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Agapito Maestre

El demagogo desproporcionado

Zapatero es el paradigma del demagogo político contemporáneo, porque esgrime el concepto de desproporcionalidad allí donde no puede utilizarse sin riego de ser tildado de loco, o peor, de un mal gobernante que ha renunciado a su sagrada obligación.

Hoy no hallo fácilmente la expresión para juzgar las declaraciones de Zapatero sobre el conflicto en la Franja de Gaza. Podría eludirse el problema desconsiderando esas declaraciones por analfabetas y atrabiliarias. Pero, desgraciadamente, creo que hay algo más que estulticia y maldad en sus palabras. Están llenas de locura. De resentimiento de mal gobernante. No se me ocurre el término exacto para nombres y especies, voces y gestos, discursos y rumores, que surgen del Gobierno de España sobre ese trágico conflicto de Medio Oriente. A falta de mejor expresión, me atrevería a decir que hay un abandono absoluto de la principal obligación de todo gobernante, a saber, distinguir entre un estado de guerra y otro que no lo es.

Quien no sabe reconocer una situación de guerra, sencillamente, vive instalado en la locura. Cualquier cosa puede esperarse de un hombre de este jaez moral. Nada es previsible. Quien no es capaz de distinguir, como dice Maquiavelo, entre el que es guerrero y el que no lo es, en mi opinión, no sólo es un mal gobernante sino que está incapacitado para cualquier tarea de Gobierno. Sería necesario que hubiera alguna ley, procedimiento jurídico o similar, que permitiera a los gobernados internar y alejar del cargo a los políticos que renuncian a su principal obligación. El uso que ha hecho Zapatero del término "desproporcionado" para criminalizar a Israel daría para más de un argumento a favor de mi tesis.

Aunque la escrupulosidad es rara en el periodismo, creo que ha habido suficientes análisis inteligentes en la prensa española sobre las palabras de Zapatero como para tomarse en serio a alguien que hace de la locura una situación de normalidad. El editorial de ayer de este periódico es un ejemplo de lo que digo, al convertir el vocablo "desproporcionado" –utilizado por Zapatero para comparar las acciones terroristas de Hamas con la acción de guerra de Israel en la franja de Gaza– en objeto de un serio análisis político sobre el destrabado "discurso" del presidente del Gobierno acerca del conflicto árabe-israelí.

A todas luces, según el análisis del editorialista, la torpeza y maldad de las palabras de Zapatero le impide mediar, como él por otro lado demanda, entre palestinos e israelíes. Poco más puedo decir yo a esa contundente conclusión, excepto que quizá podría añadirse una nota más, la de la demagogia, a la crítica de la "desproporcionalidad" de la que habla Zapatero. En efecto, quien habla de desproporcionalidad es, generalmente, un demagogo que desconoce que es la "proporción". Demagogo es el hombre que compara lo incomparable; el demagogo es un individuo que está a un paso de la perversión, por ejemplo, la mayoría de quienes comparan al criminal con la victima lo hacen, casi siempre, para ocultar su asesinato. Demagogo es el político que compara un asunto de simple orden público con una acción de guerra. Demagogo es, por lo tanto, Rodríguez Zapatero, porque pretende hacernos creer que los misiles que lanzan los terroristas palestinos de Hamas contra los ciudadanos de Israel son poco menos que un juego de niños contra los ataques del ejército israelí contra la banda de Gaza.

Pero, sobre todo, Rodríguez Zapatero es el paradigma del demagogo político contemporáneo, porque esgrime el concepto de desproporcionalidad allí donde no puede utilizarse sin riego de ser tildado de loco, o peor, de un mal gobernante que ha renunciado a su sagrada obligación, a saber, reconocer el ámbito de la guerra. Y de la paz. Quien no es capaz de sentir ni de concebir que la política limita a un lado con la guerra y a otro con la paz, sin duda alguna, puede llamarse "loco" o infame. Hace siglos, Nicolás Maquiavelo nos los enseñó de modo preciso:

Entre las demás raíces del mal que te acaecerá, si por ti mismo no ejerces el oficio de las armas, debes contar con el menosprecio que habrán concebido para con tu persona, lo que es una de aquellas infamias de que el príncipe debe preservarse. Entre el que es guerrero y el que no lo es no hay ninguna proporción.

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