losantos sintetizaría algunas de las peculiaridades de este síndrome político. Es como si el PP cuestionará permanentemente este respaldo altamente democrático. Es como si sus dirigentes siempre tuvieran que pedir permiso a otros grupos, a otros sectores sociales, para hacer lo demandado por sus militantes, sus simpatizantes y sus votantes. En fin, en España con el PP, se produce el fenómeno inverso que está dándose en el resto de Europa, a saber, la labor de pedagogía política no la hacen los dirigentes sino los ciudadanos que apoyan a la cúpula del partido. No se trata de reinsertar al ciudadano, que ha huido a lo privado, en el mundo político para mostrarle el poder de la democracia, sino de indicarle al político profesional que está alejándose de lo genuinamente político, la ciudadanía española.
 
En otras palabras, sólo podrá superarse el nihilismo en el que están instaladas cierta elites políticas del PP, si, y sólo si, prestan atención, mucha atención, a sus votantes y no los tratan a golpe de encuestas, como si fueran seres menores y poco desarrollados. Eso es cosa de otros partidos, porque el gran cambio político, en España, es que el votante de la derecha es plenamente democrático. Reconocer, pues, el poderío intelectual y democrático del elector del PP no sólo será la base de superación de indolencias y nihilismos de sus dirigentes, sino el primer paso para salir del complejo de inferioridad que corroe a algunos dirigentes del PP ante el "poder salvífico" de la izquierda. El riesgo está a la vista. Las elites del PP pueden ser desbordadas por el alto nivel de su soporte ciudadano por un lado, y por no creerse todavía la inmensa herencia democrática que les ha dejado Aznar por otro.
 
Además, corren el peligro de caer en las garras de algunos de sus analistas, especialmente de aquellos melifluos, vacíos y retóricos que reiteran las cantinelas de lo políticamente correcto: "Hay que sintonizar con mayores sectores sociales", "hay que convencer a los ciudadanos", etcétera... Ante la celebración del XV Congreso del PP pocos son los que se abstienen de aconsejar a sus dirigentes ese tipo de simplezas, sin haberse percatado de que los ciudadanos españoles votan al PP por tres principios fundamentales que ha defendido Aznar: defensa de España como nación, defensa de la libertad e igualdad de todos los españoles ante la ley y autolimitación en el ejercicio del poder.

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