Menú
Agapito Maestre

El museo de los horrores

No es un asunto de ateos contra creyentes, ni de agnósticos contra católicos, sino de la indignación que unos y otros sentirán por la falta de respeto a lo real.

Nadie con mirada limpia dejará de salir horrorizado de la exposición Dios(es). Modos de Empleo. No es un problema de fe sino de cultura y, por supuesto, de sentido común. Para quien les escribe también es un problema filosófico, pero eso lo dejamos para otra ocasión. El asunto es que nadie medianamente informado, no digamos ya alguien que haya pasado por una Facultad de humanidades, o como se llame ahora lo que antes se estudiaba bajo el título de Filosofía y Letras, podrá ver esta exposición sin sentir nauseas. Asco de tanta barbarie sentirá el ciudadano medio con mediana cultura histórica y con un poco de sensibilidad artística. No es un asunto de ateos contra creyentes, ni de agnósticos contra católicos, sino de la indignación que unos y otros sentirán por la falta de respeto a lo real.

Lo expuesto, y la especial manera de exponerlo, conforman un conjunto de materiales que haría feliz a cualquier etnólogo de pueblo, a cualquier tipo dispuesto a defender que una piedra o un resto arqueológico de un pueblo primitivo tienen el mismo valor artístico y cultural que las pinturas sobre el Juicio Final de la Capilla Sixtina. Cualquier material es bueno para este personal si ayuda a formar un museo etnológico, por ejemplo, en un pueblo perdido del lugar más provinciano de Bélgica. Lo decisivo para este personal es mostrar lo más tenebroso, o peor, el rostro más salvaje de la religión. Pues, exactamente, a eso ha quedado reducida la sala de exposiciones del Centro Cultural de la Villa de Madrid. Este centro ha sido convertido en un museo de los horrores para homenajear al salvajismo.

Todo allí es oscuro y tétrico. Inculto. Todo allí es torvo y retorcido. Inculto. Todo allí es anticlericalismo larvado. Inculto. Todo lo expuesto compite en incultura y mal gusto. Sólo pondré un ejemplo y no es el más brutal: una imagen de Elvis Presley es equiparada con la imagen de un feo "crucifijo" de una autora portuguesa. No me extraña que los seguidores de Presley y de Cristo salgan asqueados de la irrespetuosa equiparación. Esta exposición muestra tal falta de respeto por las creencias de los individuos que todas son equiparadas, insisto, de modo salvaje. No, por favor, no todas las religiones son equiparables, menos puede decirse que los dioses son iguales, y menos todavía puede ser comparable la concepción de un hombre, Jesús de Nazaret, que es Dios con alguna idea de las otras dos religiones monoteístas.

¡Dios mío!, ¡Dios mío! ¡Cuánto salvajismo encerrado en un recinto público! Me siento estafado, porque con mis impuestos el Ayuntamiento y otros organismos públicos han montado un aquelarre cruel y salvaje para decirnos a los ciudadanos que todos los dioses, naturalmente incluido el cristiano, son equiparables en perversión. Terrible. Una "cultura", una sociedad, que es incapaz de hacerse cargo de que la idea de Dios es una de las más racionales de la historia de la filosofía, sin duda alguna, es una "cultura" salvaje. Una incultura. Esa es, exactamente, la primera lección que extraerá quien visite con mirada limpia esta exposición: unos salvajes han organizado una exposición para mostrar su salvajismo. Acaso por eso ni los organizadores de esta exposición ni tampoco sus patrocinadores verán en mi calificativo "salvaje" un insulto, sino un elogio.

Por favor, señores políticos, hagan algo para suspender este aquelarre de mal gusto. Por favor, señores filósofos, salgan a la calle a protestar con sus conciudadanos, porque la idea más racional de la filosofía occidental está siendo vejada por unos salvajes. Por favor, señores ateos y agnósticos, cristianos y judíos, religiosos y antirreligiosos, pesimistas y optimistas, cualquiera que sienta horror por el mal gusto, protesten para que esta basura deje de manchar un recinto público. Pero, sobre todo, protestemos por la cobardía de quien se esconde detrás de este montaje, pues que nadie en su sano juicio podrá dejar de salir de allí profundamente avergonzado, o sea, de sentir vergüenza ajena, porque los responsables de tal exposición demuestren con ella que sienten tanta vergüenza de ellos mismos como de la "ideología" que les da sustento. Sí, sí, los responsables de la cosa no se atreven a defender a cara descubierta, la guía directriz de la exposición, a saber, "la religión es el opio del pueblo".

Porque los responsables de este bodrio no alcanzan el primer nivel de un proceso ilustrado, o sea, no se atreven, no tienen coraje, a defender esa antigualla comunista de modo directo, se montan la historieta de que todas las religiones son equiparables. He ahí quintaesenciada la cobardía de esta exposición. Cobarde, sí; e inculta, pues que si "una cultura depende de la calidad de sus dioses, de la configuración que lo divino haya tomado frente al hombre", como mantenía la gran María Zambrano, entonces la cultura española contemporánea ha conseguido regresar, en términos psicoanalíticos, a su más bajos grados de expresión. Ya sólo usa la palabra Dios, como diría la misma Zambrano, como si fuera un pedrusco que le tirarán a uno a la cabeza. Eso es, en efecto, esta exposición: un pedrusco contra la cultura.

En Sociedad

    0
    comentarios